El pequeño Ecuador en la danza de los imperios
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Ante la mirada de medio mundo, hoy coronan, en un rito medieval, a ese príncipe sin gracia, orejón y paciente, que desechó a la carismática Diana y se hizo de una reina igual de gris que él.
Bueno, anotemos en su favor que es un gran defensor de la naturaleza, que premió al pintor amazónico Ramón Piaguaje y acaba de recibir una corona de plumas del pueblo achuar.
La pregunta es por qué nos atraen tanto las figuras de la realeza. Más allá de los fastos y el oropel, ¿será porque llevamos en los genes el recuerdo de haber aceptado, por las buenas o por las malas, a reyes e imperios de distinto pelaje?
¡¿Qué?! La misma izquierda que se alinea con el zar genocida de Rusia y con aquellos que, a cambio de sobornos, entregaron nuestros recursos al imperio chino, pondrá aquí el grito en el cielo en nombre de la soberanía nacional.
Hipocresías aparte, esta tierra ha soportado a diversos imperios: primero nos sometió el sanguinario imperio de los incas, ese que añoran los mariateguistas; luego llegaron los conquistadores a caballo, más brutales que los anteriores, y nos convirtieron durante tres siglos en vasallos de la Corona española.
Pero desde principios del 1800, fue el gran imperio inglés el que apoyó de diversas maneras la Independencia, pero dejándonos clavados con la Deuda Inglesa, que tardaríamos siglo y medio en cancelar.
Y quedó flotando la nostalgia de la monarquía. Así, el defenestrado Juan José Flores gestionó la reconquista española. Poco después, García Moreno solicitaría el protectorado francés con sus tristemente famosas cartas a Trinité.
El siglo XX nos encontró bajo el sol de un nuevo imperio, Estados Unidos, cuyos capitales financiaron al ferrocarril y a la South American Development Company para extraer el oro de Zaruma.
Mas aún, durante la Segunda Guerra Mundial instalaron bases militares en Salinas y en Galápagos para defender el continente de un hipotético asalto de japoneses o alemanes.
Tras la derrota alemana, el mundo quedó dividido en dos grandes bloques. Mientras el país se alineaba con la United Fruit, muchos intelectuales se identificaban con Moscú, pasando por alto el hecho de que Stalin había sido un genocida comparable con Hitler.
Entonces, en plena Guerra Fría, ocurrió el triunfo de la revolución cubana, que volvió más tropical y radical la opción: "¡Cuba sí, yankies no!".
Gente que cuestionaba desde la izquierda el "reformismo" de la URSS, adhirió con entusiasmo al liderazgo de Fidel, sin importarle que este se hubiera ubicado bajo el ala de los soviéticos en contra de Washington.
En esa coyuntura, si no estabas con un imperio, necesariamente estabas con el otro.
Intentando superar tal maniqueísmo, surgió el Movimiento de los No Alineados, que se apagó con la caída del Muro de Berlín, y no faltaron resentidos criollos que se fascinaron con el maoísmo cuando el más antiguo imperio de todos, el chino, rompía con Moscú e iba recobrando su fuerza.
Medio siglo después, es Putin quien busca el amparo del nuevo emperador oriental, Xi Jinping, el hombre más poderoso del planeta pues reina sin el menor impedimento mientras Biden está obligado a acatar las normas democráticas y negociar con el Congreso.
La invasión rusa a Ucrania agudizó la confrontación entre Oriente y Occidente y es muy riesgoso bailar entre los dos como lo intenta Lula. Si el correísmo desarmó la base de Manta para regocijo de los narcos, ahora el Gobierno busca la colaboración del FBI y la CIA para luchar contra los actos terroristas.
En un ambiente de Tercera Guerra Mundial, de ataque masivo del narcotráfico y de millones de ecuatorianos soñando con trabajar en Estados Unidos, la opción está bastante clara.