El Chef de la Política
La ausencia de élites: uno de nuestros grandes problemas
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Una élite es un conjunto de personas que, por sus destrezas o capacidades, se distingue del grupo al que pertenece. Cuando el grupo es pequeño, la formación de una élite no es indispensable, pues bien podrían los agremiados, por sí y ante sí, llevar a cabo sus emprendimientos. Sin embargo, cuando el grupo crece, la necesidad de una élite que lo dirija se torna necesaria, mejor, indispensable.
Lo dicho puede parecer contradictorio, pues implica afirmar que, a medida que los grupos tienen más personas, desciende el número de individuos que toman las decisiones más importantes. Sin embargo, no hay paradoja alguna.
Aun cuando las organizaciones se manejen por criterios de inclusión entre sus miembros y las opiniones de los integrantes del grupo sean escuchadas, valoradas e incluso asumidas, al final, hay un pequeño grupo de dirigentes que ponen en marcha lo acordado. Por ello, el desempeño de los grupos puede ser atribuible, al menos en alguna medida, al tipo de élites que los gobiernan.
La descripción previa aplica a cualquier forma de organización social, indistintamente de los objetivos que persiga.
En un régimen democrático, las decisiones políticas más importantes pasan también por el tipo de élites que se encargan de la conducción del país. En ese plano, las élites, independientemente de sus orientaciones ideológicas o procedencia socioeconómica, asumen la conducción de sus respectivos grupos de apoyo para luego trasladar su pensamiento al diseño y ejecución de políticas públicas.
Por tanto, lo que se observa de la vida política o social puede ser comprendido, aunque no solamente de esta forma, como la expresión de lo que sus élites políticas tienen en mente como proyecto de país.
Dicho esto, el caso ecuatoriano se presta para plantear como diagnóstico inicial, que uno de sus problemas más acuciantes tiene que ver con la mediocridad de sus élites políticas. En ese aspecto, no creo que el punto esté en la ausencia de este grupo de dirigentes, pues lo dicho iría en contra del principio que gobierna a cualquier grupo, sino en los términos y condiciones bajo los que operan en la arena política.
Para tener una idea general de lo dicho basta ver lo que ocurre en algunas arenas de toma de decisión política.
La Asamblea Nacional es un ejemplo. Allí el debate no es de ideas respecto al tipo de país que se debería tener, sino en torno a cuestiones de forma, a cuestiones de manejo del lenguaje, a cuestiones minúsculas de interpretación de normas jurídicas que claramente dicen lo contrario de lo que los asambleístas pretender argumentar para salir de los atolladeros que les ocasionan sus acuerdos políticos de momento. No hay un proyecto de gobierno de corte socialista, liberal o conservador. Nada.
No lo hay porque esas élites que gobiernan no están dispuestas a jugarse por ello y prefieren asumir la actitud de sumisión frente a sus líderes. Líderes que van en la misma línea de mediocridad. Proponen determinadas salidas económicas o políticas a los problemas del país cuando están en el gobierno y defienden exactamente lo contrario cuando son parte de la oposición. La política tributaria es un caso de estudio al respecto.
Más allá del caso local, el enorme problema que afrontan las sociedades en las que sus élites carecen de un proyecto de país es que el común de los ciudadanos fácilmente puede caer en la desesperanza y la incertidumbre absoluta sobre lo que pasará en el futuro inmediato.
Esta propuesta, que podría parecer una evocación puramente lírica, en realidad tiene un trasfondo enorme, pues es allí, en la idea de una proyección grupal, en la que se sostienen los estados-nación modernos. Si ese tipo de anclaje simbólico y material empieza a tambalear, otros “enemigos”, como el narcotráfico o la delincuencia organizada, encuentran el terreno fértil para desarrollarse, avanzar y terminar tomándose por completo las distintas capas de la sociedad.
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Es difícil establecer con alguna dosis de certidumbre si en el pasado inmediato en Ecuador existieron élites políticas con mayor nivel de compromiso y formación que las de ahora. Si esto es así, el país va en un retroceso cuyas consecuencias aún son poco previsibles.
La otra opción es que la mediocridad y ausencia de proyecto nacional esté presente en las élites políticas actuales y lo mismo haya ocurrido con las de antaño.
En ese escenario, la supuesta crisis de la que hablamos con frecuencia no sería sino la reproducción de un estado de latencia en el que nunca se llega a situaciones extremas. Más allá de cualquier evaluación particularizada al caso nacional, lo cierto es que las características de las élites políticas explican en buena medida los desempeños de los países. Ahí uno de nuestros grandes problemas.