Efecto Mariposa
Dios en Ecuador
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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Para la mayoría de ecuatorianos, la existencia de Dios no está en discusión. En efecto, el 97,8% de los entrevistados en la séptima ronda de la Encuesta Mundial de Valores (2017 – 2022) manifestó que sí cree en Dios.
Aunque no es posible, a partir de esta respuesta general, saber si ese dios es único, omnipotente y omnisciente o corresponde a una fuerza impersonal o a una energía cósmica, el hecho que se debe resaltar es que hay una abrumadora mayoría de ecuatorianos que creen en un Ser Supremo.
Según la misma encuesta, el 77% de los encuestados respondió que Dios es muy importante en sus vidas; en una escala de 1 (nada importante) a 10 (muy importante), el porcentaje mencionado otorgó una calificación de 10. Quienes respondieron con el puntaje mínimo, 1, representan apenas el 2%.
Analizando esta respuesta por sexos, hay diferencias, puesto que el 81% de las mujeres piensa que Dios es muy importante en su vida, frente a un 72% de los hombres.
Igualmente, hay variaciones por grupos de edad. Para los más jóvenes el porcentaje es menor (72%), y comienza a subir a medida que aumenta la edad: 30 a 49 años (76,3%) y más de 50 años (83%).
A pesar de que la existencia de Dios ha estado ligada tradicionalmente a una religión, y se esperaría que casi la totalidad de ecuatorianos pertenezca a una, esto no sucede, pues el 50,7% dijo ser católico y el 35% no se identificó con religión alguna.
La mayoría de quienes dicen no tener religión se encuentran en el grupo de los menores a 29 años. Sin embargo, en quienes tienen más de 50 años ese porcentaje es del 23%.
En la encuesta no se pregunta sobre espiritualidad, pero, a partir de las cifras se podría inferir que una proporción importante de ecuatorianos sigue una línea espiritual. Este grupo estaría conformado principalmente por personas de la generación de los millennials.
No pertenecer a una religión específica podría significar una ruptura con las figuras tradicionales que están relacionadas al Dios religioso.
En efecto, aunque la mayoría de ecuatorianos cree en un Ser Supremo y lo considera esencial en sus vidas, los porcentajes de personas que manifestaron que creen en la vida después de la muerte, en el Cielo y el Infierno no están en consonancia con la proporción de quienes creen en Dios; son mucho menores.
La siguiente información igualmente podría arrojar luces sobre una visión espiritual de Dios, más que religiosa: más del 80% de los entrevistados piensa que la religión está relacionada con hacer el bien a otras personas y permite encontrar un sentido a la vida.
Quienes consideran que la religión está atada a normas y a asistir a ceremonias están alrededor del 13%.
Asimismo, las tendencias espirituales podrían significar la flexibilización en la concurrencia, antes casi obligatoria, a los templos, iglesias y centros de adoración. Apenas el 12% de entrevistados manifestó que asiste a ceremonias religiosas más de una vez a la semana, mientras que el 31% lo hace una vez a la semana.
Este último punto no implica que las personas están desconectadas de su vida espiritual o religiosa. En la figura que se presenta a continuación, se puede observar que los ecuatorianos oran con frecuencia, algunos más de una vez al día.
Por último, las respuestas de los ecuatorianos reflejan que podrían incurrir en posiciones radicales derivadas de sus creencias religiosas: el 54% de los encuestados manifestó que cuando hay conflictos entre la ciencia y la religión, esta última tiene la razón. El 43% está en desacuerdo, el resto no sabe o no responde.
En conclusión, Dios está en el imaginario de la mayoría de los ecuatorianos, quienes a su vez también se consideran personas religiosas.
La religiosidad, que se pone en evidencia en la masiva concurrencia a eventos litúrgicos y celebraciones religiosas, como la de la Semana Mayor o en la celebración de los 150 años de la Consagración del Ecuador al Corazón de Jesús, también puede manifestarse en los ámbitos económico, social y político.
Por ejemplo, en cuestiones de intervención del Estado para reducir las brechas sociales y económicas, algunos estudios reportan que hay una correlación negativa entre el nivel de religiosidad de un país y el apoyo a políticas redistributivas.
Lo anterior estaría explicado por el hecho de que las personas religiosas efectúan actos de caridad (voluntarios), y esto generaría resistencia a pagar impuestos para financiar servicios públicos, que no siempre se pueden llegar a utilizar, o por la desconfianza por el mal uso de los tributos.
Adicionalmente, esta resistencia podría explicarse por la creencia de que el mundo es justo, y que todo obedece a un orden divino. En otras palabras, a pesar de que exista la solidaridad, puede estar presente la idea de que las personas son pobres por designio divino y no por desajustes en el sistema socioeconómico.
Asimismo, la vida religiosa puede constituir una especie de sistema de “seguridad social”, pues para quienes se aferran a Dios, esta fe puede constituir una especie de colchón psicológico para enfrentar situaciones difíciles.
La esperanza de que un Ser vendrá a auxiliar, a quienes creen en Él, sostiene emocional y psicológicamente a personas que viven situaciones extremas.
No obstante, hay evidencia científica sólida que confirma que las personas más religiosas, en general, son más reacias a asumir riesgos en general, especialmente aquellos de tipo financiero.
El vínculo entre la aversión al riesgo y la religión estaría explicado por la concepción negativa del dinero o por una tendencia a aceptar la voluntad divina, sin resistirse ni propiciar cambios.
De igual modo, la religión podría influir a nivel familiar, preservando los roles tradicionales de las mujeres como cuidadoras y de los hombres como proveedores.
Asimismo, la discusión de temas controversiales, como el aborto, el matrimonio igualitario, la eutanasia, la pena de muerte, podría basarse en creencias religiosas y no en la evidencia científica.
Por último, si se mantiene la esperanza de que la religiosidad puede ser el salvavidas para el país, esto podría no suceder, pues hay evidencia suficiente de que los países religiosos no son menos corruptos que los seculares.
En Ecuador, la arraigada creencia en la existencia de un Ser Supremo, independientemente de la afiliación religiosa, refleja una profunda religiosidad (o espiritualidad) de la sociedad.
En un contexto de tantos escándalos e incertidumbre, se podría considerar que Dios ha servido de consuelo y esperanza. En palabras del famoso filósofo y economista, Karl Marx: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como lo es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo”.
Adicionalmente, hay opción para pensar que la religión y la espiritualidad pueden tener un papel positivo en la vida de las personas, pues más allá de las posibles críticas, continúan siendo fuerzas poderosas en la vida de los ecuatorianos.
Ojalá que ese Dios, en el que la mayoría dice creer, se reflejara en los valores y principios de nuestra sociedad.
Ojalá que ese Dios, en el que la mayoría dice creer, viviera en los corazones enfermos que no viven ni dejan vivir y no fuera solo parte de las estadísticas.
Ojalá que todos, independientemente de que creamos en algún dios o no, estemos aquí para marcar la diferencia y hagamos que vivir valga la pena.