Tapándose la nariz, los franceses se unen contra Le Pen
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
Actualizada:
Le cuento a un amigo que voy a escribir sobre las elecciones en Francia. “¿Y acá qué nos importa, con los problemas que tenemos?” exclama y ese momento recuerdo la cita de Donne que Hemingway coloca al inicio de su novela sobre la guerra civil española, cuando el fascismo empezó a conquistar Europa. Que ningún hombre es una isla, decía el poeta inglés: “Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; están doblando por ti”.
Todas las alarmas se encendieron el lunes, tras la victoria abrumadora de la ultraderecha de Marine Le Pen y su delfín Jordan Bardella, quien, de lograr mayoría, se advertía con espanto, podría ser nombrado primer ministro y cohabitar con el presidente Macron.
Esa cohabitación, que ya ha ocurrido, sería un matrimonio forzado entre dos tendencias radicalmente opuestas ya que Macron ha sido el más firme defensor de Europa, mientras Le Pen está del lado de Putin y llegó a sostener años atrás que Francia debía abandonar la Unión Europea.
Ante el abismo, muchos franceses se plantearon la misma angustiosa pregunta que en EE.UU. luego del debate en el que un Biden decrépito ha puesto en ascuas al mundo: ¿cómo llegamos a esta situación en las que se juega el destino europeo?
Hasta finales del siglo XX la democracia francesa era un ejemplo de equilibrio pues se disputaban y alternaban en el poder dos grandes corrientes ideológicas: la derecha republicana y la socialdemocracia. Pero luego del socialista Mitterand, cuando gobernaba otra vez la derecha moderada con Jacques Chirac, empezó a crecer el Frente Nacional, con toques fascistas, de Jean Marie Le Pen, el padre de Marine.
Para evitar que ganara en la segunda vuelta en 2002, los partidos de izquierda llamaron a votar por la reelección de Chirac. Aunque tapándose la nariz, millones de franceses dieron una muestra de disciplina democrática y lograron frenar a la ultraderecha; así hasta ahora, cuando el problema empieza a salirse de control.
Pero ante la emergencia, han vuelto a funcionar los principios republicanos, que se hallan tan enraizados allá como entre nosotros lo están el irracionalismo, las tendencias antidemocráticas y la figuración barata. Acá, donde quienquiera puede alquilar un membrete y postularse a cualquier cosa, sería inconcebible que terceros finalistas de diversos partidos hagan causa común y renuncien a sus candidaturas para fortalecer, en la segunda vuelta, a candidatos de otras tendencias, pero que tienen más opciones de vencer a los candidatos de Reagrupación Nacional, de ultraderecha.
Respondiendo a esa estrategia, 220 candidatos de diversos partidos han renunciado. Mas no todo es angelical: en la gran coalición que intentan armar, la derecha moderada y los macronistas no aceptan al partido de Jean-Luc Mélenchon, al que consideran de extrema izquierda, aunque es parte del frente que quedó segundo el domingo pasado.
(Mélenchon ha sonado por acá pues se ubica con Pablo Iglesias y los socialistas del siglo XXI, todos ellos condescendientes con Putin).
Pero la ultraderecha también demuestra oficio: para ganar votos de los jóvenes y los conservadores, la astuta Marine Le Pen ha atenuado su discurso radical y ha lanzado al jovencito Bardella, de 28 años, sin ninguna experiencia administrativa pero con aura de influencer en las redes sociales. Su cometido es lavar la cara de un movimiento con inclinaciones racistas, antisemitas y que niegan el cambio climático.
Según las ultimísimas encuestas, la ultraderecha francesa no logrará la mayoría absoluta que requiere para gobernar, pero la amenaza va en aumento, a contramano de lo que sucede en el Reino Unido, donde los laboristas arrasaron el jueves a los conservadores que habían impulsado el Brexit.
Ha sido una semana de vértigo en la que hasta Mbappé y otros futbolistas que descienden de migrantes llaman a votar “del lado bueno”, mientras Orbán, el presidente de Hungría va a visitar a Putin y recibe el apoyo de Vox. Así, el panorama, que ya pinta mal, se vuelve tenebroso si Biden no desiste de su candidatura. Debería aprender de los demócratas franceses.