De la Vida Real
El delicado oficio de vender algo en tiempos modernos
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Todos nacemos con alguna cualidad o talento que nos caracteriza y lo vamos desarrollando a lo largo de nuestras vidas.
El mío, por ejemplo, es reconocer que soy un caos para las ventas y la tecnología. No entiendo cómo hacer cuentas y prefiero comprar a vender. Me causa conflicto interno cobrar plata. Me hago un lío terrible al cuadrar cuentas. Todo tiene sus pros y contras.
Lo que debo confesar es este amor que tengo por cada cliente. Por tercera vez, me encargo de vender los libros que publica mi papá. Voy aprendiendo cada vez más.
Tengo que hacer un esfuerzo supremo por tener todo ordenado. Sigo al pie de la letra los consejos que me han dado, como anotar todo. Eso hago. El problema está en que se me pierden los papeles donde anoto.
Me he modernizado: hago registros minuciosos en el drive. También tomo captura de pantalla de cada pedido para luego imprimir y que todo quede cuadrado. Cuando me llaman por teléfono es que me complico. Hasta buscar con qué apuntar y ver si el esfero raya, me quedo en la conversa con el cliente. Este espacio de tiempo es el que más disfruto. Por medio de la voz, he conocido gente maravillosa que me cuenta historias y anécdotas.
El otro día me llamó un señor. Hablamos más de una hora. Antes de colgar, le dije que le mando por WhatsApp la información que necesito para que le llegue el libro a su domicilio.
“Mijita, lo que sucede es que no veo bien. Soy un señor de 95 años. Tengo WhatsApp, pero algo le pasó a la computadora que la aplicación ha desaparecido. Ya voy a llamar a uno de mis hijos, al más joven, para que me ayude. Él sí entiende de estas cosas”.
Me enteré que su hijo, el joven, tiene más de 60 años. Luego dijo: “Imagínese cuánto me ha tocado modernizarme. Yo aprendí, en primer grado, a escribir con pluma y tintero. Como gran novedad, al pasar a cuarto grado, llegó al país el famoso birome, un esferográfico fabricado en Argentina. Soy testigo viviente de todos los cambios de comunicación existentes”.
Cómo no entenderle a este señor que me devolvió a la realidad. Si yo tuviera su edad, estoy segura que haría lo mismo: les pediría a mis hijos que me ayuden. Estos problemas con la tecnología me ocurren a diario.
Me siento tan mala hija. Mi papá me llama pasando un día: “Tinita, vente otra vez, que esta pendejada de pantalla se me dio la vuelta, y no puedo trabajar”. De mala gana, voy a ayudarle. No entiendo cómo logra hacer esto cada 72 horas.
Se me olvida lo nerviosa que me pongo cuando tengo que hacer una transferencia bancaria, sea en el cajero o en la computadora, y me sale error o me pide que cambie la clave. Me sudan las manos, me late el corazón y pienso que hice todo mal. Me dan ganas de llorar y mejor no describo la sensación de adrenalina que siento cada vez que sale transacción no realizada, inténtelo nuevamente.
Las máquinas tienen el poder absoluto sobre mí. Sin embargo, en este periplo tecnológico, entre ventas y conversaciones con los clientes, se entrelazan historias entre el pasado y el presente.
Escribe una señora que vive en Estados Unidos, cuyos papás son fans del mío, que le gustaría comprarles un ejemplar de Pasiones de un hombre bueno. Deja un número para que le llame cuando pueda. Leí el mail e hice la llamada. Nos quedamos hablando un largo rato.
Me contó que su abuelita recortaba cada domingo los artículos que escribía mi papá. Los guardaba en una carpeta azul. Luego, cuando ella falleció, esos recortes los heredó su mamá, quien hasta hace cuatro años siguió la tradición de recortar cada artículo.
Me confiesa que en esta cuarentena sus papás se han dedicado a leer estos recortes: “Así han pasado de entretenidos mis padres, leyéndole al tuyo día a día, repasando la historia del país año a año”. Colgamos con besos y abrazos. Me quedé con nostalgia.
Mi abuela también recortaba cada artículo de mi papá y los guardaba doblados y ordenados en unas fundas. Cuando ella murió, mi tía se encargó de seguir la tradición y entregarle cada domingo el artículo recortado a mi papá, quien desordenadamente los guardaba en un archivador viejo y oxidado.
Ser vendedora en tiempos modernos es recordar el pasado de forma constante y registrar el inventario y las anécdotas en formato digital.