De la Vida Real
El discurso que nunca daré
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Tal vez hoy hubiera sido un día distinto, nos hubieras vestido todos elegantes, los niños estarían nerviosos, inquietos, sin saber lo que estaría pasando, pero sintiendo que es algo importante.
El ambiente sería una mezcla de nerviosismo, fiesta, orgullo y formalidad. Tal vez unos estaríamos llorando, otros hubiéramos llevados a los abuelos, a los tíos o a los primos. Las fotos y videos serían los protagonistas de la jornada.
Hoy hubiera sido un día distinto. Pero aquí estamos, tal vez no tan elegantes, tal vez más emotivos y decididos a llorar con libertad. Orgullosos de este gran salto que dan nuestros pequeños que, aunque nos cueste reconocerlo, ya dejan formalmente de ser bebés.
Hoy llegó el día que se van del preescolar para ir a la primaria. Sí, dejan el mandil y salen corriendo con una mochila más grande, con unos libros más pesados y muchos retos a cuestas. Se van corriendo, y nosotros nos quedamos con la incertidumbre de no saber qué va a pasar
¿La educación será virtual? ¿Irán al colegio? ¿Están preparados para vivir ocho horas al día con mascarilla? Sí, ellos nos han demostrado que saben lavarse las manos mejor que cualquier experto y con una sonrisa siempre nos recuerdan que hay que cerrar las llaves para no desperdiciar el agua. Se ponen el jabón, se frotan sus manitas chiquitas y gorditas. En voz bajita cuentan hasta 20, abren el grifo y se enjuagan. Así, todos aprendimos de ellos cómo es una lavada de manos efectiva.
Hoy es un día distinto. Los niños tienen puestos sus uniformes sin ir al colegio. Estamos todos atentos sin salir de casa. Estamos, como todos los días, frente a la computadora listos para darles su diploma, que llegó por mensajería. Cosas de la modernidad y tradición del pasado.
Aquí estamos todos, orgullos de estos héroes que han soportado el encierro, el estrés de sus padres, las peleas con sus hermanos, la escasez de golosinas y la ausencia de sus amigos.
Ellos, con sus travesuras y sus ocurrencias, han hecho que esta etapa de más de tres meses de encierro sea diariamente inesperada en medio de una rutina abrumadora.
Ellos son los que nos sacan las mejores sonrisas y nos dan ánimo para no caer en la desesperación, los que nos consuelan cuando nos ven llorar, los agentes oficiales de los favores y los chasquis encargados de llevar las encomiendas por toda la casa. Ellos son los verdaderos campeones.
Qué duro hubiera sido este confinamiento sin estos niños que, con su imaginación, por momentos nos trasladan a sus mundos de fantasía. Mientras uno como adulto trata de concentrarse en el trabajo, ellos con su magia nos desconcentran por completo y caemos rendidos a los placeres de sus juegos, a los antojos de sus dulces, a los martirios de sus monstruos.
A nuestra respuesta de “espérate un ratito. Termino y ya voy” se suma un llamado de emergencia para ver la mariposa de color blanco que será la que trae la cura del coronavirus. La esperanza está, y ellos la encuentran en cualquier espacio para salir a jugar a salvo.
Ellos son doctores, bomberos, científicos y sabios. Ellos están listos para aprender a leer los cuentos que ahora les leemos. Ellos nos han demostrado que juntos podemos hacer una mejor guerra de paz con besos y abrazos. Ellos nos han enseñado a tener paciencia, porque ahora es un día en que se gradúan de maestros y nosotros, de alumnos.
Buen viaje a la primaria. Que por ahora no importe el cómo, ni el dónde, que sólo importe el nuevo comienzo, y ahí estaremos nosotros, como papás, listos para guiarles, y estarán los profesores listos para enseñarles.
Gracias, chiquitos, por tanto. Gracias por entender, gracias por colaborar, gracias por existir y hacer de este un mundo más alegre y, de esta cuarentena, un espacio de tiempo menos aburrido.
¡Felicitaciones, graduados!