Hablemos de ciudad
Cómo es navegar una ciudad ecuatoriana desde la discapacidad
Profesor e investigador. Cofundador de Kaleidos, de la Universidad de Cuenca. Doctor en Sociedad y Cultura. Estudia temas relacionados con discapacidad y ciudad.
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Es evidente que las ciudades ecuatorianas han sido diseñadas y construidas para personas sin discapacidades.
El efecto de esta discriminación es la marginación, la violencia, el aislamiento social y espacial. Y esto sucede incluso en Cuenca que, en general, cuenta con mejores estándares de accesibilidad que otras ciudades del país.
Hay un entendimiento pobre de lo que significa el término inclusión por parte de la ciudadanía y de los funcionarios públicos que tienen la misión de pensar, diseñar y proyectar la ciudad.
En una entrevista realizada a uno de ellos obtuve la siguiente respuesta:
-En el momento en que intentas ser muy inclusivo y que algo sea dedicado a personas con discapacidad estás causando discriminación, porque estás provocando que ese espacio público sea exclusivo para alguien con discapacidad […] Si dedicas un parque a niños con silla de ruedas, estás generando más discriminación.
Otros, en cambio, asumen los lineamientos de la accesibilidad universal como la receta para la inclusión, pero no ven que causa otros problemas.
Si bien como premisa parece oportuna, encarna la paradoja de diseñar soluciones universales para responder a necesidades específicas, y esta asunción desconoce la diversidad de usuarios y sus necesidades.
Por ejemplo, asumimos que la solución de plataforma única (dejar a la misma altura la calle y la acera) facilita la movilidad de las personas. Pero, al no tener una acera, el peatón queda desprotegido frente a los vehículos.
Mientras que, al hacer estas aceras a la misma altura de la calle, dejamos a las personas ciegas sin borde clave para transitar con la ayuda de su bastón.
En una conversación con amigos de la Sociedad de No Videntes, registré los siguientes comentarios:
-Antes servían de referencia las veredas, pero ahora no hay […]. Toca ir más pegado a la pared, pero otro problema es que los negocios sacan maniquíes, cajas, parlantes… Uno va tumbando los maniquíes (Rodrigo).
-Antes usted, dentro de la vereda, estaba más o menos a salvo. ¿Ahora cómo, si no hay veredas ni protecciones? (Vicente).
-Yo me desubiqué […] creía que seguía dentro del parque. Total, estaba parada en la mitad de la calle. Yo parando el tráfico…Son cosas que nos pasan a diario. ¡Es horrible! Los carros van al lado de uno, parece que ya se meten a la acera. Es tan angosto y peligroso. Hay que andar con la bendición de Dios. (Anita).
Quizás, como lo plantea John Hull, estamos siempre condenados a la traducción del lenguaje y del espacio, siendo la accesibilidad universal algo inalcanzable o incluso indeseable, como el afán de tener un idioma universal.
El reto está en ampliar las posibilidades de uso y disfrute del espacio desde la diversidad humana, mediante el diálogo con las personas que operan ese espacio público y las que lo usan.