Firmas
El campeonato de exalumnos
Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.
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Hace unas semanas la Asociación de Exalumnos de mi Colegio organizó un campeonato de fútbol (7 contra 7 en cancha sintética) para los jóvenes y los añejos exalumnos. Nos dividieron en generaciones, a mí me tocó ir con la categoría Másters, que comprendía a las promociones entre el 90 y el 99 del siglo pasado. Soy de la 91, así que fuimos los penúltimos más viejos.
Vía grupo de wassap nos organizó nuestro capitán. Nos juntamos todos los que queríamos jugar. A esta edad, el gordo que pueda correr ya no va al arco sino que tiene que jugar de 5. Y saltar. Nos reunimos al menos 12 canosos excompañeros. Elegimos un uniforme negro porque el negro adelgaza. Y uno de nuestros compas nos regaló las camisetas. En el calentamiento del primer entrenamiento ya se lesionó uno de los nuestros, lo cual fue una doble baja, porque además es el único médico en el equipo.
Pero no todos estábamos en mal estado. Algunos se han dedicado a seguir jugando durante todos estos años y creo que hoy juegan mejor que en la primaria. Los que eran cracks siguen siendo cracks. En mi generación varios llegaron a jugar fútbol profesional, y se les nota. A otros que no llegamos, también se nos nota.
Después de cada partido lo que más me ha dolido, además de todos los músculos posibles, es la absoluta distancia entre la “técnica” que todavía radica en la memoria y lo que realmente ocurre cuando quieres hacer tal o cual movimiento.
Saltar para parar de pecho una pelota y que la puta pelota pase volando a un metro sobre tu cabeza, recibir todos los pases con la canilla, barrerte y quedar lejos de la bola y con elegantes incrustaciones de caucho negro en la nalga, girar para proteger la pelota y aterrizar de panza sin culpa del contrario, patear al arco y espantar al mirlo que vive en los árboles del vecino, etcétera.
Por momentos, mi cuerpo parecía prestado, como poseído por el espíritu del más escaldado del curso. O sea, yo nunca fui el 'Bocha' Armendáriz, pero tampoco es como para haberme convertido en un teletubbie perdido en la cancha, viendo borroso, respirando con la boca abierta y el pecho cerrado.
Pero después de cada partido me he llenado de recuerdos. De fotos de la infancia, del arrepentimiento de haber dejado de ver a tantos tipos sensacionales que alguna vez fueron parte del único mundo que conocíamos. Las reuniones para planificar los partidos, y que terminaban siendo una larga recomendación mutua de doctores, medicamentos y exámenes preventivos. Ya se lo que es un urotaq, las gotas de tramal, los mejores analgésicos y otros detalles para quienes somos de la época del carburador, de los cines apestosos con doble película, los helados del Víctor y las papas de la Maruchi.
Otra cosa genial: fuimos la única promoción con cheerleaders. Cuatro hermosas excompañeras llegaron alegres a los partidos, con pompones y camisetas especialmente elaboradas, para vernos sudar como puercos con sus ojos de ternura y acolite. No me van a negar que es algo maravilloso.
Siendo los penúltimos más veteranos, y sin haber jugado nunca antes juntos, me enorgullece contarles que llegamos a semifinales. Perdimos con el mejor equipo de la categoría, así que no sufro tanto, aunque les dimos batalla como manda el dios del ñeque. Para cuando este artículo vea la luz ya sabremos si alcanzamos el tercer lugar.
Gran idea fue este campeonato. Hay amigos que no debieron sepultarse bajo las nuevas cotidianidades, y están los tipos geniales cuya simpatía he desperdiciado por más de 30 años. Ojalá haya otro el próximo año, igual la espalda ya me duele por las puras alverjas.
Los de la 91 nos hemos prometido seguir jugando para el próximo año llegar listos, tocando “de memoria”, y con resistencia para regresar a marcar luego de comernos un gol. Espero que sí porque yo los voy a extrañar a todos.