Al aire libre
Curación con agua y ortiga, como los ancestros
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Vincent Priessnitz, campesino de Austria, descubrió las bondades del agua para curar, cuando se torció una muñeca e instintivamente metió la mano en agua fría. Después se vendó con telas mojadas, lo que no solo lo alivió sino que redujo la inflamación.
Aplicó esta curación primero en animales y después en la gente que iba a buscarlo porque notaba la mejoría y, además, él no cobraba.
Priessnitz desarrolló su técnica de hidroterapia adaptando una clínica en su casa.
Fui donde Margarita Cordovez para conocer su clínica, inspirada en el sitio que tenía Priessnitz en 1780.
"Es la historia de la casa" -dice ella. "Cada piedra, cada rincón tienen su razón de ser".
Hay unos montículos de hierba en el jardín y me invita a gatear sobre ellos.
-¿Cuándo gateaste por última vez? Dice riendo y se pone a gatear también.
"Cómo se mueve el cuerpo! Es volver a ser niños".
Luego me hace caminar descalza sobre tierra, sobre piedritas pequeñas y grandes, sobre semillas, algunas puntiagudas.
-Alrededor mío hay personajes espectaculares- dice y me presenta a Guillermo Guagrilla Ayenla, de Yaruquí, quien es su mano derecha para ir construyendo estas obras curativas.
"Es la medicina ancestral, la de los indígenas de la Amazonía", dice Margarita. Y me pregunta:
-¿Sabes cómo desamamantan a sus hijos las mujeres de la selva? Como allá no hay vacas, les dan esta bebida a los bebés: plátano maduro hervido con canela y queda esta delicia. Se llama chucula.
Pruebo la chucula y es una gloria. ¿Dónde nos perdimos las personas y olvidamos la curación natural?
Margarita dice:
"Es una forma de vida. Hay que visualizar el aparato digestivo para conocernos por dentro. Hay que masticar bien. No tomar líquidos durante la comida porque el estómago y la boca ya tienen líquido con enzimas. Por eso hay tanto remedio digestivo en las farmacias, porque comemos mal y de prisa".
El baño con agua fría, siguiendo unas instrucciones simples: primero la parte derecha, luego la izquierda. Ortiga en todo el cuerpo o sobre una lesión o en la parte en que hay dolor.
-A los hijos también, agua fría, ortiga- dice Margarita.
En su casa hay baños de asiento y de cajón. Hay unos lavabos de agua fría y caliente para los brazos. Me aplica esta terapia que ayuda a los pulmones y libera al nervio vago que, contrario a su nombre, es el que reactiva el cuerpo.
Me da tres bebidas más: una limonada con sábila; un té verde con cúrcuma y pimienta y un licuado de remolacha, apio y otras verduras.
Durante más de treinta años, la sabiduría ha ido llegando a esta casa. Desde los 17 años, Margarita quiso aprender a sanar cuando vio a su tía Hipatia curando a su hermano, a quien un toro le había dado una cornada en el muslo.
Ella llegó con dos baldes, unas hierbitas y un libro. Le lavó la herida, le puso hierbas, lodo y lo curó.
Por esos días, Margarita encontró el mismo libro al pasar por una librería. El autor es Manuel Lezaeta Acharán, pionero de la medicina natural en Chile y creador de la doctrina térmica que básicamente sostiene que la naturaleza es el mejor médico de los seres humanos. Se basa en preservar la armonía del cuerpo antes que en combatir la enfermedad.
Margarita aprendió reflexología, a caminar descalza, a hacerse la frotación del cuerpo con una toalla mojada. Años más tarde descubrió el método Wim Hof de respiración.
"Hay que ver el sol. Ahora los médicos te hacen examen de vitamina D. ¿Cómo recibes esa vitamina? Del sol. Cada persona tiene una hora para tomar sol y eso te conecta con la glándula pineal que es el motor para todas las endorfinas", agrega.
La vida de Margarita es una búsqueda, es hallazgos, conexiones lógicas y sabiduría. "Yo sueño con que las personas aprendan a hacerse cargo de su vida", concluye.