Una emergencia sanitaria global es lo más parecido a una guerra. Y una guerra -pese a lo extremistas que puedan ser algunos de sus comandantes- tiene códigos de honor que deben ser universalmente respetados. No son leyes o regulaciones locales o internacionales, que igual son importantes, sino códigos en los que se expresa nuestra naturaleza de seres humanos.
Algo que ha pasado por alto la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, cuando ordenó bloquear la pista del aeropuerto de esta ciudad, para evitar el aterrizaje de dos vuelos procedentes de Madrid y Ámsterdam, que tenían permisos de la Dirección de Aviación Civil de Ecuador.
Ambos aviones venían vacíos, solo con su tripulación, para repatriar a cientos de ciudadanos de España, Países Bajos y Alemania varados en Ecuador. Una actitud comprometida de esos gobiernos. Ojalá la estatal Tame pudiera hacer lo mismo con los ecuatorianos que no alcanzaron a regresar.
En una guerra convencional las partes permiten al bando contrario rescatar a sus muertos e incluso a los heridos. Lo puede atestiguar la Cruz Roja Internacional. Pero ya no estamos en 1914 ni 1945. Tampoco en una Botsuana de dictadura ni en una asediada Sarajevo.
Vivimos -en teoría- bajo un estado de derecho, como democracia plena, con relaciones internacionales de primer nivel. No tenemos bandos contrarios. En medio de un estado de excepción y un toque de queda como el actual, el único enemigo es el Covid-19, el mismo virus que tiene en emergencia a 160 países. Sin embargo, Viteri ha visto el Apocalipsis en un puñado de tripulantes.
Esta actitud puede llevar a Ecuador a perder la categoría aeronáutica 1, la licencia internacional de primer nivel. Además de salpicar nuestra imagen ante el mundo.
El fanatismo puede cegar cualquier decisión, porque es -como lo define la RAE- un apasionamiento desmedido de una creencia u opinión política o religiosa. La alcaldesa reconoció que es suya y solamente suya la responsabilidad.
Al día siguiente del incidente reiteró, en tono desafiante, que volvería hacer lo mismo, pese a los llamados de atención de la DAC, del Ministerio de Transporte, de la Secretaría de Riesgo e incluso el anuncio de la apertura de una investigación por parte de la Fiscalía General por un potencial delito.
Incluso un país comunista como China, otrora centro de la pandemia de coronavirus, permitió vuelos humanitarios desde Wuhan para evacuar a los extranjeros, entre ellos, cinco ecuatorianos. Hay un contexto básico que Viteri no ve. Ella representa a la ciudad y, también, por default, a un país entero.
No es hora de cálculos políticos ni de presumir el poder (el mismo Nebot se desmarcó de ella en este contexto). Es momento de unión, de salvar vidas y dar esperanza.
La posterior confirmación del contagio de la propia alcaldesa con el virus sembró más desazón. Tal vez, ella misma pueda necesitar un aeropuerto en el extranjero. Y estoy seguro que nunca le bloquearán la pista.
La realización del bien exige y presupone un conocimiento de la realidad. El alemán Josef Pieper decía que “solo aquel que sabe cómo son y se dan las cosas puede considerarse capacitado para obrar bien”. Escribió esto en su libro La Prudencia, inspirado en Santo Tomás, quien dejó al mundo la lección de que lo primero que se "exige de quien obra es que conozca".
En otras palabras, no hay que proceder por preferencias, presiones o fanatismo, sino con conocimiento de causa. Guayaquil no es una aldea y necesita más que nunca de la prudencia, que es el arte de obrar correctamente.