De la Vida Real
El curso de fotografía que salvó la Navidad
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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El día que estaba dispuesta a salir y hacer las compras de Navidad, me topé con un tráfico infernal. Los centros comerciales estaban llenos, y mi inseguridad e indecisión salieron a flote.
Había hecho una lista para comprar los regalos principales, pero dudé hasta dónde debía dejar el carro parqueado. Regresé a mi casa con la lista y presupuesto intactos.
Por un instante, se me ocurrió regalar fotos de momentos lindos a cada persona de la lista, pero luego se me cruzó por la mente lo complicado que iba a ser conseguir marcos para las fotos.
Cayó la noche y esta idea se hizo más fuerte, me resigné a dejar a un lado el tema de los marcos y pensé en poner las fotos en sobres con una linda tarjeta.
En pleno insomnio, con la angustia de no tener qué regalar a tan solo tres días del 25 de diciembre, me desvelé con cargo de conciencia y me fui a la galería de fotos a buscar las mejores de cada persona a la que quería dar un regalo.
Me quedé sorprendida de las maravillas que encontré en la carpeta llamada "cámara". Como película en retrospectiva, me acordé de que en abril, en plena cuarentena, mi amiga me dijo que entráramos a un curso de fotografía vía Zoom.
El curso sería dictado en Uruguay por un profe, cuyo nombre recién logré pronunciar: Valdek.
Todos los jueves, infaltablemente estaba conectada a las 18:30. Era un espacio para mí, un lugar que me permitió aprender desde el uso de la cámara manual hasta los conceptos más complicados de la luz y de la composición.
En la primera clase el profe nos preguntó cuál era el objetivo de estar en este taller. "Aprender a usar la cámara y compartir mi tiempo y enseñanzas con mi hijo de nueve años", dije, sin saber que esto me convertiría en la mamá más egoísta y posesiva con mi cámara de fotos, que años atrás le regalé a mi hijo, y ahora volvía a ser mía.
Debo confesar que muchos de los deberes me los hizo el Pacaí, mi hijo, que tiene un talento innato para la fotografía, cosa de la que yo carezco notoriamente. Los retratos que él hizo de sus hermanos, bajo mi instrucción técnica, son realmente una obra de arte.
El profe nos mandaba deberes increíbles, en los que mis tres hijos intervenían como parte del equipo de apoyo logístico. A veces con agua, otras con tierra, y más de una vez disfrazados.
La fotografía me dio, aparte de conocimiento técnico, una oportunidad para compartir con ellos, a tal punto que mis guaguas ya eran parte de las clases y participaban con soltura y conocimiento.
Una vez, el profe nos mandó una tarea: tomar fotos profesionales a un modelo profesional.
- Ubicación: mi casa.
- Asistentes: mis hijos.
- Modelo: Gabriel Toapanta.
- Asistente de manejo de cámara: Belén, compañera del taller.
- Logística en alimentación e imprevistos: mi esposo.
Un sábado, desde las 10:00 hasta las 19:00, compartimos juntos los siete. Cada uno colaboró de la mejor manera posible. Entre risas, iluminación, teoría y práctica, el modelo hacia su máximo esfuerzo, mientras Belén insistía en que Gabriel se maquillara un poco más.
Los mejores recuerdos de la vida son cuando se vuelve a recordar y aflora la carcajada con lágrimas, como en este momento. Son pequeñas anécdotas que tal vez contadas no sean tan chistosas como vividas en el instante.
Pero no se pueden imaginar lo chistoso que fue hacer esta sesión de fotos. La fotografía no es solo técnica. Aprendí que detrás de un lente hay algo que puede ser capturado para la eternidad.
Ahora hacer un clic en el obturador tiene una intención en lo que quiero plasmar. Un momento, una expresión, un instante, un entorno.
El profe nos dijo, en la segunda clase, que, luego de este curso, nunca más podríamos ver una imagen o hacer una foto sin el ojo crítico.
Y así es: ahora cada fotografía, así sea tomada con el celular, debe tener un buen encuadre y un excelente enfoque.
Este curso me permitió, aparte de compartir con mi hijo, pelearnos por querer hacer cada vez mejores fotos. A veces logramos trabajar en conjunto, otras tantas nos respetamos en tiempo y espacio pero, eso sí, los dos nos enseñamos con orgullo cada foto tomada y oímos con respeto y aceptación la crítica del otro.
El mundo de la fotografía solo se logra entender cuando el ojo se desarrolla, gracias a una extraordinaria guía.
El curso se acabó, y aquí estoy envolviendo cada foto como el mejor regalo de Navidad.
Y en realidad no existe nada más lindo que una foto bien lograda con una historia que contar.