Dato y Relato
Tras el mundial y las fiestas, vienen las elecciones
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
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Empezamos un nuevo año con esperanzas de mejores días para el mundo. Atrás quedaron los recuerdos de un 2022 muy complejo, golpeado por las secuelas de la pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, la inflación y la volatilidad financiera.
También pasamos página de un mundial de futbol inédito, que dejó muchas alegrías a tantos latinoamericanos, en especial a los fanáticos de Messi. Para muchos, las fiestas de año nuevo tuvieron un auténtico sabor a catarsis.
El inicio de 2023 nos obliga a aterrizar en la realidad de nuestra región y la mira se enfoca de nuevo en el panorama electoral. El año pasado estuvo cargado de elecciones y América Latina votó mayoritariamente por gobiernos de izquierda.
Este año luce algo menos intenso, pero igual de apasionante. Tendremos elecciones presidenciales en Paraguay (abril), Guatemala (junio) y Argentina (octubre), y muchos se preguntan si se consolidará dicha tendencia.
Además, se celebrarán algunas seccionales y regionales importantes en Ecuador (febrero, junto con un referéndum), México (junio) y Colombia (octubre).
El ciclo electoral empezará el 5 de febrero en Ecuador con la elección de alcaldes y demás autoridades de los gobiernos autónomos descentralizados. Paralelamente, se votará un referéndum para enmendar varias normas constitucionales.
Dada la fragmentación política y la cantidad de candidatos, es probable que varias ciudades del país elijan alcaldes o alcaldesas con menos del 25% del total de votos.
En esos casos, la gran mayoría de ciudadanos no habría votado ni confiado necesariamente en quien gane las elecciones.
Por ello, algunas ciudades de América Latina tienen una segunda vuelta electoral en sus elecciones municipales, para asegurar que las nuevas autoridades cuenten con el respaldo de la mayoría de ciudadanos.
Bogotá, por ejemplo, a partir del próximo octubre, elegirá a su alcalde solamente si tiene más del 40% de los votos (y 10% de diferencia con el segundo candidato). Si ello no ocurre, se dará una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados.
Aunque esta regla ayudaría a elegir autoridades con mayor consenso, tampoco es una garantía de representatividad. ¿Cuántas veces los latinoamericanos nos hemos visto en la penosa disyuntiva de votar por el mal menor en segundas vueltas?
Por ello, varios analistas proponen innovar los métodos electorales para que reflejen de mejor manera la intención del votante promedio, entre ellos uno de los gurús del mundo de los negocios, Michael Porter.
Una alternativa podría ensayar la llamada votación en rango o rank voting, en la que se pide al elector votar con un orden de prioridades.
Si hay cinco candidatos, por ejemplo, el uno sería su primera opción, el dos su segunda, y así sucesivamente hasta llegar al cinco, como su última opción.
Cuando uno de los candidatos obtiene la preferencia de más del 50%, entonces es elegido. En caso contrario, se elimina al candidato con menor votación y se transfieren sus votos a las segundas preferencias de sus votantes.
Si con esos votos se consigue la mayoría, hay un ganador. Pero si no, se elimina al penúltimo candidato, se toman sus segundas preferencias y se hace el mismo ejercicio.
Y se continúa con el mismo procedimiento hasta que haya mayoría.
El mecanismo tiene varias ventajas: se elige a la persona con mayores preferencias y menos resistencias, lo cual facilita para alcanzar consensos.
Suele cambiar la dinámica de las campañas al reducir el incentivo para atacar a los contrincantes. Al fin y al cabo, se busca que, si no votan por ti, por lo menos te pongan de segunda opción.
En adición, es automático y no tiene los costos o las obscuras negociaciones políticas, características de las segundas vueltas electorales.
Estas cualidades son especialmente útiles para las ciudades, donde el espíritu que debería primar es el cariño a la ciudad y la experiencia en gestión urbana, más que posiciones ideológicas o propuestas demagógicas.
Aunque el origen de este sistema de votación es muy antiguo, ha sido poco utilizado hasta ahora, pero comienza a popularizarse.
Los estados de Alaska y Maine y algunas ciudades en Estados Unidos ya han elegido a sus autoridades con este método, así como Eslovenia y Nueva Zelanda.
No está libre de problemas: es complicado para los electores, en especial si hay muchos candidatos, y técnicamente podría presentar deficiencias.
Sin embargo, podría ser una futura opción de innovación política, que ayude a mitigar los problemas de la fragmentación y el clientelismo político.