Punto de fuga
Resistir… a las tentaciones del miedo
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
Actualizada:
Estamos padeciendo esa famosa maldición que alguien debe habernos echado a los ecuatorianos en algún momento entre finales del siglo XX e inicios del XXI, porque qué manera de ser interesantes los tiempos que estamos viviendo. Interesantemente aterradores, desgastantes, desoladores… Y nuestra capacidad de resistir es quizá la única herramienta eficaz que tenemos a mano los ciudadanos rasos ante esta avalancha.
No solo se trata de resistir a la violencia delincuencial de cada día, con los pocos o muchos recursos de que dispongamos; o resistir a la violencia política, social y económica que ejercen contra nosotros casi todos los señores y señoras que se hacen llamar asambleístas y que por su acción u omisión en el primer poder del Estado nos hacen malvivir y sufrir como condenados.
En este punto se trata de resistir también a las tentaciones del miedo. Es que cuando el miedo nos habla al oído casi siempre es mal consejero. Bajo su hechizo podemos llegar a desconocernos a nosotros mismos, abjurando de todo lo que una vez creímos y que nos ha dado los insumos para seguir trabajando en la tarea inacabable de ser demócratas, sensatos, solidarios, mejores seres humanos.
Las decenas de actos brutales a la que nos hemos enfrentado estos días quienes estamos en Ecuador dan el contexto para entender la frase que se repite en todos lados, a gritos o en susurros: ¡Que les den bala! Hay quienes no lo dicen, pero lo piensan secreta y culposamente, porque va en contra de lo que han creído y defendido toda la vida.
Colectiva e individualmente estamos al límite. El sinvivir de no saber si un ser querido, un compañero de trabajo o uno mismo llegará con vida a su próximo destino sin ser víctima de una bala perdida, un secuestro o de una explosión nos aboca a este tipo de pensamientos y expresiones. Es comprensible, pero es en este exacto punto en el que tenemos que resistir.
Primero, resistir a deshumanizarnos (nosotros no somos eso, nunca lo hemos sido) y a deshumanizar al otro (tiene que haber una manera dentro de la ley de convivir entre todos). Es dificilísimo, pero al menos tenemos que tratar.
La situación no está para paños tibios. El Estado debe imponerse con toda la fuerza posible en las actuales circunstancias; pero el Estado no es una entelequia ni una deidad todopoderosa, es un grupo de funcionarios ecuatorianos que tienen que precautelar el bienestar de todos y el pacto social que permite que le entreguemos el uso legítimo de la fuerza.
Muchos de nuestros conocidos, vecinos o representantes elegidos en las urnas son esos funcionarios, que ahora deben tener precisión quirúrgica al momento de actuar, ya sea neutralizando a quienes nos aterrorizan o redactando leyes para poner orden y claridad en el caos judicial e institucional que impera.
Debemos asumir la realidad: estamos solos y tenemos que seguir resistiendo. Sobre todo a nuestra propia sombra que, comprensiblemente aterrada, propone bala, bombas, autodefensas paramilitares y soluciones por el estilo —que en el largo plazo no lo son. Los enfoques punitivos que no van acompañados de reformas sociales y económicas estructurales en el mediano y largo plazo están condenados al fracaso.
Dejo aquí, por si les sirve, un verso del poeta palestino Mahmoud Darwish que me ha ayudado a sobrellevar estos días tristes y llenos de angustia:
“Resistir significa estar seguro de que tu corazón y tus huevos son fuertes, y que tu enfermedad no tiene cura: tu enfermedad, que es tu esperanza”.
Eso, resistir, trabajando por días mejores con esperanza, es quizá lo único que podamos hacer.