Con Criterio Liberal
El día del santo y nuestros antepasados
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
Actualizada:
Escribo esto en el día de mi santo, San Luis de Gonzaga, y pienso en lo importante que es el santoral, la idea de que hubo otros que nos precedieron, y que nos sirven como ejemplo por lo que debemos conocerlos y honrarlos.
Nomen est omen, el nombre es el destino, decían los romanos, y por eso se le daba importancia a cómo nos llamamos.
Con la llegada del cristianismo se comenzó a llamar a las personas por algún santo, para encomendarlas a su figura y dotarlas de su carisma.
Y cada día se celebra a multitud de santos, con la idea de que su ejemplo nos inspire (para la Iglesia Católica un santo es aquel que estamos seguros de que está en el reino de los cielos, nada más ni nada menos), y por tanto se les puede adorar (dulía) como a quienes pueden interceder por nosotros ante Dios.
Con la caída de la religiosidad de nuestras sociedades y la llegada de los estados-nación el calendario se empezó a completar con nuevas “celebraciones” de los estados, así los días de la independencia, de la bandera, de la patria o de tal o cual batalla. Se sustituyó el santoral religioso por el orgullo nacional.
En las últimas décadas se está imponiendo el santoral laico de la ONU, con su celebración de los “días mundiales” (de la tierra, de los mares, de tal o cual enfermedad, de la ciencia) con el intento de promover nuevos valores globales.
A día de hoy se siguen usando unos días señalados en el año para que los medios hablen de ciertos valores o conceptos, exactamente igual que antes, pero con la diferencia de que la idea permanente en las sociedades tradicionales era recordarnos que tenemos unos ancestros que nos precedieron y a quienes debemos respeto, como también se hace en el Inti Raymi del solsticio de verano (que es el mismo día de San Luis).
Esa misma idea que se representa en la construcción de estatuas, donde se pone sobre pedestales a aquellos que se consideraban dignos de admiración por la contribución a la sociedad.
Históricamente hemos hecho estatuas sobre todo a santos, generales y presidentes. Esa iconografía que representa unos ciertos valores que se pueden someter a cuestión, y precisamente eso es lo que nos hace avanzar como civilización, el conocerlos y superarlos.
Pero destruir estatuas, menospreciar nuestro santoral y con él a nuestros nombres y nuestra propia identidad es destruir nuestra civilización, que es consecuencia de todo lo anterior. Es dejar al hombre moderno en un vacío existencial que lleva al nihilismo.
Si no hay pasado no hay futuro, si no sabemos de dónde venimos desconocemos todo lo que hemos logrado, no valoramos nuestro progreso y nos despreciamos. Si destruimos lo que valoraban nuestros predecesores no aportamos nada y despilfarramos la herencia de nuestros sucesores.
Yo, orgullosamente Luis, como mi abuelo, como San Luis (de Gonzaga, no de Francia), como tantos luises (y Ludovicos, Clodoveos, Ludwigs, Luiggis, Louises, Aloises, Lewis… que todos son lo mismo) que me precedieron, desde los germanos que usaron su lengua para denominarse “Ilustre en el combate” hasta la rominificación, la cristianización, la secularización, de milenios de mis ancestros, hoy les celebro y me celebro. Esto es, recuerdo.