¿Para qué sirven los vicepresidentes?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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En un Ecuador tan proclive a los golpes de Estado, los vicepresidentes no solo sirven para sustituir al Presidente, sino que varias veces, abiertamente o en secreto, ellos mismos alientan la remoción. Tanto así que Velasco Ibarra los definió como "conspiradores a sueldo".
Y Velasco sabía de lo que hablaba pues, en su cuarta administración, fue derrocado por una conspiración en la que participó su vicepresidente, Carlos Julio Arosemena.
Sucedía que, terminado el auge del banano que había mantenido la estabilidad, volvía el despelote.
Además, el gobierno velasquista era un caos, se cambiaba de ministros a cada rato y lo poco que quedaba en las arcas fiscales era esquilmado por aquellos funcionarios a los que Arosemena calificó como "hombres enloquecidos por el dinero".
Con sus defectos y todo, Carlos Julio sigue siendo el más imponente y carismático de todos los vices que han venido después.
Y el más aristocrático pues se ufanaba de que la familia Arosemena –"más que los Habsburgos" me dijo cuando lo entrevisté–, tenía cinco presidentes en Panamá, de donde vino el apellido, y tres en Ecuador; todos en pleno siglo XX.
Era Arosemena un hombre de libros, de frases agudas y tragos largos, que podía darse el lujo de escorar hacia la izquierda cuando la novel Revolución Cubana alborotaba el gallinero.
Al borde del abismo, a los 15 meses de atolondrado gobierno, Velasco lo encarceló cuando presidía, como vicepresidente, el Congreso Nacional.
Pero, con el apoyo de un sector de las Fuerzas Armadas, el Congreso impuso la sucesión constitucional y Arosemena accedió a Carondelet, de donde lo sacarían los militares anticomunistas dos años después.
En 1968 volvió a ganar Velasco la Presidencia, pero, como se votaba por separado, la Vicepresidencia le correspondió ¡hecho insólito! al liberal Jorge Zavala Baquerizo, que era el binomio de Andrés F. Córdova.
Una espina en el zapato de Velasco, quien se desembarazó de Zavala y del sistema democrático cuando se declaró dictador dos años más tarde, nuevamente en medio de un ambiente caótico.
En el retorno a la democracia, la alianza del CFP con la tendencia democratacristiana, ambos progresistas por entonces, se expresó en el binomio Roldós–Hurtado que ganó holgadamente la elección.
Por desgracia, el Presidente y su comitiva fallecieron en un accidente de aviación que ocurrió en Loja en mayo de 1981. Hurtado asumió la Presidencia y la Asamblea nombró como vicepresidente a León Roldós, hermano menor de Jaime, que nunca congenió con el Presidente.
Sobre la caída del avión presidencial se tejieron las más absurdas teorías de la conspiración, que creían ver allí la mano de la CIA y de las dictaduras fascistas del Cono Sur, en contubernio con oficiales ecuatorianos.
Como se había agotado el boom petrolero, a Hurtado le tocó enfrentar la crisis de la deuda y los estragos de un fenómeno de El Niño casi tan agresivo como la oposición socialcristiana, pero logró mantener a flote su gobierno hasta el final de su período.
El siguiente capítulo le correspondió a Alberto Dahik, poderoso vicepresidente de Sixto Durán Ballén, que liberalizó las leyes financieras.
Dahik fue perseguido por su exjefe Febres Cordero –quien fungía de dueño del país y alcalde de Guayaquil en ese orden– y debió renunciar y escapar a Costa Rica por el escándalo de los fondos reservados.
La siguiente figura de este rocambolesco desfile fue Rosalía Arteaga, quien ocupó fugazmente el palacio de Carondelet tras el derrocamiento de Abdalá Bucaram, declarado loco por la Asamblea.
Pero Rosalía no obtuvo el respaldo de las Fuerzas Armadas y debió hacer mutis por el foro. (Continuará).