Leyenda Urbana
La derrota de Occidente y el regreso del burka a Afganistán
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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En medio del tumulto y con un calor asfixiante, en el aeropuerto de Kabul un niño ha muerto en los brazos de su padre, que se desploma de dolor aferrado al cuerpo inerte de su hijo, al que quiso sacar del país, para librarlo de las garras del talibán, que ha vuelto a hacerse del poder, en Afganistán.
El aeropuerto de Kabul es el súmmum del desastre militar de la potencia unipolar: los talibanes controlan los accesos; Estados Unidos, las pistas. El caos ha dejado al menos veinte muertos y un sinnúmero de heridos; hay estampidas, disparos y miedo; mucho miedo.
Las imágenes de la entrega de un bebé a un soldado estadounidense, ubicado tras el muro que divide al aeropuerto, han dado la vuelta el mundo, como evidencia de la desesperación de los afganos.
La confusión y el horror imperan en el país, y podrían desembocar en una guerra civil; mientras las purgas para quienes han colaborado con los 'infieles' y el Gobierno que se desmoronó, están en marcha.
Lista en mano, los milicianos van de casa en casa, en una abominable cacería humana.
Las mujeres son las mayores víctimas; han desaparecido de las calles. Están encerradas en sus casas, viviendo una pesadilla que las ubica de regreso al pasado; al medioevo.
El anuncio de un vocero talibán de que respetarán a las mujeres, pero bajo los preceptos islámicos, estremece, porque es la vuelta a la Sharía, que impone una suerte de arresto domiciliario de facto, ya que para salir de casa rige el 'mahram', un guardia masculino.
Desde cuando Estados Unidos y la OTAN derrotaron al talibán, en 2001, una generación de niñas se ha escolarizado y las mujeres han logrado ser maestras, enfermeras y abogadas; 25% del Parlamento y 30% de la administración pública, está compuesto por mujeres.
En pocos días, se ha esfumado todo.
Instalado el Emirato Islámico, regresa el oscurantismo; la policía religiosa de los ulemas (eruditos) decidirá si las niñas pueden ir o no a la escuela; mientras que las periodistas han sido echadas de los canales de TV, y los taxistas han recibido la orden de no llevar mujeres sin burka y sin acompañante.
Un puente humanitario para socorrerlas, se impone.
Sería atroz abandonarlas en manos de personajes siniestros que flagelan niños, apedrean mujeres y amputan y asesinan a quienes no se someten a sus códigos religiosos, que prohíben la música, la pintura, el cine y la televisión.
La historia dirá que, apertrechados con armas adquiridas con el dinero del tráfico del opio, que producen, los talibanes precipitaron el fracaso de la primera potencia militar del Planeta y de la OTAN.
¿Cuánta responsabilidad tienen las Agencias de Inteligencia? ¿El alto mando militar aconsejó al Presidente Biden evacuar primero a los civiles y a los colaboradores, antes que las tropas, pero se hizo al revés?
Los hechos están consumados y los grandes mueven sus fichas, porque la posición geoestratégica de Afganistán es pieza esencial en el tablero de sus intereses; una nueva geopolítica se reconfigura.
China, Irán y Turquía han mostrado su disposición a reconocer al gobierno talibán, y Rusia ha dicho que no tiene intenciones de intervenir en Afganistán, pero la semana anterior, en Moscú, Vladimir Putin y la canciller Angela Mekel coincidieron en emprender un proceso de diálogo con el talibán, para garantizar la protección de la población.
El mes pasado, una delegación talibán del alto nivel se reunió con el canciller chino, Wang Yi, en Tianjin. Les ofrecieron apoyo e inversiones para reconstruir el país, al que están unidos en una franja de 76 kilómetros.
Pero China no da puntada sin hilo. Las vastas reservas minerales de cobre y litio y otros de Afganistán, les interesan; además, está en la Ruta de la Seda.
De manera imprevista, la política exterior mundial está siendo rediseñada, tras la llegada al poder de quienes se esfuerzan para mostrarse como corderos, sin poder ocultar su piel talibán. ¡En fin!
En 2020, en Doha (Qatar) la administración Trump acordó con los talibanes que, en 2021, Estados Unidos dejaría Afganistán. Biden lo ha concretado, pero la operación ha sido un fiasco.
El jefe de la Casa Blanca está en un momento complicado.
Casa adentro, los republicanos usarán Afganistán para un ajuste de cuentas político, con la mirada en las elecciones intermedias de noviembre de 2022. Hacia afuera, los aliados tienen preguntas, y las respuestas, seguramente, no les satisfarán.
Estados Unidos y la OTAN invadieron Afganistán, en 2001, para acabar con Osama Bin Laden y Al Qaeda, tras el 11-S. Al terrorista lo eliminaron en Pakistán, en 2011. Pero, ahora, el Pentágono habría dicho saber que Al-Qaeda, al igual que el Daesh, tienen presencia en Afganistán.
Las dos décadas de operaciones han supuesto para los países involucrados, la pérdida de decenas de miles de vidas, y un costo de USD 800.000 millones, según el Departamento de Defensa, y de USD 2,6 billones, según un estudio de 'The Cost of War Proyect' de la Universidad de Brown.
Políticamente, alguien se quemará en las ascuas de Afganistán, pero las mayores víctimas serán sus 18 millones de mujeres, a las que el talibán encarcelará en un burka. ¡Qué tragedia y qué derrota!