Lo invisible de las ciudades
Ecuador: Esquizofrenia, Guerra y Resolución
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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No saben cuán difícil ha sido escribir mi columna en esta ocasión. Al igual que muchos de nosotros, me embarga un sentimiento complejo y pesado. Una suerte de tristeza, mezclada con resignación e incertidumbre. Es una sensación similar al luto que nos produce perder a un ser querido. Y quizá sea aquel sentimiento de luto el que delate las diferencias entre las anteriores crisis que hemos vivido como país, y la que vivimos a partir de esta semana.
Antes, hemos tenido confrontaciones dramáticas, en las que han existido muertes lamentables. Pero ahora somos testigos de una muerte extraordinaria. Ante nuestros ojos, mientras veíamos horrorizados -y en tiempo real- las barbaridades ocurridas en TC Televisión, vimos también morir lo que creíamos ser como país.
Con la visión del país que creíamos ser, han muerto muchas cosas; y a lo mejor para bien. Murió nuestra ingenuidad. También murió ese autorretrato burdo de “lindo país”, en el cual nos pintábamos virtuosos e íntegros. Ya nos somos un cuadro de Kingman, o uno de Endara Crow. Se cayó la máscara, y nos vemos como lo que somos: la Edad de la Ira.
Pura ira que sentimos contra nosotros mismos; y que tiene su origen en el sentimiento de culpa. Dicha culpa nace de reconocer a nuestra indiferencia como la causante de los entornos miserables, de donde sólo se puede salir a través de lo ilícito y la violencia. Mirando para otro lado, dejamos que la miseria crezca y sea cosechada por la gente sabida e inescrupulosa que ahora amenaza nuestras vidas. Al no enfrentar nuestra realidad, hemos sido como el mal paciente que pretende curarse el melanoma que carcome su piel, simplemente ignorándolo.
Somos el monstruo que hemos creado de nosotros mismos. Todos somos parte de esto. Unos como participantes y otros como pasivos espectadores. Ahora sabemos la realidad de nuestra identidad y no nos agrada. Pero el beneficio de hacer la negación a un lado es tener la oportunidad de hacer algo para mejorar.
Desde siempre, he coincidido con la visión que Miguel Donoso Pareja expuso en su libro “Ecuador: Identidad o Esquizofrenia”. En sus páginas se nos plantea una idea brillante; lamentablemente acompañada de una narrativa floja que va del chisme al regionalismo: somos un país esquizofrénico. Padecemos de personalidades múltiples; y estas suelen confrontarse frecuentemente entre sí.
Hemos llegado a un nivel de conflicto interno crítico, que peligrosamente pide una resolución. Lo que se definirá de la situación actual es cómo será el Ecuador del futuro. ¿Seremos un estado organizado con estructuras eficientes? ¿O nos estamos convirtiendo en una tierra de nadie; en el Haití o la Somalia de los Andes?
Y mientras esa pugna de poder se da entre el Estado y el para-Estado manejado por las organizaciones delictivas, quienes formamos parte de las voces menores, en esta mosaica esquizofrenia nacional, vemos cómo los más fuertes definen nuestro futuro. Sentimos una impotencia tremenda, al creer que no podemos hacer nada; y es ahí donde debemos romper ese espejismo que solo nos quiere inactivos.
Se suele decir que una de las pocas cosas que nos une como país es el reconocimiento de nuestras diferencias. Estamos entrando en una nueva etapa, en la que deben unirnos nuestras similitudes; las necesidades y aspiraciones que todos compartimos, por nuestra común naturaleza humana. Hay fuerza en dichas semejanzas y debemos aprovecharlas para rechazar la violencia que nos ataca ahora; y la conveniente pasividad que nos llevó al presente escenario.
Hoy di con una línea hermosa de Charlie Chaplin: “Hay algo tan inevitable como la muerte, ¡y eso es la vida!”. Que el miedo a la muerte no rija nuestras vidas; que vivamos inevitablemente y que estemos dispuestos a unirnos en un rechazo a quienes usufructúan de la muerte.