Efecto Mariposa
El país donde las personas se sienten más inseguras
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
Actualizada:
Ecuador es el país de América Latina donde las personas se sienten más inseguras. Es la conclusión a la que llegó la encuestadora Gallup, después de que el 64% de los que participaron en una encuesta reportaron que se sienten inseguros al caminar por las noches en sus zonas de residencia. La encuesta es de 2022.
Para tener una idea del récord que batimos, Gerver Torres, investigador de Gallup, manifiesta que en América Latina, una región que de por sí está por debajo en términos de seguridad con respecto a otras regiones del mundo, ser el peor país en seguridad es muy significativo.
Y el mensaje es más fuerte en un país que hace solo cinco años estaba entre los más seguros; el primer lugar en inseguridad lo tenía Venezuela.
A pesar de lo alarmante que debería ser que Ecuador haya sido declarado el país en el que las personas se sienten más inseguras en la región, el aviso no tuvo mayor connotación. Simplemente, la noticia fue una más.
Las autoridades relacionadas con el tema de seguridad no lo mencionaron. Tampoco la inseguridad fue tendencia en las redes sociales, y no hicimos escándalo para que nuestros gobernantes al menos nos ofrezcan una justificación.
Se podría pensar que esto se debe a que la encuesta de Gallup analiza la percepción de inseguridad, y normalmente suele subestimarse la utilidad de las percepciones, pues se prefieren las mediciones objetivas.
Sin embargo, las cifras ratifican que el país cada vez cede más espacio a la violencia y la criminalidad, pues en 2022, el mismo año de la encuesta de Gallup, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes fue de 25,5 (datos de la Policía Nacional).
En 2017, esa tasa era de 5,7 y fue subiendo paulatinamente, hasta que en 2021 se disparó a 13,7; y de ahí pasamos de un soplo a ese 25,5.
Ni en 2010, año en el que la tasa de homicidios fue alta (17,4) se vio algo así.
Lo cierto es que con cifras o con percepciones la realidad diaria que se vive en el país es de narcotráfico, robos, asaltos, sicariatos, asesinatos, femicidios, robos con muerte y ataques con explosivos.
Dado que hemos sido una aparente isla de paz, con los niveles de violencia y criminalidad como los que tenemos, no debería existir espacio para la parsimonia generalizada que se percibe en el país frente a este tipo de actos.
En lugar de exigir acciones para tener un país más seguro, aprendimos a convivir con tanta naturalidad con este lenguaje de violencia y criminalidad, al punto que parece que los ecuatorianos no solo que no nos dimos cuenta de lo que pasó, sino que me atrevo a decir que estamos entrando en un camino de difícil retorno: la cultura de violencia.
Es decir, nos estamos convenciendo de que la violencia es la mejor manera de hacer frente a los problemas y a las disputas.
Así, ya no causan asombro actos violentos que antes nos provocaban pavor cuando nos enterábamos de que sucedían en países vecinos. Ahora, los asesinatos múltiples, los cuerpos descuartizados o decapitados, se ven como algo natural, pues estamos en Ecuador.
Las noticias de los crímenes en centros educativos, escuelas, colegios y universidades, antes sitios de paz, suenan como sucesos del día a día.
Y los desacuerdos, que antes se solucionaban con el diálogo, en un centro de mediación o con la justicia, ahora se resuelven contratando por USD 500 o menos a un sicario, de los tantos que abundan en Ecuador. No hay intención de solucionar las diferencias de forma pacífica.
Y esto no se limita solo a los miembros de las bandas delictivas, muchas personas sin antecedentes penales han sido asesinadas bajo esta modalidad, y en algunos casos se presume que pagaron con su vida porque tenían desavenencias minúsculas con los presuntos autores materiales de los delitos.
En parte, este último punto podría estar explicado porque en el análisis de costo-beneficio de asesinar a alguien, al parecer, solo se ponderan los beneficios (cobrar la venganza). Sobre los costos, si estos están relacionados con la justicia, siempre hay esperanza de esquivarla y salir bien librados.
Solo por mencionar un caso reciente, un Juez de La Concordia otorgó la libertad a una persona que fue condenada a 24 años de prisión por ser el autor del asesinato del concejal de Riobamba, Patricio Guaranga.
Y este no fue el único acto irregular del juez, y ya fue destituido por el Consejo de la Judicatura.
Estamos cambiando vidas por capturas de sicarios, y aplaudimos los anuncios en los que nos cuentan que el 'presunto' autor de un delito fue detenido.
Y así vamos perdiendo la perspectiva de la convivencia civilizada y estamos enredándonos peligrosamente en una cultura de violencia en la que se justifica y se celebra la muerte de supuestos delincuentes en ajustes de cuentas.
Nuestro nivel de exigencia del país que queremos se ha degradado hasta el punto de que estamos satisfechos si alguien está tras las rejas, sin saber si será el victimario y si la justicia hará su papel, o si un delincuente (ahora todos son los más buscados) fue acribillado.
Y con eso nos conformamos, con la violencia que genera más violencia, y que va apareciendo en espacios que antes eran impensables.
Ya no pedimos un plan de seguridad. Ya no pedimos acciones para blindar al país de las bandas criminales y del narcotráfico.
Nos olvidamos del país de paz y nuestro premio consuelo es violencia después de la violencia.