¡No les dejaron entrar!
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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A partir de la conquista española, estas tierras se convirtieron en el sueño dorado de los peninsulares que venían a “Hacer la América”, lo que significaba enriquecerse de cualquier manera y volver a ostentar la riqueza en España. Cuando podían.
Así, hasta mediados del siglo XX se contaron por millones los españoles que desembarcaron a lo largo del continente con una mano delante y otra detrás.
Pero cambiaron los vientos y una España desarrollada, pujante, integrada a la Unión Europea, se convirtió en la meta de los migrantes latinos –entre ellos, cientos de miles de ecuatorianos expulsados por la crisis de fin de siglo– que iban en busca del sueño español.
En esos días, en un vuelo de KLM a Amsterdam, encontré a dos saraguros que sobresalían en el pasaje, pues venían con su traje tradicional, pantalón corto y sombrero ancho con figuras negras. Me contaron que salían por primera vez del país con destino a España, pero no sabían cómo cambiar de avión en Schipol. Me ofrecí a ayudarles y desembarcamos juntos.
Mientras avanzábamos por los pasillos en busca del mostrador correspondiente, descubrí que nos seguían unos ocho o 10 compatriotas en ropa normal. Estaban en el mismo trance y se había regado la voz en la cabina: “el señor sabe”.
Les pedí ponerse en fila ante la señorita que los iba a atender, pensando con una sonrisa que cualquier autoridad de Migración podía sospechar que yo era un coyotero. Pero nadie hacía problemas, pues iban en tránsito y se suponía que España tenía las puertas abiertas a los ecuatorianos: misma lengua, católicos, con su dosis variable de sangre hispana, buenos y habilidosos trabajadores. Nos preferían de largo a los migrantes africanos.
Cuando me despedía, con cierto recelo andino preguntaron cuánto me debían. Faltaba más, dije, que les vaya bien.
Luego recordé que el pueblo saraguro lleva la migración en la sangre, pues se supone que fueron mitimáes trasladados por el incario cuando conquistaba el sur del Ecuador actual. Como muestra de su movilidad, hay saraguros ganaderos en Zamora Chinchipe y otro grupo numeroso trabajando en Galápagos.
Terminada la gira por Egipto (que a eso iba yo), cuando tomé en Amsterdam el avión de regreso al Ecuador, ¡oh sorpresa y decepción!, ahí estaban los dos saraguros con el mismo atuendo. Venían deportados de España y me pidieron que les diera hablando, pues querían bajarse en la escala de Guayaquil, que les quedaba más cerca de su Saraguro natal.
Pero el capitán mandó a decir que debían entregarlos a las autoridades en Quito. Ni modo. Les sugerí que en el próximo intento no vinieran tan elegantes y vistosos.
Traje vistoso pero no exótico, corrijo ahora, pues durante la Colonia, para remediar “el que anduvieran los indígenas con poca ropa encima”, la Corona ordenó que los diversos pueblos adoptaran los trajes tradicionales de las comunidades de la España de entonces. De modo que las autoridades españolas de migración debían hacerles la reverencia a estos portadores del pasado, no mandarlos de vuelta.
En el 2008 estalló la burbuja inmobiliaria y el sueño español empezó a desvanecerse para los americanos (no así para los africanos, que siguen jugándose la vida en el Mediterráneo para alcanzar la Península).
Hoy, a medida que empeora la situación en América Latina, pega cada vez con más fuerza el sueño americano. Miles de paisanos emprenden cada día un trayecto plagado de peligros, desde el Darién hasta NY, pero hay tantos allá que su alcalde viene a rogar que no vayan más, que no hay cama para tanta gente.
Sí, pero, ¿qué otra opción les queda a los jóvenes del campo o el suburbio que no quieren convertirse en delincuentes y tampoco encuentran empleo?