El Chef de la Política
'Don Naza' y las clases medias
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Ecuador es un país para estudiar. Acá los problemas sociales tardan en hacerse públicos, maduran bajo la sombra, crecen de forma oculta en cuanto a sus posibles afectados y se desarrollan de forma sostenida pero reservada.
De pronto, cuando recién nos enteramos de que estaban ahí, casi a la vista, la solución surge ipso facto, rauda y veloz, sin mayor espacio para que la ciudadanía pueda objetar nada. En realidad, cuando nos estamos desayunando de cómo mismo era el problema, ya la salida está lista.
Entre enterarnos de qué pasó y cómo se resolvió el entuerto nos llega otro problema que nos quitará el poco tiempo que teníamos para pensar en el anterior. Así, entre la inmediatez del conflicto y la no menos rápida salida, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, como dice el cantor.
Aunque es cierto que las respuestas que damos a los conflictos sociales en ocasiones no son definitivas, hay que reconocer la capacidad que tenemos de echar tierra pronto sobre nuestras miserias; así, como los gatos.
Hay que reconocer la capacidad que tenemos de echar tierra pronto sobre nuestras miserias, como los gatos.
Cuando se hizo evidente que la Presidenta de la Asamblea, Guadalupe Llori, estaba al borde del abismo y que en la Asamblea Nacional se gestaba un conflicto, pronto un juez constitucional, de esos que conocen de Derecho menos que comisario de policía de antaño, pero que cotizan sus decisiones más alto que magistrado de justicia de ahora, le dio una salida a su problema.
Así, la legislatura dejó de ser por unos días algo de qué preocuparse. Lo mismo sucedió cuando dos vocales del Consejo de la Judicatura estaban prácticamente destituidos. Una vez que la opinión pública se enfrentaba al dilema de cómo se reordenaría esa institución clave para la justicia, nuevamente las acciones de constitucionalidad se presentaron y los fallos judiciales a la carta estuvieron ahí.
Se zanjó el problema parcialmente, aunque ya sabemos que ahora obtener fallos de ese calibre tiene el mismo valor jurídico que las boletas de encarcelamiento que antes se sacaban por giro de cheques sin fondos.
Pero no siempre somos de medias tintas para dar respuestas inmediatas a los problemas sociales o políticos. En ocasiones actuamos definitivamente y sin lugar a críticas. Ese es el caso de 'Don Naza'.
Luego de que el ahora finado ingresó a donde nadie puede ingresar, caminó por donde nadie más puede caminar y entregó lo que la mayoría de la gente nunca podrá juntar con el trabajo de toda una vida, el problema ya no era él sino lo que sabía y de quiénes.
El ahora finado ingresó a donde nadie puede ingresar, caminó por donde nadie más puede caminar y entregó lo que la mayoría de la gente nunca podrá juntar.
Ahí, no hay salida más eficaz que mandar a la gente al otro lado, al más allá. Esa es una salida pronta, concisa y frente a la que nadie puede ni debe decir nada. No hay que preguntar por responsables ni por las circunstancias del crimen. Mejor aún si nos convencemos de que fue un suicidio.
Mejor aún si nos convencemos de que las autoridades "llegarán hasta las últimas consecuencias". Mejor aún si hacemos el ejercicio de empoderarnos de la idea de que la gente humilde que ha sido y será detenida es la responsable del hecho. Siempre habrá un pobre que asuma la responsabilidad del poderoso, ya lo sabemos.
Esa es la sociedad que tenemos. Hay tanta cloaca que aparece día a día y tanta salida superficial que le sigue, que ya el país no tiene tiempo para sorprenderse de nada y mucho menos para discutir lo que acá sucede. A eso hemos llegado.
No estamos en la misma situación de muchos países de África o de América Central, estamos peor. Cada día somos más corruptos, cada día somos más evasores de las sanas prácticas, cada día tenemos más muertos, como 'Don Naza', que todos sabemos por dónde vienen las responsabilidades, pero que nadie se atreve a decirlo públicamente porque ante todo precautelamos nuestras propias vidas.
