Efecto Mariposa
Cómo anda la resiliencia de Ecuador ante riesgos y catástrofes
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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En los próximos años, el mundo experimentará situaciones críticas, como cambios en el clima, desastres naturales, conflictos entre países, desplazamientos de personas, enfermedades y subidas inusuales en los precios de los alimentos.
Este aviso, lejos de ser una invitación al pesimismo, constituye un llamado a estar prevenidos, a no esperar que circunstancias, algunas evitables y otras no, nos encuentren en la inacción.
Y es en ese sentido que se ha vinculado a la resiliencia a los problemas mencionados anteriormente, pues se define como la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias adversas, así como para adelantarse a ellas.
Aunque el uso de este término estaba más enfocado al comportamiento individual y en psicología, las consecuencias de eventos críticos, como la pandemia de Covid-19 o el cambio climático, han hecho que la resiliencia vaya incorporándose al diseño de los sistemas de protección relacionados con el cambio climático, los desastres naturales, las enfermedades, los desplazamientos y los conflictos.
Esto quiere decir que la política pública no debe ser pensada para que las personas sobrevivan en un momento crítico, sino que debe apuntar a ser un mecanismo para que quienes resulten más afectados por circunstancias extremas puedan no solo soportar los momentos difíciles, sino que incluso puedan mejorar su situación social y económica después de un shock.
A pesar de que las consecuencias de eventos dramáticos pueden afectar a todas las personas, quienes están en desventaja social y económica tienen más probabilidades de ser golpeadas con mayor fuerza; y es en este grupo donde se deben concentrar las medidas resilientes.
Aunque está claro que la resiliencia puede ayudar a las personas, los hogares, las comunidades e incluso a los países a prepararse para enfrentar impactos extremos y a recuperarse de estos, las investigaciones aún no dan la respuesta sobre cómo los sistemas resilientes podrían conseguirlo, es decir, anticiparse a una crisis para responder mejor.
Tampoco está claro cómo lograr que actores de distintas esferas, económica, social, ambiental, de salud, puedan comunicarse de manera que diseñen programas resilientes multidimensionales.
En lo que respecta a las áreas económica y social, hasta el momento, hay algunos indicios de que los programas de transferencia de renta, como el Bono de Desarrollo Humano, contribuyen a la recuperación de los hogares ante eventos adversos.
En otras palabras, los hogares vulnerables que reciben una transferencia monetaria pueden hacer frente a las crisis con menos dificultades que los hogares pobres que no son beneficiarios de un bono.
Las transferencias en efectivo pueden contribuir a fortalecer la resiliencia de los hogares, debido a que la recepción regular de un monto de dinero puede ser una fuente de alivio ante situaciones adversas y evitar que el consumo, particularmente de alimentos, caiga bruscamente.
Y las transferencias en efectivo permiten que los hogares no dependan de un único ingreso, que generalmente es bajo porque proviene de actividades del sector informal, y esta mayor diversificación de los ingresos puede ayudar a los hogares a suavizar el efecto de los shocks, haciéndolos más resilientes.
A pesar de que puede haber claridad con respecto al papel resiliente de los programas de transferencia de renta, persisten interrogantes sobre si se podrían lograr resultados favorables entregando transferencias de emergencia, después de que ocurran los choques, o si estas deberían ser entregadas durante los tiempos de tranquilidad.
La evidencia existente señala que lo ideal es que los bonos sean implementados antes de que se produzcan las crisis, con el objetivo de que los hogares tengan más herramientas para sobrevivir y superar los tiempos difíciles.
Los bonos que se entregan a los hogares pobres, antes de que surja una tragedia, son más efectivos que los programas de emergencia poscrisis.
Ecuador es un país que está expuesto a desastres naturales, al cambio climático y a otras problemáticas ya mencionadas. Solo en marzo soportamos el deslizamiento de tierra en Alausí, un terremoto y el desbordamiento del río Cristal en el cantón Montalvo.
También algunas provincias sufrieron serias inundaciones por las lluvias.
La respuesta del Gobierno fue la entrega de un Bono de Arrendamiento y de un Bono de Contingencia, así como la entrega de donaciones.
No obstante, la bien conocida vulnerabilidad del país es razón suficiente para pensar en sistemas resilientes, debemos estar preparados y anticiparnos a los riesgos a los que estamos expuestos.
Repensar la política pública con un enfoque de resiliencia ayudará a que las personas cuenten con herramientas no solo para sobrevivir ante una tragedia, sino para mejorar sus vidas, en lo social y económico, después de las crisis.
Hablar de estos temas puede parecer estrafalario en un país en el que los problemas urgentes y reales son desplazados por los oscuros juegos políticos.
Ojalá algún día nuestros políticos se sienten a reflexionar sobre lo que realmente amenaza al pueblo y apuesten por la resiliencia en las políticas públicas.