Una Habitación Propia
El desbarrancadero
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Un desbarrancadero, en México y en Honduras, es un precipicio.
El escritor colombiano Fernando Vallejo eligió muy bien el título de esa impresionante novela suya sobre la enfermedad, la física, la de su hermano, y la social, la de su país. El protagonista vuelve a su tierra a cuidar y a recordar y, en ambos ejercicios, el de la memoria y el del estar junto a un moribundo, se llena de la ira de los impotentes.
De los que no eligieron su destino terrible, pero lo viven en primera fila.
Pienso que en Guayaquil habitamos el desbarrancadero.
Dice Vallejo en la novela:
"Viviendo como vivíamos en el país de Caco donde se alzan con una casa entera con sus pisos, techos y sanitarios, y son capaces de robarle la barca a Caronte, la cruz a Cristo, y sus medias sucias al ladrón de Bagdad".
Y luego:
"Antes –pensó– Colombia se dividía en conservadores y liberales. Hoy se divide en asesinos y cadáveres".
El sábado pasado, mientras mi mamá dormía a unos pocos kilómetros, explotó el Cristo del Consuelo. Fue un ataque con explosivos que dejó como resultado cinco personas muertas y diecisiete heridas.
Hablo de mi mamá, me perdonarán por eso, porque hablar del país es hablar de la gente que una ama y que vive ahí.
Vallejo hablaba de Colombia a través de su hermano y yo hablo de Guayaquil a través de mi mamá.
Mi mamá subió a dormir a la cama a una perra caniche viejita que aullaba y gemía de miedo por las explosiones. Mi mamá consolaba a su perra vieja, ambas temblando de miedo: el desbarrancadero.
Lo del Cristo del Consuelo no es la primera de las atrocidades que vive el sur de Guayaquil: ha habido decapitados, balas perdidas se han llevado a inocentes, desde una moto mataron al dentista del barrio, hay amenazas, asesinatos, secuestros, extorsión y, ahora, explosiones.
Se decretó estado de excepción, se han hecho detenciones, pero nadie, en ninguna parte de la ciudad, piensa que esto se ha terminado o que se terminará. Las formas que adoptará la violencia serán más y más variopintas, más y más sofisticadas, más y más omnipresentes.
La raíz de la violencia, el narcotráfico y el crimen organizado, está ahí sin que hayan podado uno solo de sus troncos podridos.
Ya no se puede vivir en Guayaquil, decimos.
Pero se vive en el desbarrancadero.
Cuando nos vamos acostumbrando al horror las vidas valen menos y menos y menos y menos hasta que un día decimos "ah, otro muerto".
El gran terror de vivir en una ciudad precipicio como Guayaquil es que un día cualquiera ese muerto sea el propio y que la explosión del Cristo del Consuelo nos estalle desde dentro.