Una Habitación Propia
Dani Alves y la performance del poder macho
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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El futbolista Dani Alves (Brasil, 1983) es un hombre guapo, guapísimo. Es moreno, tiene los ojos verdes, un cuerpo como delineado con cincel y una cantidad de plata (más de USD 150.000 mensuales, según Wikipedia) inimaginable para nosotros, los seres de a pie.
La esposa de Dani Alves, la modelo Joana Sanz (España, 1993) es guapa, guapísima. Cumple con todas y cada una de las normas del canon de belleza establecido para las mujeres. Y, yo diría, aún más: tiene ese tipo de hermosura exótica que puede hacer caer reinos.
Ambos, Alves y Sanz, parecen de una raza distinta a la de nosotras y nosotros: la raza de las portadas, de la fantasía, de las deidades.
Sin embargo, entre tanta belleza habita el horror. Alves, acusado de agredir sexualmente a una chica en el baño de una discoteca de lujo de Barcelona, está preso.
La pregunta es ¿por qué un tipo como Dani Alves, poderoso, hermoso y millonario, que, además, está casado con una diosa, tendría la necesidad de forzar a una mujer a tener sexo con él?
Un montón de hombres se hacen esa pregunta en foros de fútbol y en las redes sociales y los comentarios siempre apuntan a que ella está mintiendo, a que quiere arruinar la carrera del jugador, a que ya quisiera cualquiera que Dani Alves se fijara en ella.
Las pruebas, leo, son bastante contundentes, tanto como para que Pumas, el equipo mexicano en el que jugaba el brasileño, lo haya despedido y le pida una indemnización de USD 5 millones. Además, tres empresas han anulado los contratos de promoción que tenían con él.
La cosa es seria, la jueza ha considerado que "hay indicios más que suficientes" contra el futbolista. Según la prensa española, su esposa está a punto de pedirle el divorcio y, a pesar de los malabarismos jurídicos que está haciendo la defensa, todo apunta a que iría a la cárcel por el delito de agresión sexual y que podría pasar allí de cuatro a 12 años.
Y volvemos a la pregunta, ¿por qué un hombre que lo tenía todo, absolutamente todo, abusó sexualmente de una mujer?
La violación, dice la antropóloga feminista Rita Segato, es una performance del poder, un mensaje para ellas ("vas a ser sometida a la fuerza, yo puedo hacer lo que me dé la gana contigo") y es un mensaje para ellos (“chicos: somos superiores, todavía podemos hacerlo).
De hecho, para Segato no es el deseo sexual el que mueve este tipo de violencia, sino la dominación de la mujer.
Dice:
"La violación es un acto moral, moralizador. El sujeto violador es el sujeto moral por excelencia y la violación moraliza, es decir, coloca a la mujer en su lugar, la atrapa en su cuerpo, le dice: más que persona, eres un cuerpo".
"La violación está fundamentada no en un deseo sexual, no es la libido de los hombres descontrolada, necesitada. No es eso porque ni siquiera es un acto sexual: es un acto de poder, de dominación, es un acto político. Un acto que se apropia, controla y reduce a la mujer a través de un apoderamiento de su intimidad".
Quienes lamentan la caída en desgracia de Alves, no solo por su presunta culpabilidad en un acto tan miserable y misógino, sino por la imagen que queda de él después de grandes triunfos futbolísticos, también minimizan la desgracia de una chica de 23 años que salió a divertirse una noche y que se dio de bruces contra un hombre queriendo probar su masculinidad.
La masculinidad que no acepta un no porque se hace chiquitita.
Dice Rita Segato que "el mandato de masculinidad destruye a los hombres también. Es un mandato corporativo jerárquico que les exige actos que los van a destruir moralmente y también físicamente, porque en la obediencia a la masculinidad sufre tensiones extraordinarias, muere antes en todos los países del mundo por este tributo a la corporación que tiene que entregar, y que implica la violencia, la crueldad, la falta de sensibilidad, la falta de empatía, la falta de solidaridad, la falta de compañerismo hacia las mujeres… eso va causando una tensión interna en muchos hombres, no poder sentir, no poder expresar ternura".
En el caso de Alves está claro que la masculinidad tóxica destruye vidas y no hablo de la de él, que me importa un pimiento, sino de la de su víctima. Una muchacha a la que un hombre con una fuerza física tremenda metió a un baño y, según la denuncia, metió sus dedos bajo su ropa interior, a pesar de que ella se negó a que pasara nada entre ellos.
Alves no es el primer deportista en estar acusado de agredir sexualmente a alguien y seguramente no será el último. Yo lo único que espero es que este caso sirva de advertencia a los demás hombres para tener en cuenta que el consentimiento de una mujer, aunque seas un futbolista de élite, Brad Pitt o un taxista, es un tema increíblemente serio y que solo sí es sí.