Leyenda Urbana
Asalto a la embajada de México marca inédito escenario para Noboa
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Con la respiración más pausada después de la vorágine de los hechos que llevaron a la detención y traslado a la cárcel de máxima seguridad La Roca al exvicepresidente Jorge Glas, y el rompimiento de relaciones diplomáticas de México, el Gobierno de Daniel Noboa se encuentra ante dos frentes inéditos y complicados.
- El externo luce inquietante por la reacción de la comunidad internacional y la posibilidad de sanciones.
- Y el interno, impredecible ante el reacomodo de las fuerzas políticas en la Asamblea Nacional, luego de que el correísmo anunciara que pasaba a la oposición.
La irrupción en la embajada de México para detener a Glas, requerido por la justicia, por casos de corrupción, no tiene justificación jurídica, porque contraviene el principio de inviolabilidad de las misiones diplomáticas, que consta en la Convención de Viena.
La condena de la mayoría de los países complica el frente externo, por lo que habrá que armarse de argumentos para, al menos, explicar el contexto de los hechos, a partir de la certeza de que Glas no es un perseguido político, sino un sentenciado por la justicia, que se refugió en la embajada para esquivar una nueva orden de detención.
Y que México conocía el proceso desde diciembre de 2023.
La retórica del 'lawfare' que el socialismo del Siglo XXI ha propalado con importante eco, debe ser desmontada en el caso de Glas con la fuerza de las evidencias de los procesos legales.
Ecuador tendría que movilizar a sus embajadores para que dialoguen con personalidades y visiten los medios de comunicación, y, quizá, desplegar misiones con los profesionales más reputados, para que, con las pruebas de los procesos jurídicos, expliquen lo sucedido y muestren al personaje por el cual el país es hoy cuestionado.
México no tenía argumentos legales ni éticos para acoger a Glas en calidad de huésped, y luego como solicitante de asilo, porque se trataba de un prófugo de la justicia, que había cumplido cuatro de los ocho años de cárcel a los que fue sentenciado por los delitos de cohecho en los casos Odebrecht y Sobornos; este último una trama de corrupción por la que Rafael Correa también fue condenado y no puede volver a Ecuador.
Glas ingresó a la legación esquivando una nueva orden de prisión por el desvío de dineros de la reconstrucción de Manabí, que movió USD 3.500 millones, y era público que había recuperado su libertad mediante un habeas corpus tramitado de manera ilegal por un abogado pagado por un jefe narco.
La canciller Sommerfeld ha confirmado haber entregado a las autoridades mexicanas toda la documentación de los procesos judiciales de Glas, por lo que conocían bien el caso. Lo que implica tenían conciencia de que alojaban a un prófugo.
Marcar la línea del tiempo de las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador que dieron pie al desenlace servirá también para demostrar que no fueron producto del azar, a sabiendas de que México está camino a las urnas y a él se le acaba el tiempo.
Se inmiscuyó en política interna de otro Estado, violando el principio de no intervención, y sembró dudas sobre la elección en la que Daniel Noboa ganó la Presidencia, al catalogar las elecciones anticipadas de “extrañas”, y aludir, de manera infame, al asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio.
Al tildar de “facho” al Gobierno de Noboa, López Obrador apuró la reacción de Ecuador, ya que al parecer tenían prevista la llegada de Glas a México, a quien ya habían dado asilo político, después de que el Gobierno declarara “persona non grata” a la embajadora en Quito.
Apenas un año atrás, Ecuador vivió un bochorno cuando la exministra María de los Ángeles Duarte asomó en Caracas, tras fugarse con la complicidad diplomática de la embajada de Argentina en Quito, en la que se había refugiado para eludir la prisión por el caso Sobornos.
México, que había acogido a pensadores y activista que se enfrentaban a dictadores, en los momentos más oscuros de Latinoamérica, hoy protege a prófugos, alentando la impunidad. Y permite que conspiren en contra los gobiernos que no les son afines.
López Obrador cobija al excanciller Ricardo Patiño que evadió una orden de prisión por el delito de instigación; a los exministros sentenciados por el caso Sobornos Walter Soliz y Viviana Bonilla; a los ex asambleístas Gabriela Rivadeneira, Soledad Buendía y Carlos Viteri; al expresidente del CPCCS, Edwin Jarrín, y a Carlos Ochoa que persiguió y sancionó a periodistas y medios, lo tiene con refugio humanitario. En fin.
El otro frente de Daniel Noboa es el interno y el escenario es aleccionador, porque recién comprenderá las alertas de que el correísmo lo apoyaba solo porque buscaba la impunidad para sus sentenciados.
A Noboa se le dijo que ese respaldo era un caramelo envenenado, y que entregarles la presidencia de las comisiones de Fiscalización y Justicia, esta última con mayoría propia, le costará caro.
Hoy, debe encarar la realidad.
Enfrentado a una consulta popular, ha dejado por fuera los principios del Derecho Internacional y las Convenciones de las que el país que gobierna es suscriptor, y ha apostado por el aplauso interno al retener a un sentenciado.
La historia de los países narra los errores de sus mandatarios y relata los giros insospechados del devenir.
Todo suele ser explicado, menos la traición a su propia Patria.
Que Rafael Correa clame para que la Unión Europea sancione a Ecuador, aplicando la cláusula democrática que llevaría a suspender el Acuerdo de Libre Comercio que él se negó a firmar, porque, supuestamente, ha roto la democracia, lo desenmascara en su verdadera condición humana.
Y, al aludir a probables sanciones del Mercosur y alinearse con México, confirman que hubo un plan siniestro detrás de todo lo acontecido.
Cuando ejercía la Presidencia, Correa solía hablar de miseria humana al referirse a sus opositores. La frase es hoy un búmeran contra su rostro desencajado de apátrida.