Leyenda Urbana
Los dinosaurios de Ecuador y la alerta roja de Naciones Unidas
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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La fría Siberia se transformó en un infierno por los incendios forestales masivos más devastadores jamás registrados.
El flagelo consumió seis millones de hectáreas de bosque; el humo llegó hasta el Polo Norte, a más de 3.000 kilómetros de distancia, según lo comprobó la NASA.
Era julio de 2021; el mundo científico se sumió en la tristeza y el miedo, el aumento de la temperatura del planeta, provocaba cataclismos.
Un mes antes, en junio, Canadá registró la temperatura más alta de su historia al alcanzar 49,5 grados centígrados en el municipio de Lytton, en la provincia de Columbia Británica.
Se produjeron decenas de muertes súbitas por el "domo de calor" (alta presión estática que actúa como la tapa de una olla), que también afectó el noroeste de Estados Unidos, que soportó una excepcional y peligrosa ola de calor. La población debió ser socorrida en albergues.
Inundaciones nunca antes vistas en Alemania y en Bélgica, con centenares de muertos; al igual que en China, India, Centro y Sudamérica han sacudido la conciencia de la población, aunque en algunas zonas el fenómeno se ha repetido.
Deshielos de los nevados y los glaciares son recurrentes y hay sequías bíblicas en varios puntos del planeta. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) está alarmada.
La humanidad está en riesgo inminente, sobre todo quienes viven en zonas más vulnerables: asentamientos informales y laderas, que los expertos estiman en mil millones de personas.
Las emisiones de gases de efecto invernadero, procedentes de los combustibles fósiles, y la deforestación han arruinado al planeta.
La vigesimosexta Cumbre del Clima, la COP26, que se realiza en Glasgow, Reino Unido, patrocinada por la ONU, es la última oportunidad para que el liderazgo mundial tome decisiones contundentes.
Se trata de la reunión más esperada, porque se acabó el tiempo y el mundo vive una emergencia climática.
Recortar las emisiones de CO2, para que la temperatura media del planeta se quede en 1,5 grados centígrados, respecto de los niveles preindustriales, es el desafío.
El calentamiento está hoy en 1,1 grados, y existe el riesgo de que si se llega a 2 grados todos los corales del mundo se perderían, el aumento del mar sería de 10 centímetros y habría fenómenos meteorológicos extremos.
Tomar decisiones es una carrera contrarreloj y un imperativo moral para las naciones industrializadas.
Los países del G-20 representan más del 80% del PIB mundial, el 75% del comercio y son el 60% de la población del planeta; generan más del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
De entre ellos, China, Estados Unidos, la Unión Europea, India, Rusia y Japón concentran más del 65% de las emisiones.
De lo que ellos decidan depende el destino de la humanidad.
La Cumbre de Glasgow urgirá a tomar medidas para acabar con el carbón, acelerar la transición a vehículos eléctricos y detener la deforestación, porque la humanidad ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra.
Expertos consideran que la crisis climática "podría alterar el panorama geoestratégico y derivar en un problema de seguridad mundial".
Los países no estarían en condiciones de satisfacer sus necesidades básicas, lo que podría provocar revueltas sociales y conflictos por los desplazamientos migratorios.
Desde el Vaticano, el Papa Francisco clamó, el domingo, porque en Glasow los líderes mundiales escuchen el "grito de la Tierra y el grito de los pobres", mientras sufren las consecuencias de un cambio climático devastador.
En este contexto, la propuesta del presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, en la COP26, de ampliar en 60.000 kilómetros cuadrados la reserva marina existente de Galápagos, de 130.000, para proteger a más de 3.500 especies, es alentadora.
Y que, para esa ampliación y conservación, busque un canje de la deuda, tiene sentido, pues se trata de un laboratorio viviente que pertenece a la humanidad.
Eso sí, casa adentro, falta una decisión igual de contundente sobre la Amazonía, para detener a los sedientos de petróleo.
La transición ecológica anunciada por el gobierno riñe con el anuncio de aumentar la producción petrolera y aumentar las exportaciones mineras.
Los ecuatorianos fuimos víctimas de engaño colectivo cuando Rafael Correa embarcó a gente que ama al país en la iniciática Yasuní, mientras a espaldas ofertaba campos petroleros en el área.
Dar derechos a la naturaleza en la Constitución de Montecristi, fue una coartada, para ultrajarla y expoliarla.
En Ecuador, hay un problema de entendimiento sobre el calentamiento global.
Desfasados en el tiempo, ciertos dirigentes se baten por mantener los subsidios a los combustibles, cuándo el mundo clama dejar atrás los combustibles fósiles.
Y mientras falta dinero para la educación y la salud, y para atender la pobreza que ataca a millones.
En orilla opuesta y con otros intereses están los que no dudan hollar la tierra de los grupos en aislamiento voluntario, ni en destruir el Yasuní, reserva de la Biósfera y residuo del Pleistoceno, solo porque quieren dólares.
Tampoco les importa arrancar de las entrañas de la tierra los minerales, aunque ello suponga destruir enormes extensiones vegetales, afectar vertientes de agua, zonas de recarga hídrica y la Amazonía.
Anta tanta evidencia de los efectos devastadores del uso de los combustibles fósiles, la Conaie, organización que vive y entiende a la naturaleza, no puede permitir que ciertos dinosaurios la manipulen; hay que escuchar a la ciencia y también al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, para quien el cambio climático es una alerta roja para la humanidad.