Lo invisible de las ciudades
Ecuador: playas y sustentabilidad real
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Tal como hicimos muchos de los ecuatorianos, aproveché las pasadas fiestas de fin de año para ir a la playa. Mi destino final fue Canoa, en mi opinión uno de los balnearios más lindos que hay en Manabí. Su atractivo radica en la enormidad de sus playas y en la poca gente que acude a ella. Aun así, hice el ejercicio de salir a caminar con una bolsa de basura industrial en la mano y recoger los desperdicios plásticos que había en la playa. Apenas logré caminar poco más de 200 metros, antes de que se llenara la bolsa.
Mucho se ha hablado del gran potencial turístico inaprovechado de nuestro país.
Sin duda alguna, nuestras playas continentales son el atractivo menos aprovechado que tenemos. Apenas las usamos para turismo interno. Durante el boom del turismo “empty nester” de la década pasada, la costa norte de Manabí y Salinas fueron opciones que interesaron a algunos extranjeros, además de Cuenca.
Sin embargo, hay que decirlo tal como es: el mantenimiento que le damos a nuestras playas es pésimo y nulo; y eso nos va a llevar a perder un valioso atractivo turístico, mucho antes que logremos aprovecharlo a todo su potencial.
Llevamos más de cinco décadas en Occidente, tratando de establecer una conciencia sobre el impacto que tenemos en el planeta; y dicha consciencia ambiental, aún no logra echar raíces.
En mi opinión, esta falla se debe a la naturaleza expiatoria con la que hablamos de lo eco-amigable. Lo sustentable se incorpora más fácilmente a nuestras vidas, cuando lo vemos como un valor económico agregado. Dicho de otra forma, si “querer salvar al planeta” como cargo de consciencia ha sido un fracaso, entonces hagámoslo como realmente es: un buen negocio.
Existen equipos y maquinaria especializados para el mantenimiento de playas. Hay tractores con cedazos enormes que recogen los residuos e impurezas de las arenas junto al mar. Limpian en horas lo que a un grupo de personas les tomaría días. Los he visto funcionar en varias playas caribeñas. Años atrás escribí sobre lo interesante que sería que los municipios que dan al mar adquieran este tipo de maquinarias.
Ahora, quiero explorar otras alternativas. Por ejemplo, sería interesante que alguna distribuidora nacional de maquinaria pesada ofreciera estos equipos de limpieza para playas. Otra opción interesante sería que alguien interesado y con recursos, adquiera dicho equipamiento y ofrezca el servicio de limpieza de playas a los municipios. Quizá este servicio también pudiera ser ofrecido en otras instancias, como el Ministerio de Turismo, el Ministerio del Ambiente o la Armada del Ecuador.
En los escenarios presentados previamente, se plantea lo sustentable como una alternativa más en el mercado, sujeta a la oferta y a la demanda. Todas las alternativas eco-amigables que han llegado para quedarse lo hicieron así: abriéndose un nicho en el mercado, dentro de aquellos consumidores interesados en mejores condiciones para el ambiente.
El turista, como consumidor que es de la playa, también puede ejercer presión ante las autoridades para que se le dé una playa más limpia donde estar. Cierto es que el turista tiene también un papel relevante, al ser él un factor contaminante dentro de la ecuación; aunque no el único, ni el de mayor impacto. Las playas limpias no lograrían disminuir el número de especies marinas afectadas por los implementos de pesca a gran escala. Tampoco se puede culpar al ciudadano de a pie de una oferta de utensilios y envoltorios hechos predominantemente de plástico.
Para lograr que la cultura verde realmente se quede con nosotros, debemos plantearla como el siguiente paso en la revolución industrial. Y para ello, debemos hacer a un lado la visión caduca vigente, basada en el cargo de consciencia del consumidor, que libra de toda culpa al productor.