Efecto Mariposa
Las distancias nos importan a todos
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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La pobreza incomoda naturalmente y es vista como una situación indeseable, pues siendo sinceros, a nadie le interesa vivir con las justas, a menos que haya hecho votos de pobreza, lo cual es muy respetable.
A pesar de las graves consecuencias que puede traer la carencia de recursos económicos, el que la pobreza acapare gran atención de los medios, de los políticos, los académicos y de la sociedad en general a veces puede restar importancia a otro grave problema: la desigualdad económica.
Este tipo de desigualdad muestra cómo se distribuyen en la sociedad los recursos y refleja diferencias en los ingresos, el consumo, la riqueza, y en el acceso a bienes y servicios públicos y privados.
En esta columna me centraré únicamente en la desigualdad de ingresos y presentaré algunos resultados del informe Perspectivas económicas mundiales, publicado por el Banco Mundial hace pocas semanas.
Según el organismo, la desigualdad de ingresos en el mundo aumentó durante la pandemia y este incremento se dio dentro de cada país, entre países y a nivel global.
Como es de conocimiento de algunos lectores, la desigualdad dentro de cada país se mide con el coeficiente de Gini y toma valores entre 0 y 1, donde 0 indica una igualdad perfecta (todos los habitantes del país tienen los mismos ingresos) y 1 representa una desigualdad perfecta (una persona concentra todo y los demás no tienen nada).
Para tener una idea de la desigualdad en algunos países, en Ecuador, según el INEC, el coeficiente de Gini en diciembre de 2020 se ubicó en 0,5.
Ese mismo año, Uruguay tuvo un coeficiente de Gini de 0,387, Brasil (0,534), Alemania (0,344). El último reporte de Sudáfrica fue en 2014, con un coeficiente de Gini de 0,63.
En el informe del Banco Mundial, se analizan las cifras de desigualdad de ingresos de mercados emergentes y economías en desarrollo (MEED), que incluyen todas las economías que no están clasificadas como avanzadas.
Y concluye que el aumento en la desigualdad es de 0,3 puntos, cifra que coincide con la media anual de la disminución de la desigualdad de ingresos en los MEED durante los últimos veinte años.
Aunque, actualmente, esa cifra parezca baja, la desigualdad podría aumentar a ritmos acelerados en el futuro, como consecuencia del retroceso en las condiciones sociales y económicas que experimentaron algunos países debido a la pandemia de Covid-19.
Entre las razones de este incremento en la desigualdad de ingresos, se mencionan el aumento del desempleo y la pérdida de ingresos, que afectaron mayormente a personas pobres, trabajadores con baja cualificación o trabajadores informales y mujeres.
Este anuncio del aumento de la desigualdad de ingresos puede provocar algunas reacciones. Por ejemplo, podría no causar ningún asombro, pues en verdad, era esperado un incremento en la desigualdad por la pandemia de Covid-19.
En otros casos, la desigualdad de ingresos podría estar normalizada y seguir hablando del mismo tema puede resultar fastidioso, pues siempre ha habido desigualdad.
Esto es particularmente cierto en países de América Latina; existen algunos estudios que analizan los orígenes coloniales de la desigualdad económica en la región, concluyendo que las mitas, las encomiendas, los obrajes y los concertajes profundizaron las diferencias entre conquistados, esclavos y conquistadores.
Por último, se podría reflexionar desde una postura más cómoda: si yo estoy bien, mejor no saber de los problemas de los de abajo.
Sin embargo, hay motivos para que, incluso aquellos que están en buena situación económica o que ya están cansados de escuchar de lo mismo y lo mismo, se preocupen por el aumento de las diferencias en los ingresos.
La desigualdad de ingresos suele estar mal acompañada de la pobreza y ambas son las raíces de otros tipos de desigualdades: educativas, de salud, laborales, políticas, de género, ambientales.
En otras palabras, quienes están en las peores condiciones económicas tendrán menos posibilidades de estudiar, pero la historia no termina ahí, pues si una persona no ha tenido una educación de calidad, las posibilidades de conseguir un buen trabajo son casi nulas.
Adicionalmente, quienes se encuentran en desventaja económica, tienen más probabilidades de padecer problemas de salud y tendrán más dificultades para acceder a una atención médica. También estarán más expuestos a los riesgos y peligros medioambientales.
En referencia a la desigualdad política, esta se manifiesta en los obstáculos que enfrentarán las personas no pudientes para participar en la vida y agenda políticas de sus países.
Hasta ahí no hay problema y parece que, si alguien no es parte de los que están peor, saldrá ileso de la desigualdad. Sin embargo, vivimos todos juntos: ricos, clase media y pobres, y las acciones de unos afectan a otros.
Sobre todo, se puede esperar la reacción de quienes son dejados de lado por el sistema, de ahí que las desigualdades económicas, en general, están asociadas con inestabilidad política e inseguridad.
En esas condiciones, es difícil que un país se enrumbe en un plan de crecimiento económico y, contrario a lo que se ha afirmado durante años, la desigualdad económica sí incidiría negativamente en el crecimiento económico y la receta: primero crecemos y luego nos repartimos, no sería muy efectiva. De ahí que haya surgido el famoso "crecimiento inclusivo".
El incremento de la desigualdad de ingresos es real y no puede esperar al fin de la pandemia. Es en esta época en la que todos, y en especial los más pobres, debemos tener el acceso garantizado a servicios de salud y educación de calidad.
Con los ingresos de la reforma tributaria se debería garantizar, y nosotros deberíamos exigir, al menos eso.
Es ahora cuando las políticas de transferencia de renta deberían ser más efectivas y auxiliar a quienes no tienen condiciones de sobrevivir. Es en este momento se debe generar empleo de calidad.
Las distancias deben acortarse, pues su existencia genera "abismos de empatía" que aumentan las distancias entre ricos y pobres.
Si esas distancias se vuelven muy grandes, al punto que no nos importen ya quienes están en el otro lado, lo habremos perdido todo.