Punto de fuga
El derecho al buen morir
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
Actualizada:
Se suele pensar que uno solo puede desear la muerte de alguien a quien odia con fervor. No es el caso; uno también puede desear que muera un ser inmensamente amado. Puede ser, de hecho, la muestra definitiva de amor y respeto, que procura el bien del otro por sobre el sufrimiento propio. Aplica en el plano personal, familiar, el de los afectos… Debería extenderse al plano colectivo, de la convivencia —a la que también compete lo relativo a la muerte.
Hace apenas dos días, medio Ecuador rezaba y lloraba a sus muertos en los cementerios de todo el país. La otra mitad está aún en la playa o en algún otro rincón vacacionando. No importa, el tema nos incumbe a todos. Por eso, apenas termine el feriado, bien haríamos en echarle cabeza a la propuesta de una muerte digna, a través de la eutanasia, que la demanda ante la Corte Constitucional de Paola Roldán Espinosa puso sobre el tapete.
No conozco a Paola ni tengo una remota idea del sufrimiento que padece. Pero sí sé lo que es que una persona a la que uno quiere esté soportando lo indecible, sin que uno pueda hacer nada, o casi nada, para aliviar su dolor. Sé también que la conversación que Paola nos está obligando a tener es una de las más importantes de los últimos tiempos.
Esta conversación no será fácil, se sabe de antemano; pero es necesaria. Nos obliga, por ejemplo, a hacernos preguntas sobre la verdadera laicidad del Estado ecuatoriano; consagrada en la Constitución, aunque sea de forma contradictoria y confusa gracias a la inclusión del dios cristiano en su preámbulo (nada contra ese dios ni ningún otro, pero su lugar está en los templos, no en los gobiernos). Muchas de las leyes que rigen en Ecuador en contra del bienestar de millones de ciudadanos están atadas a convicciones religiosas.
También nos obliga a preguntarnos y replantearnos qué es una vida digna. Sería interesante escuchar buenos argumentos de quienes se oponen férreamente a procedimientos médicos como el aborto o la eutanasia. Que expliquen y justifiquen las condiciones en las que pretenden que los demás vivan a nombre de unas convicciones que son suyas, no de los demás. Repito: argumentos, no retahílas de creencias y filias personales, que en realidad no le interesan a nadie, pero más que nada, no aportan al bien común.
Sobre todo, la demanda de Paola nos emplaza a preguntarle al Estado y sus administradores (muchos de los cuales elegimos en las urnas) qué está haciendo para garantizar que las personas con enfermedades catastróficas, cuyas dolencias son tan agudas que les imponen condiciones de vida invivibles, tengan los recursos para paliar su dolor. O sea, para vivir como personas.
Y en caso de que deseen morir, porque ya no pueden vivir con dignidad, sin dolor extremo, sin terror a morir asfixiados el momento menos pensado, mirando y/o sintiendo como cada músculo se va paralizando, lo racional, lo compasivo, lo más amoroso que como sociedad podemos hacer por nuestros conciudadanos, es permitirles dejar de sufrir de manera legal y segura. Es decir, garantizar el derecho al buen morir.
No tengo forma de comprobarlo, pero estoy segura de que el dios en nombre del cual unos cuantos mezquinan un sinnúmero de derechos al prójimo, aprobaría todo aquello que se haga en nombre del amor y la compasión. Y también me parece que agradecería que, de una vez por todas, lo saquen de la Constitución.