Esto no es político
Daniel Noboa: El pésimo enemigo
Periodista. Conductora del programa político Los Irreverentes y del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Como un mal presagio, esta semana escuchábamos al Presidente de la República, Daniel Noboa, advertir que es un “pésimo enemigo”. Soltó el dato así, en medio de un evento de entrega de becas a jóvenes en El Carmen, Manabí, como quien no dice mayor cosa.
La advertencia no pasó desapercibida pero pareció tomar otra dimensión cuando, dos días después, Andrea Arrobo, pasó de ser funcionaria de confianza del Presidente de la República a sospechosa de sabotaje y traición a la Patria.
La denuncia oficial ante la Fiscalía General la hizo Arturo Félix Wong, Secretario General de la Administración Pública —amigo íntimo de la infancia del Presidente Noboa—. En lo esencial, el documento dice que Arrobo habría “intencionalmente suprimido y desecho las advertencias y alertas” relacionadas con la grave crisis energética, con el objetivo de ocultar la situación y evitar que el gobierno —del que ella era parte— tome decisiones oportunas. Además, dice la denuncia habría “indicios de una finalidad delincuencial por alianza política”. Así, sin más explicaciones.
Por esto, Arrobo podría enfrentar hasta 16 años de cárcel. En la acusación están 21 funcionarios más: un viceministro, subsecretarios, coordinadores, directivos y asesores.
Todo esto ocurre a días de una consulta popular impulsada por el Ejecutivo, en la que el joven mandatario se juega su futuro político y con la que, claramente, pretende hacer una medición de sus reales posibilidades para su eventual reelección en 2025.
Esas mediciones probablemente iban en ventaja hasta antes de los incómodos cortes de energía que hoy podrían ser motivo para sabotear sus planes de quedarse en Carondelet hasta 2029. El pésimo enemigo tenía entonces que encontrar alguien a quien culpar en el intento de proteger su capital político.
No sorprende que así sea, quien ve en la acumulación de poder una posibilidad de alimentar el ego y el linaje familiar, no toma responsabilidad por lo que pasa bajo su mando, simplemente busca culpables.
¿No vemos el peligro en esa práctica desde el más alto poder político del país? ¿Cómo esta advertencia puede parecer una muestra de carácter en lugar de una alerta para la democracia?
Y aquí debo hacer una aclaración: Arrobo o cualquier funcionario público que cometa un delito debe ser procesado por la justicia. Dicho eso, el responsable político por lo que pasa en el gobierno con sus acciones y omisiones no es Andrea Arrobo, es el Presidente de la República, Daniel Noboa Azín. Arrobo fue puesta por él.
Pero en un país polarizado, siempre será más fácil señalar —o construir— un enemigo que justifique las arbitrariedades desde el poder. Lo peligroso es que haya una ciudadanía que considera esas arbitrariedades como una muestra de poderío político.
Si no nos preocupan los excesos de un mandatario que está buscando reivindicación en los aplausos de un pueblo abandonado y a la deriva, seremos nosotros las próximas víctimas. Nosotros, los periodistas. Nosotros, los opositores. Nosotros, los sindicalistas. Nosotros, los ambientalistas. Nosotros, los empresarios. Nosotros, los ciudadanos que tengamos el atrevimiento de cuestionar la sabiduría de un líder que se construye a punte arbitrariedades.
Que el Presidente de la República, sentado en un evento oficial financiado con fondos públicos, tenga el desparpajo de decir que es un “pésimo enemigo” debería ser una alerta gigantesca para todos los ciudadanos.
Y claro que es un pésimo enemigo. Pregúntenle a Gabriela Goldbaum, la mujer que Noboa eligió para casarse —y de la que luego se divorció—, la madre de su primogénita, aquella que lo denunció públicamente y que enfrentó los 19 procesos judiciales que Noboa inició en su contra.
Pregúntenle a Verónica Abad, la mujer que Noboa eligió para acompañarlo en la papeleta cuando pensó que sus posibilidades de llegar eran nulas. Pregúntenle cómo decidió enviarla a Israel —y mantenerla ahí en medio de una guerra— mientras su hijo, que debía cumplir prisión preventiva, fue llevado a La Roca, la cárcel de máxima seguridad.
Ahora pregúntenle a Andrea Arrobo, la ministra que Noboa eligió para hacerse cargo de una cartera de Estado para la que probablemente no estaba preparada. Pregúntenle en qué momento dejó de ser útil para los propósitos políticos del Presidente y qué pasó entonces.
Preguntémonos todos: ¿quién será la siguiente?
¿A otros ministros y funcionarios, hoy cercanos a Noboa, no les preocupa ser los siguientes en caer en desgracia con su hoy, coideario?
Preguntémonos también qué es lo que necesita el Presidente para considerarte, a ti, querido lector, como su enemigo personal. ¿Que lo cuestiones públicamente? ¿Que no aplaudas sus decisiones? ¿Que le hagas preguntas incómodas? ¿Que te niegues a obedecerlo? ¿Que hagas constante escrutinio y vigilancia a su gobierno? ¿Que discrepes con él y sus políticas? ¿Que señales errores, contradicciones o incoherencias en su actuación?
Si cualquiera de esas preguntas tiene una respuesta afirmativa, estamos en peligro. Un Presidente que se enemista con tanta ligereza, sin estar dispuesto a sopesar, está dispuesto a aplastar a las voces desafiantes y disidentes con todo el peso de su poder. Y eso lo convertiría en un potencial peligro para la democracia.
Estamos advertidos.