Una Habitación Propia
Después de cada guerra
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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He leído este poema de la escritora polaca Wislawa Szymborzka unas cincuenta veces. Tal vez más. Es uno de mis poemas favoritos del mundo entero. Me lo descubrió el amigo Alfonso Armada, periodista, que vio de cerca horrores de guerras en diferentes partes del mundo, especialmente en África y Europa del Este.
A Alfonso le gustaba especialmente ese principio "después de cada guerra alguien tiene que limpiar" y cuando se lo escuché leer en voz alta entendí perfectamente lo que quería decir: ¿quién, con qué ánimo, limpia ese mundo destruido cuando la guerra se acaba?
Edu León, el magnífico fotoperiodista español, estuvo en diferentes fronteras con Ucrania y fotografió a una docena de mujeres con las cosas más importantes que pudieron llevarse consigo. Una me rompió especialmente: una chiquilla agarró de su casa los apuntes que estaba estudiando para entrar a la universidad a estudiar periodismo.
El futuro. Agarró su futuro y quién sabe si lo tendrá.
Pero "eso de fotogénico tiene poco", como dice la Premio Nobel de Literatura, y la gente se olvidará de la chiquilla que quería ser periodista como de la que sacó a su gato y cargó con él por territorios peligrosos donde caían las bombas.
¿Qué pasará con esa chica que se abrazó a su gato mientras huía por su vida, de la niñita que logró sacar su peluche favorito, de quien se llevó unas botitas tejidas por una abuela?
"Todas las cámaras se habrán ido ya a otra guerra" y ellas limpiarán para dejar pasar a los carros llenos de cadáveres, los cadáveres de sus hombres queridos.
La invasión rusa a Ucrania es la primera guerra que he vivido con absoluta comprensión de qué significa una guerra. La televisión y las redes sociales me han permitido escuchar las bombas y ver en directo cómo caen sobre lugares donde antes la gente paseaba, hacía la compra de los domingos, iba al cine.
Vivía.
La guerra es ruidosa. Las madres tapan los oídos a los niños que, seguro, no olvidarán nunca los ojos de terror de los adultos.
La guerra es horrible porque es presente y también futuro: el estrés postraumático durará hasta que los cerebros se apaguen para siempre.
Veo los miles de mujeres con sus niños intentando escapar a otros países -unas tres millones y medio de ellas, según Acnur- y pienso en lo que les espera a partir de ahora. ¿A dónde irán? ¿Qué destino no elegido les tocará vivir?
Ya se denuncia que mafias de trata de mujeres se han hecho pasar por voluntarios para acogerlas. La guerra es pescar a río revuelto y los peces más vulnerables son siempre las mujeres y los niños.
Me espeluzna saber que niños solos han cruzado la frontera a Polonia con un número de teléfono escrito en la mano, ¿quién se encargará de que lleguen a salvo a la adolescencia, a la escolarización, a su cama a dormir un sueño tranquilo?
Las consecuencias de este espanto arrastrarán a millones de personas por los caminos bombardeados de la tragedia. Aunque recuperen su país, aunque recuperen su ciudad, aunque recuperen su barrio, tendrán que enfrentarse a los espejos rotos, al lodo, a los escombros que están afuera, pero también adentro.
"Alguien tiene que limpiar" y ese alguien lo hará llorando un llanto tan penoso que se escuchará por el mundo entero.