Cada día somos más corruptos, cada día somos más evasores de las sanas prácticas, cada día tenemos más muertos.
Ese es el retrato de la sociedad ecuatoriana. Con ínfimas alegrías, deportivas sobre todo, y propiciadas por la gente más humilde, y con un arsenal de delincuentes apoltronados en lo más alto de esta triste sociedad, aprendemos más rápido a delinquir con los recursos del Estado que a leer un buen libro o a reflexionar sobre la importancia de la cultura.
Si ni siquiera en las cuestiones que nos alimentan a nosotros mismos pensamos, peor lo vamos a hacer con lo público, con lo de todos, con lo de las futuras generaciones.
El nuestro es el escenario de los países en los que las clases medias son marginales, están desprovistas de horizontes de vida más allá de lo cotidiano y sufren un proceso de aniquilamiento material y espiritual.
Material, porque cada vez están más cerca de engrosar el amplísimo grupo de pobres y cada vez más lejos de prosperar. Espiritual, porque la vorágine de problemas sociales que se presentan llevan a esa clase media a la desazón, a la indiferencia, al quemeimportismo.
Cierto es que nunca tuvimos un grupo sólido de profesionales, artesanos, artistas, obreros y gente de diversos oficios que dote de sentido al país. Pero al menos, hasta hace un tiempo, los espacios en los que se escuchaban voces refrescantes y emociones esperanzadoras eran mayores.
Ahora, cada vez nos acercamos más a esos países de los que decíamos estar lejos. Aquellos países en los que aparece un muerto y la gente vira la cara para no enfrentar la realidad, más aún si se sabe que ese muerto viene con factura de poder. Así, como en el caso de 'Don Naza'.
Caminamos firmemente al despeñadero. Ya el estiércol de la corrupción no nos afecta y en ocasiones incluso pensamos que por ahí es la salida.
La muerte del otro no nos conmociona y, peor aún, nos llama al silencio cuando sabemos dónde está la raíz de todo.
A la par, nuestros políticos creen engañarnos cuando en realidad los engañados son ellos. La gente perfectamente se da cuenta de lo que sucede porque el doctorado del sentido común no se compra en cualquiera de las universidades de garaje que tenemos, sino en la durísima actividad de lo cotidiano, de la conversación familiar, de la liga barrial del fin de semana, del intercambio de palabras en el bus o en el mercado.
Ahí la gente aprende a interpretar la realidad, mientras que la mayoría de nuestros políticos no conocen esos espacios ni en fotos.
Lo que le falta a la gente es el canal por dónde expresar sus insatisfacciones. Ese canal no ha llegado aún, pero lo hará pronto, en alguna expresión dura, contundente y frente a la que la explicación está a la vista.
Nos hundimos de a poco. Nos falta la clase media que reflexione y constituya el espacio a través del que se canalicen las demandas populares y se ancle la posibilidad de la movilidad social de los más desprotegidos.
Nos falta la clase media que reflexione y constituya el espacio a través del que se canalicen las demandas populares.
Tenemos cada vez más arraigada una élite económica pequeña, pero al mismo tiempo intrascendente, incapaz de pensar más allá de la billetera. Con muchas tarjetas de crédito y pocos libros a su haber.
Así, no es posible. Así, la opción de que los más pobres surjan no tiene salida. Así, lo que nos espera es la aparición de los líderes mesiánicos, de los que se dejan ver y también de los que se mantienen en la oscuridad.
Cuando más 'Don Naza' aparezcan y el silencio nos sobrecoja a todos, allí pensaremos, tarde ya, que habría sido bueno potenciar a las clases medias. Esas que han hecho posible igualar las sociedades en cuanto a oportunidades y que han permitido un desarrollo social armónico.