Al aire libre
Derrumbes en la carretera y qué hacer si se quedan en la mitad
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Nos agarró el derrumbe volviendo de Bahía.
El rato de partir habíamos discutido sobre qué hacer. Oímos que la carretera de Santo Domingo estaba cerrada y la de Calacalí, a punto de abrirse.
Unos decían vamos a Manta y tomemos el vuelo de las ocho de la noche; otros decían vamos por La Independencia porque así, aunque haya trancón, llegamos en la noche; yo propuse ir por Guayaquil y descartaron la idea por lo lejos.
Empezó el viaje. Íbamos felices tres amigos, una perrita, mi hermana y yo, diciendo qué bueno que no hay tráfico. Conversábamos del ataque de Rusia a Ucrania, y de cómo la OTAN ha dejado solo a este país.
Recordábamos los dos años de pandemia y coincidíamos que una guerra es mil veces peor.
De pronto, justo en el desvío a Nanegalito, una gran fila de autos.
Nos bajamos y comenzamos a hablar con los otros viajeros. Ese rato todo es cordialidad y cara de acontecimiento.
Había varios derrumbes hasta el kilómetro 32. En cuatro horas empezaría a circular el tráfico.
Decidimos desviarnos a Nanegalito y subimos al Bellavista Eco Lodge a almorzar. El recorrido hasta allá es hermoso, dentro del bosque nublado. Si no fuera por Richard Parsons, dueño de la reserva, esta zona estaría devastada. Gracias a él, dos generaciones de moradores ahora protegen el monte.
Qué bueno que le hicimos el gasto a Bellavista. A raíz de la pandemia, el turismo extranjero se ha reducido, y ahora, con la guerra, bajará aún más.
Volvimos a la carretera después de tres horas de disfrutar del aire puro.
Veinte minutos y estábamos de nuevo en el trancón.
Hablamos de todo un poco y luego pasamos a recitar poemas de Rubén Darío.
En eso vimos que circulaban los autos en sentido contrario. Qué bien, están liberando el derrumbe. Pero al cabo de un rato, esa fila también se detuvo.
Volvimos a la amistosa confraternidad de un auto a otro. Parece que hubo un deslizamiento de tierra atrás nuestro. O sea, estábamos entre derrumbes. Para colmo empezó a llover.
Con preocupación mirábamos la peña sobre nuestras cabezas. Apiñados como estábamos, los cinco rezamos para que no hubiese más deslaves.
Les leí un artículo de Valentina Febres Cordero, y como siempre, nos hizo reír y nos distrajo.
Hablamos del reto de filosofía. Es que nos propusimos con mi amiga Paula estudiar un filósofo cada semana y tratar de practicar sus principios. Esta semana es Epicteto, el estoico. Él dice:
"¿Quién es invencible? Aquel que no se preocupa de nada de lo que ocurre, fuera de lo que su razón elija".
Ser estoico es dominar las pasiones, prescindir de las comodidades.
En algo nos consoló su doctrina. Estábamos totalmente fuera del círculo de comodidad.
Revisamos lo último sobre los ataques rusos en Twitter. La comunidad internacional hace reclamos. Increíble que, en nuestros tiempos, se le ocurra a un grupo de políticos provocar más problemas en este mundo caótico.
Hay intereses económicos inmensos, que la salida al mar, que el gasoducto, que los yacimientos. No convencen sus argumentos para lanzar misiles, aterrorizar y matar familias, niños, ancianos, seres humanos.
Empezó a fluir el tráfico del lado opuesto y de pronto pasaron volquetas, tractores, palas mecánicas. Sus choferes nos hacían señas y subían los pulgares, la vía estaba libre. Llegamos a Quito sanos y salvos y con el carácter fortalecido, luego de un viaje de doce horas.
Creo que hay que averiguar cómo están las vías antes de viajar este Carnaval. Es mi recomendación. Y si hay derrumbes, trabajar la paciencia, gestionar el carácter, practicar el estoicismo.