Columnista invitada
¿Se enseña en la casa y se educa en la escuela?
Se ha desempeñado como periodista, comunicadora y docente universitaria. En los últimos años ha sido docente-investigadora, tallerista de divulgación científica y coordinadora académica en distintas instituciones.
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¡Qué equivocados estamos cuando hablamos de una buena educación haciendo referencia únicamente a la educación “formal”! La educación no empieza ni termina en la escuela o la universidad; se complementa con lo que aprendemos y asimilamos en nuestros hogares y en nuestro entorno social. Por eso, siempre me ha dado vueltas en la cabeza la frase de “se enseña en la casa y se educa en la escuela”.
Educar, enseñar, orientar, guiar es una tarea tanto de la escuela como del hogar. Como padres o madres, enseñamos a los hijos a dar sus primeros pasos, a no hablar con la boca llena, a saludar, a decir las palabras mágicas: por favor y gracias; en la escuela aprendemos a pedir la palabra en el aula, a respetar los plazos para entregar deberes, pero también el turno para jugar y la fila para comprar en el bar…
Tanto en la escuela como en la casa aprendemos valores y normas de convivencia. Hasta aquí suena bien. La realidad es que en muchas aulas universitarias se culpa al colegio porque los chicos llegan cada vez con más vacíos en cultura general o conocimiento de la realidad nacional, por ejemplo; el colegio culpa a la escuela por la falta de bases y la escuela a la casa por la mala conducta de los niños de hoy.
Así, entre esta cadena de culpables, ¿quién se hace cargo de la educación?
Lo que debería ser una asimilación de aprendizajes simultáneos -en la casa y en las aulas- y concatenados entre sí se convierte en una serie de acciones dispares y sueltas que desfiguran la formación como profesionales, pero sobre todo como seres humanos.
Por ello, este 2024 es un año de desafíos para la educación en el Ecuador; debe empezar con la implementación de un nuevo currículo en el año lectivo 2024-2025, desde la educación inicial hasta el bachillerato.
Se trata de una propuesta educativa que valida tres tipos de aprendizajes fundacionales: comunicativo-lingüístico, lógico-matemático y socio-emocional y coloca en el centro de la formación transversal a ocho competencias: ciudadanía mundial y conciencia cultural; apreciación y desarrollo cultural-artístico; aprender a aprender; deporte, bienestar y vida saludable; competencias financieras; ciudadanía digital; competencias científico-técnicas y desarrollo sostenible.
Su contenido fue trabajado desde el 2022 con la participación de docentes, estudiantes, padres de familia, autoridades de centros educativos de diferentes niveles, bajo el acompañamiento representantes del ministerio de Educación y organismos internacionales; y, su implementación deberá traducirse en asignaturas que permitan al estudiante alcanzar nuevos resultados de aprendizaje y nuevas competencias.
También supone un trabajo coordinación y capacitación docente para afinar metodologías de enseñanza aprendizaje para las nuevas asignaturas y nuevas formas de evaluación de los aprendizajes, entre otras.
En sí, es un currículo ambicioso que busca fortalecer en los estudiantes el desarrollo de competencias acordes a una sociedad incluyente, cambiante y sostenible. Algo que también siguen buscando las instituciones de educación superior.
Por eso la educación es una tarea de todos, pero también una oportunidad. En la casa, los hermanos mayores nos dan lecciones de responsabilidad y los menores de paciencia; como estudiantes, nos encontramos con compañeros que pueden ser más pedagogos que ningún maestro y profesores que además de matemáticas o geografía brindan enseñanzas para la vida.
Recuerdo a una profesora de la escuela que nos hacía cantar o escuchar música antes de empezar la clase; no cultivó mis habilidades por el canto, pero me enseñó a empezar el día con optimismo. También recuerdo a una profesora de secundaria que en época de exámenes se paraba en su escritorio para tener una vista panorámica de la clase y evitar que le copien.
Con diferentes métodos y sin dejar de lado su actividad principal que era la de dictar la clase, cada una buscaba dejar una huella en sus estudiantes. Seguramente lo lograron.
Además de tarea y oportunidad, los espacios formativos permiten descubrir vocaciones y desarrollar la autoestima; nos permiten conocer otras realidades y hablar de la empatía y solidaridad, desde la práctica; nos enseñan a aprender de los demás, pero también nuestros propios errores; constituyen y -con el tiempo- consolidan nuestras primeras redes de apoyo y de colaboración, de amistad y de trabajo.
Los desafíos de la educación inicial, básica y del bachillerato están planteados; los de la educación superior deberían asegurar su continuidad. De la mano, la educación en la casa y la educación en las aulas deberían conducirnos a formar los profesionales que requiere nuestro país y a ser personas íntegras de manera continua, sin necesidad de pasar un examen final.