Esto no es político
¿El violador eres tú?
Periodista. Conductora del programa político Los Irreverentes y del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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En estos días hemos escuchado los detalles de una violación que habría sido perpetrada por tres adolescentes de un colegio de Guayaquil a una compañera, durante el viaje de fin de curso a Punta Cana.
Nos ha horrorizado enterarnos de la existencia de un chat en el que más de una treintena de jóvenes colegiales de Guayaquil —incluidos dos de los presuntos agresores— ofrecen a la venta videos de violaciones y se jactan de ser los perpetradores.
Es inevitable pensar en los hombres que participan en ese tipo de agresiones que marcan irreversiblemente la vida de una mujer. Cuando ocurrió el caso conocido como “La Manada” en España, la pensadora feminista, Rita Segato, decía que “mediante el acto grupal aflora un orden que ordena sacrificar una víctima para la construcción de la masculinidad de sus agresores”.
¿Qué masculinidad se está construyendo entonces, que empuja a tres adolescentes a violar a una compañera? ¿Qué se necesita para que un hombre se convierta en un violador? ¿La ocasión? ¿El mandato? ¿La educación?
Es hora de que, como sociedad, nos hagamos esas preguntas. Es hora de que los hombres se las hagan, de que piensen qué tan arraigada está esa cultura que los convierte en violentadores. A ellos, a sus hijos, a sus nietos.
¿O, como hombre, jamás te has cuestionado sobre cómo has contribuido a esta sociedad que parece odiar a las mujeres?
Tú, hombre, que consumes pornografía. Tú, hombre que alguna vez difundiste videos sexuales privados. Tú, hombre, que manoseaste a tu amiga mientras estaba borracha. Tú, hombre que acosaste a una niña o a una mujer en la calle. Tú, hombre, que llevaste a tu hijo a un burdel. Tú, hombre, que presionaste a tu novia o esposa a tener relaciones sexuales. Tú, hombre, que maltrataste a la madre de tus hijos y luego la dejaste sola criándolos. Tú, hombre que recibes con indolencia la denuncia de una víctima de violencia. Tú, hombre, que consideras que la violencia de género no existe. Tú, hombre que lees este artículo.
Esta semana también se conoció de otro caso de violencia en un colegio de Quito. Se difunde un un video creado con Inteligencia Artificial y se corre el rumor de que una estudiante de once años participaba en una relación sexual. Niña de once años a la que sus compañeros tildan de “sucia” o “prostituta”. Once años.
Y no pensemos que los perpetradores son solamente los otros. Los hijos de los otros. Los estudiantes de otro colegio. Los adolescentes de otra ciudad. No. Preguntémonos cómo hacemos para no criar violadores, para no educar violadores, para no ser violadores.
Si seis de cada 10 mujeres —muy probablemente este es un subregistro— reconocen haber sufrido algún tipo de violencia de género, solo queda hacer los cálculos sobre los violentadores. Están entre nosotros. Se forman en esta sociedad. Se nutren de la complicidad y el silencio de otros. Y de otras, pues hay mujeres que también alimentan un sistema cuya violencia va a regresar hacia ellas como un búmeran.
¿O no somos capaces de ver lo misógino que es sugerir que la adolescente que denuncia la violación no pudo ser violada porque es fea, como si este acto que violenta el cuerpo y el espíritu irreversiblemente, fuese un premio?
Dirán que reírse ante un comentario tan perverso como este no es equivalente a perpetrar una violación. Es cierto. La responsabilidad no es la misma pero estos actos que parecen inocentes, son el camino sobre el que la violencia se cimienta. Esa violencia que luego, simplemente se expresa bajo la forma de una violación, por ejemplo.
Y no, no todos los hombres son violadores y precisamente porque no lo son, es urgente que revisen esos comportamientos, creencias y patrones machistas que permiten contribuir a una sociedad en la que aún existen violaciones.
Mirense al espejo descarnadamente y encuentren en ese reflejo, lo más arraigado de la misoginia. Condenen a sus pares violentos. Rompan el pacto de silenciosa complicidad. Solo así se podrá empezar a reconstruir una masculinidad que permita ver a las mujeres como pares; para que sus voces no nos incomoden, para que su existencia no tenga que ser justificada, para que no haya cabida para ningún argumento que las silencie, las someta y las violente.