Lo invisible de las ciudades
Entre Sísifo y la marmota
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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El círculo vicioso funciona más o menos así:
Ocurre algo, hecho por algún político relevante. Todos gritan. Unos a favor, otros en contra, pero todos gritan. Quienes apoyan lo ocurrido lo ven como un acto liberador, casi mesiánico. Los que están en contra, se desgarran las ropas por la indignación; vaticinan vergüenza y humillación para todos. Dicen que nadie se librará de las horrendas consecuencias. Los grupitos se consolidan. Mantienen cohesionada a la tribu, lanzándose sesgos de confirmación que fortalezcan su homogéneo espíritu de cuerpo.
Esporádicamente, dejan de hablar entre sí y atacan al bando opuesto. No con argumentos; solo atacan. Si pudieran decir que la mamá del otro bando es gorda y fea, lo harían.
Se repite este proceso, hasta que la acción que provocó todo esto aburre a las masas; o hasta que un nuevo suceso se dé, que genere reacciones similares a las ya descritas. El tiempo pasa y de pronto se cambian los roles. Los ahora gobernantes hacen todo lo que antes cuestionaban de sus predecesores en el gobierno. Olvidan su indignación y dicen hacerlo por el bien del país. De igual manera, la ahora oposición borra de su memoria lo quiso antes; y se autorretrata como un mártir más en su santoral ideológico. Y así, seguimos pasando de suceso en suceso; permanentemente reaccionando, según la postura de nuestra tribu.
No importa cuándo lean esto. Desde inicios del presente siglo, siempre estará vigente.
Estamos viviendo en un mundo macabramente similar al de “Groundhog Day”, la película en la que Bill Murray es un reportero que siempre despierta en el mismo día. La única diferencia entre dicho filme y nuestra repetitiva realidad es que en la película siempre se repetía el mismo evento: el día de la marmota; esa celebración supersticiosa, según la cual un roedor puede predecir si el invierno está por terminar, o no. Nosotros, en contraparte, siempre le ponemos un nombre distinto al evento que nos altera. Sin embargo, más allá del nombre, todo sigue igual.
Tal como lo hace Sísifo, en su castigo eterno impuesto por los dioses, nosotros también subimos la misma pesada roca todos los días, a la cima de la misma colina. Pero, a diferencia de él, nosotros creemos que cada día es una roca distinta, porque -ingenuamente- bautizamos a la misma roca con un nombre distinto.
Estoy consciente de que soy parte del problema. También reacciono; tengo posturas a favor y en contra. Pero conviene en ocasiones estar consciente de ello, al menos para romper este ciclo, aunque sea por un instante.
Ya en su vejez, mi padre se hizo cliente frecuente de un médico, cuyos métodos eran extremadamente alternativos. Todo lo quería curar con Neurobión y ácido fólico. En alguna ocasión, mi viejo lo fue a visitar porque sufría de una irritación estomacal incómoda y ansiedad. Regresó a la casa indignadísimo, porque el doctor le recetó que lea poesía.
Pasó el tiempo y ahora era yo quien tenía ataques de ansiedad. Devoraba noticias sobre política mundial en los tiempos que el COVID nos tuvo encerrados. Me urgía saber lo último de la pandemia a escala nacional e internacional. Eran tiempos de campaña electoral aquí y en Estados Unidos. Ambas elecciones me parecían cruciales. De paso, la brutalidad policial estadounidense estaba en auge. Eran los tiempos de George Floyd.
Hubo un día en el que no pude más y decidí cambiar un vicio por otro. El tiempo que le dedicaba a informarme lo destiné a la lectura de clásicos; más allá de las usuales lecturas que hacía por mi trabajo y por mi afición a los libros. En cuatro meses, releí “La Divina Comedia” y “Fausto”. También leí “El Paraíso Perdido”, de John Milton. La ansiedad desapareció.
¡Quién lo hubiera dicho! El “médico brujo” que atendía a mi padre tenía razón.