Tablilla de cera
No es como Colombia. Es peor. Y solo muy unidos podremos enfrentarlo
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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La cadena de atentados con bombas, vehículos incendiados, motines carcelarios, fuga de presos y toma de rehenes conmocionó este martes al Ecuador y tuvo eco en la prensa y los políticos del mundo entero.
Algunas de estas acciones fueron de una audacia y desfachatez sin nombre, como la toma de 40 rehenes de TC Televisión, que tuvo momentos dramáticos pero un final feliz, debido a la excelente actuación policial.
Pero el eslabón más horripilante de esa cadena de atentados fue el de las presuntas ejecuciones de policías y guardias, grabadas en video y transmitidas sin pudor por las redes, y otros asesinatos aleves, como los ocurridos en el centro comercial Albán Borja, de Guayaquil. Solo en la zona 8 hubo 14 asesinatos este martes.
Todo esto, más lo que se ha vivido desde el 1 de enero (cuando hubo 50 asesinatos, el peor día de esta fatal estadística en la historia del Ecuador) e, incluso, desde antes, con el magnicidio de Fernando Villavicencio, nos hace ver que el Ecuador está bajo ataque y que debemos esforzarnos todos por recuperar la paz.
Pero no olvidemos que estas acciones de terrorismo explícito tuvieron ya un primer episodio el 1 de noviembre de 2022, con acciones coordinadas en Guayas y Esmeraldas (y al día siguiente en Santo Domingo de los Tsáchilas) igualmente con explosiones, atentados a gasolineras y ataques a puestos de policía, con el propósito de causar temor en la población y obligar al Estado a desistir de sus acciones.
Aquel desate se debió a la decisión del entonces presidente Guillermo Lasso de reorganizar las cárceles, reubicando a presos y requisando armas y dispositivos de comunicación. Hoy es también una decisión relativa a las cárceles, el traslado de cabecillas a La Roca, la que provoca esta respuesta terrorista, aunque ahora lo es en todo el país, como para mostrar la presencia territorial del crimen, pues ha habido atentados indiscriminados con bombas incluso en ciudades como Loja y Guaranda, en varias localidades de El Oro y Los Ríos y explosiones en puentes peatonales en Quito (vía a Los Chillos, el martes, y Carapungo, el miércoles).
No ha faltado en estos días la comparación con lo sucedido en Colombia, cuando los carteles de Medellín y Cali lanzaron una verdadera guerra para detener la medida de extradición, que el presidente Virgilio Barco activó por vía administrativa cuando detuvieron a Carlos Lehder, y también como reacción de Barco al reciente asesinato de Guillermo Cano, el director de El Espectador.
El grupo que Pablo Escobar se inventó y lideró, el de “Los Extraditables”, desencadenó una guerra sin cuartel con atentados dinamiteros y asesinatos para silenciar a periodistas y políticos, poner precio a la vida de policías y jueces que no se dejaban comprar y, sobre todo, presionar al Gobierno para que cesara las órdenes de captura o extradición. Efectuaron más de 600 atentados en siete años, algunos demenciales como las bombas en el DAS, en el club El Nogal, el avión de Avianca y otras, cada una de las cuales mataron a decenas de personas.
En las elecciones de 1990, Colombia tuvo el funesto récord de tres candidatos presidenciales asesinados: el liberal Juan Carlos Galán; Bernardo Jaramillo, líder de la Unión Patriótica (de la cual antes asesinaron también a Jaime Pardo Leal), y Carlos Pizarro, excomandante del M-19.
Pero es quizás oportuno reflexionar en dos cosas:
- Aquella campaña terrorista se hizo cuando los capos colombianos de la droga manejaban todo el negocio
- No había carteles de otros países involucrados.
Mientras que hoy, 30 años después, el Ecuador enfrenta a verdaderas multinacionales del crimen, con los carteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, la 'Ndragheta italiana y los albaneses, todos los cuales están en decenas de países y tienen recursos y logística ilimitados para suministrar armas y dinero a sus aliados locales.
Y la otra gran diferencia es la proporción, mejor dicho, la desproporción de las fuerzas enfrentadas: según cálculos de Fernando Carrión, las organizaciones delincuenciales ecuatorianas tienen 50.000 efectivos, mientras las Fuerzas Armadas ecuatorianas tienen 38.000. Y aunque la Policía Nacional tiene 60.000 efectivos, su capacidad operativa es mucho más limitada.
Por eso es que me atrevo a decir que la situación que hoy enfrenta el Ecuador es peor que la de Colombia. En un país mucho más pequeño y compacto (la quinta parte en territorio y la tercera parte en población que Colombia), el crimen transnacional ha penetrado justicia, policía, política y hasta el seudoperiodismo del Ecuador.
Por eso, al país le falta mucho para triunfar en esta guerra. Y la manera de enfrentarla es estar muy unidos, sin permitir que los aliados políticos y comunicacionales del narco nos distraigan o dividan, apoyando a nuestra fuerza pública y llenándonos de coraje y fortaleza interior para no caer ni en el caos ni en la desesperación. Porque al final triunfaremos.