El destino del mundo sigue en juego
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Sostienen algunos que las elecciones en Estados Unidos son tan importantes para América Latina que deberíamos todos votar en ellas. Eso sería la democracia global.
Por ahora, la sorpresa ha sido que, no obstante la inflación y la crisis económica, los demócratas y los progresistas en general presentaron una batalla efectiva contra Trump y la ultraderecha y lograron mejores resultados que los pronosticados.
¿Cómo lo hicieron? En primer lugar, levantando la bandera del aborto, lo que movilizó a millones de mujeres que salieron a defender el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.
Un derecho que la mayoría ultraconservadora de la Corte Suprema, así como numerosas legislaturas estatales, siguen derogando.
A ello se unieron otros puntos de la agenda liberal, tales como la legalización de la marihuana, el control de armas, el rechazo a la violencia, al racismo, y a las fake news de la ultraderecha, apoyadas por Rusia.
En otras palabras, los valores importaron más que el bolsillo en esta coyuntura en la que dos visiones antagónicas se enfrentan no solo en Estados Unidos sino en el mundo, en campos que van desde la guerra de Ucrania y el calentamiento global hasta el narcotráfico y la libertad de expresión.
En cambio, si nos dejaban votar en Ecuador, temas como la despenalización del aborto y la legalización de la hierba habrían cosechado una ola de rechazos que, sumados al desencanto con la democracia y al anhelo de mano dura, habrían ampliado la victoria de los republicanos.
Allá mismo, el voto latino, que solía inclinarse masivamente por los demócratas, ha variado. Los migrantes establecidos se vuelven conservadores, tal como se vio con fuerza en Florida.
Curiosamente, menos de dos semanas antes también estuvo en juego el futuro de América y del planeta en las elecciones brasileñas.
Tanto así que diarios como el New York Times y El País, por ejemplo, respaldaron claramente a Lula.
Uno de los argumentos decisivos fue la devastación deliberada de la Amazonía que fomenta Bolsonaro, así como su inclinación totalitaria y el manejo desastroso de la pandemia.
Tanto Brasil como Estados Unidos se hallan divididos en dos mitades antagónicas. Si bien el Partido de los Trabajadores (PT) logró una alianza de fuerzas democráticas, que abarcan hasta la centroderecha, el bolsonarismo sigue siendo muy poderoso y la hábil muñeca de Lula deberá hacer milagros para sortearlo.
En cuanto a su imagen en Ecuador, hay legiones de anticorreístas que no perdonan a Lula su ingrato papel en las negociaciones con Odebrecht, incluso cuando ya había dejado de ser presidente de Brasil.
¿Qué posición tomará el nuevo presidente brasileño respecto de la invasión rusa a Ucrania, considerando que sus más fervientes admiradores latinoamericanos, los socialistas del siglo XXI, están alineados con Putin, cuya amenaza nuclear no se puede tomar a la ligera?
Por ahora, Lula participa en el COP 27 que se celebra en Egipto. Ojalá no sea una más de esas reuniones donde constatan que el planeta se está yendo al diablo y firman resoluciones que nunca cumplen.