Lo invisible de las ciudades
Ecuador tocó fondo por nuestra pasividad
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Durante estas semanas en las que hemos sido noticia a nivel mundial, la pregunta que más se oye en los medios nacionales e internacionales es la misma: ¿Cómo fue que Ecuador pasó de ser una isla de paz a uno de los países más violentos de Sudamérica?
Estoy convencido que dicha metamorfosis se dio por nuestra actitud pasiva ante lo injusto y lo inmoral. El Ecuador de hoy es producto de una serie de eventos que pasivamente permitimos que ocurrieran; más algunas aproximaciones que fueron realizadas por la clase política, sin medir las consecuencias de estas.
Lo pasivo trabaja de manera silenciosa, pero irreversible. Hace que lo anómalo aparezca como normal; y así nos quita la capacidad y la voluntad de corregir aquellas situaciones perjudiciales.
Hemos dejado que la hipertrofia de la pobreza nos parezca normal. Y ante semejantes condiciones, no hemos hecho nada para que las oportunidades lleguen a quienes viven en las periferias de nuestras grandes ciudades.
La ecuación del problema es fácil: mientras más grande sea el estrato poblacional que está en la pobreza y menos oportunidades tengan para prosperar de manera honesta, más tentador será el camino de lo ilícito.
Eso ha convertido a nuestros asentamientos informales en el caldo de cultivo perfecto, para que las organizaciones criminales recluten a quienes quieran mejorar su situación recorriendo el camino fácil. Todas esas ocasiones en las que se hacía hincapié en dichas precariedades, se lo ha hecho advirtiendo de las consecuencias sociales que dichas carencias podían provocar.
Otro factor del que muy poco se habla es la educación. Los primeros gobiernos del presente período democrático contemplaron cómo un partido político de izquierdas se apoderó de la educación pública, y no hicieron nada al respecto.
Dicha agrupación convirtió a los colegios fiscales en dispersores de la ignorancia, a favor de un proselitismo desestabilizador y reaccionario. En las décadas finales del siglo pasado, los encargados de los colegios y universidades públicas pusieron a la educación en un segundo plano, y se preocuparon más por usar dichas instituciones educativas para la propaganda política.
Lo más triste de esto es que dicha estructura enquistada en a educación fue eliminada solo por otra organización similar; para cambiar una propaganda ideológica por otra.
Una mala educación es una sentencia a menos recursos para mejorar nuestras vidas. El estancamiento creado para aumentar las filas de una militancia populista le sirvió más a las bandas criminales, hambrientas de nuevos miembros.
Y esta distorsión moral, que nos hizo ver lo ilícito como normal, entró luego en ámbito político. Siempre ha habido diferentes grados de corrupción en nuestra política; pero nunca hemos visto algo como lo actual, en la que cada bando político deja intuir una sociedad oculta con alguna organización delictiva.
Los políticos que comenzaron estas aproximaciones deben haber creído que tendrían siempre el control de esta maquiavélica simbiosis. Pero, quedó claro que quienes salieron favorecidas y fortalecidas fueron las bandas, las cuales pueden ahora seguir sus usuales gestiones prescindiendo del poder político.
Y así, los políticos pasaron de ser socios de las bandas a rehenes de estas.
Perdimos nuestra capacidad para reaccionar y exigir que se rectifiquen los malos actos. O peor aún, tenemos una visión tan distorsionada de la realidad, que creemos haber hecho algo relevante en las redes sociales, que solo sirven para limpiar nuestras consciencias. En contraparte, también están quienes quieren que las cosas se arreglen de manera integral e instantánea.
Ahora, no podemos perder de vista el problema actual. La delincuencia se la combate con inteligencia y con la gestión de la fuerza pública. Resolver las carencias sociales y educativas debe también hacerse, pero para evitar la violencia de mañana.
La violencia de hoy está aquí para quedarse. Fuimos nosotros quienes le dejamos la puerta abierta.