El Chef de la Política
El país de la inmundicia
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Eso es Ecuador. No puede ser calificada de otra forma una sociedad en la que quienes juzgan a los delincuentes son igual o más avezados que los que están en el banquillo de los acusados. No hay mejor valoración que esa, la de la inmundicia, para un país en el que quien orienta la investigación penal tiene comportamientos más protervos que los sujetos de las pesquisas.
Podredumbre, impudicia. Eso es lo que provoca al ver que detrás de un uniforme entregado para mantener el orden hay un ser depredador del interés público. Hedemos por donde se nos vea. Pero claro, no tardan en aparecer los defensores legales de la alcantarilla que es el Poder Judicial para, tras el discurso desgastado de que todos merece defensa, constituirse en los fideicomisarios de la corrupción y la bazofia.
Seguidos en la lista, aunque no menos importantes, los medios de comunicación que se nutren de las heces de la corrupción y el narcotráfico. A la fila para recibir sus dádivas. Ya no quedan espacios para respirar con tranquilidad. Estamos envueltos en estiércol hasta la médula. Y nos refocilamos en nuestra situación.
Así de duro. Nos regodeamos en la porqueriza. Porque cuando hacemos poco o nada por cambiar esta realidad en lo que terminamos convertidos es en cómplices del muladar.
Nos preocupamos hoy y mañana nos relajamos. Nos interesamos en la noticia si al que se persigue es nuestro opositor. Pasamos por alto el escándalo del día si a quien se señala está de nuestro lado. Juzgamos, en general, en función de nombres, no de problemáticas. Juzgamos la coyuntura y no la estructura. Esa siempre es la mejor forma de evadir la realidad. Evadir esa realidad que si la asumimos nos revienta entre las manos. Esa realidad que nos dice que el problema no es quienes ahora están envueltos en el fango, sino un país entero en el que no hay interés por generar ningún tipo de cambio de fondo.
Nos encanta el chisme del café o la tertulia de las redes sociales. Pero lo estructural, lo que tiene que ver con el cambio real, a eso le tenemos pavor.
Por ejemplo, ¿cuándo discutimos sobre la proliferación de facultades de Derecho que no hacen sino obsequiar títulos a cambio de diez semestres de asistencia pagada? Ahí se nos acaba el discurso de la innovación y la repugnancia que nos provoca el urinario frente al que comemos a diario, la empezamos a relativizar.
Lo mismo sucede cuando se plantea crear una verdadera escuela de jueces y fiscales que permita tener una burocracia judicial decente y que respete a la ciudadanía. Hasta ahí nos llega el enojo y la molestia por la letrina que es nuestra vida pública. Eso es mucho pedir, decimos.
¡Qué decir cuando se propone que la Policía Nacional requiere un viraje radical en el proceso de formación de quiénes desean aspirar a tan digno encargo social! Ahí reculamos y vemos a otro lado. No hay que ser tan exigente, nos decimos unos a otros.
Esto, lo del basural de la semana pasada, desafortunadamente va a seguir sucediendo, aunque con nombres distintos, pues ahí no está el problema.
El mal, en realidad, está en nosotros, en los ciudadanos que contemplamos plácidamente como el país se va al caño. El problema está entre la gente con valores democráticos que se mantiene inactiva y al margen de la realidad. El problema está, por tanto, en la estructura misma de la sociedad. No hay sociedad que se precie de tal si su piedra basal no radica en la asociación ciudadana, entendámoslo de una vez. Mientras sigamos así, como ciudadanos de ir a votar cada dos años, los rufianes que administran el Estado seguirán plácidamente llevándose los recursos de la salud, de la educación, de la seguridad social. Todo, se llevarán todo.
Seamos un poco más serios y dimensionemos nuestra vergonzosa realidad, no la de ellos. La impronta de los rateros que nos gobiernan está dada, lo que urge dibujar es la que nos define a nosotros, al resto de la sociedad. Ese ejercicio introspectivo es el que nos falta. Ese es el ejercicio que no haremos porque nos pesa demasiado llegar a la conclusión de que tenemos gran parte de la responsabilidad en la pocilga judicial que nos cobija. Afortunadamente, mañana habrá otro escándalo. Uno más de esos que cambia la atención a otro tema y nos permite seguir regodeándonos en el país de la inmundicia en el que estamos acostumbrados a vivir.