La hipótesis del mono borracho
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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No, no son los carteles mexicanos ni la corrupción lo que está en la base del consumo de drogas: es el principio del placer. Así como el tráfico está determinado por el consumo, a este lo determina el hedonismo, aunque luego sea ya un asunto de adicciones o de la suspensión de la angustia y el dolor. (Ojo, nada produce más satisfacción que la suspensión del dolor).
En general, a los humanos nos gusta mucho consumir drogas del más variado tipo. Desde el café y el chocolate hasta la cocaína y las anfetaminas; desde el tabaco y la marihuana hasta los opiáceos y la ayahuasca; desde el zetix hasta los ansiolíticos y los antidepresivos, la lista es interminable.
Cada substancia tiene su historia y sus efectos particulares, claro, pero hay una que se remonta millones de años en la evolución: el alcohol. Sobre esto, en el año 2000 un biólogo de la famosa Universidad de Berkeley, Richard Dudley, publicó un artículo científico en el que planteó una idea que pasó a ser conocida como la ‘hipótesis del mono borracho’.
Según Dudley, la atracción que sentimos los humanos por bebidas fermentadas como el vino y la cerveza nos viene de la época cuando vivíamos trepados en los árboles y nos alimentábamos de frutos cuyos azúcares, al fermentarse, se convierten en etanol.
Ese olor pungente y embriagador atraía a nuestros volátiles y hambrientos antepasados que consumían con fruición el potaje y se alegraban la vida tal como lo seguimos haciendo millones de años después. De modo que no fue el dios Baco el inventor del vino, sino que este se genera desde siempre por la acción de la levadura sobre los azúcares de la uva. Lo mismo pasa con la cerveza, que ya era preparada por los habitantes de China y el Cercano Oriente hace 13.000 años.
Entre los animales, no son los monos los únicos que se emborrachan; hay otros que vuelan más alto y alteran el orden público. La noticia no tiene desperdicio: ‘Pájaros borrachos alborotaron una ciudad de Minnesota; la policía dijo que se recuperarán en breve’. ¿Qué había sucedido?
Pues que una helada adelantada hizo que las bayas se fermentaran antes de tiempo y los pájaros que las consumían se emborracharan y empezaran a chocarse contra las ventanas de las casas y los automóviles y tuvieran el comportamiento errático de una bandada de adolescentes plutos.
Linda palabra ‘pluto’, que nos remite a la manera de andar del perro Pluto, aunque este no hay probado nunca una gota de alcohol en las tiras cómicas de Disney. En cambio, me tocó conocer en México, hace unos 30 años, a un burro borracho.
Camino de las pirámides de Tenochtitlán, el chofer que me llevaba desde el DF se detuvo en un restaurante orillero y ordenó tres cervezas.
- ¿Por qué tres?
- Pos ya va a ver –dijo- guiándome hacia el patio de tierra donde estaba parado un burro solitario.
El chofer le colocó delante la cerveza y el burro la levantó con la trompa y se la bebió toda de un saque. Ese era el gancho del salón.
Digamos que volver alcohólico a un burro para atraer clientes es un caso de abuso animal, pero nadie ve con malos ojos que las reuniones sociales, desde aquellas en las que se sientan a charlar un grupo de amigos hasta los grandes matrimonios, giren alrededor del alcohol y terminen con numerosos chispos.
Ampliando el enfoque a las demás drogas, pueden lanzar todos los ejércitos del planeta contra el narcotráfico que no van a erradicar el consumo, pues responde a una profunda necesidad humana.
Eso lo comprobaron con la prohibición y persecución del alcohol en EE.UU., que generó una mafia encabezada por Al Capone. Hoy, tras medio siglo de la guerra contra las drogas lanzada por Nixon, que era alcohólico, estamos como estamos. O legalizan, para empezar, las drogas suaves, o esta guerra no terminará nunca.