Lo invisible de las ciudades
La cultura de la cancelación como censura socialmente aceptada
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Desde la perspectiva que brinda la teoría de sistemas complejos adaptativos, la historia es una serie de ciclos oscilantes. Parece que, como civilización, estamos entrando a las etapas de desequilibrio y reorganización. Señales de dicha trayectoria se perciben tanto a escala mundial como local. No es el fin del mundo; solo el cambio de una era a otra. Sobrevivirán los que mejor se adapten a las nuevas reglas de juego; o aquellos que logren diferenciar los oasis reales de los espejismos.
Los cambios son inevitables, pero la reflexión sobre los mismos debería ayudarnos a alcanzar escenarios más convenientes y civilizados. Esta reflexión no va dirigida a la usual queja sobre la pérdida de valores. Me preocupa más la pérdida de nuestra libertad de opinar y vivir, según nuestra forma particular de entender a la sociedad y al mundo.
Mi generación creció creyendo -equivocadamente- que nuestras libertades eran irrenunciables e inviolables. De todas ellas, la más crítica sigue siendo la libertad de expresión. Es la que más se vulnera de manera pública, ante los ojos de los demás. Usualmente, luego de la censura, son las demás libertades las que corren el riesgo de ser eliminadas.
Ingenuamente, sospechábamos que quienes pretenderían arrebatarnos la libertad de expresión serían individuos con uniforme o sotana; tal como les pasó a nuestros padres. Nunca vimos venir que la censura se ejerciera desde quienes heredaron el espíritu rebelde de la contracultura.
Quienes antes luchaban por los derechos de igualdad entre sexos y razas, se han convertido en inquisidores, que buscan más castigar el comentario desatinado, que la erradicación de la injusticia. Dicha actividad inquisitoria se ejerce sobre una tarima moral muy débil, sustentada no en acciones, sino en lo que se difunde en redes sociales. Este proceder delata que se han invertido los papeles. Lo que se viste hoy de contracultural y rebelde es el verdadero establishment. Puede que hoy, a diferencia de lo ocurrido durante la segunda mitad del siglo pasado, haya más rebeldía en una corbata, que en una camiseta “Tie-dye”.
Sorprende el poder y el impacto que ha adquirido la agresividad pasiva sobre la vida de otros; así como la intolerancia ante la discrepancia. Sería lamentable, que en los escenarios culturales y sociales que estamos fraguando a corto plazo, se pierda la capacidad de retroalimentarnos a través del debate, que surge de puntos de vista distintos al nuestro. También sería una tragedia griega, si las nuevas inquisiciones dirigieran todas sus armas al ejercicio del humor.
El humor es una forma de ejercer la rebelión. Nunca habrá humor en lo que sea considerado políticamente correcto dentro de una comunidad, que censura y castiga cualquier tipo de cuestionamiento. Y sin cuestionamientos, no hay opción alguna a poder perfeccionarnos. Evidentemente, el ámbito del humor no es inmune a cuestionamientos. Puede haber chistes buenos, malos y hasta crueles. Sin embargo, ninguna de dichas categorías justifica la satanización o el ostracismo contra individuo alguno.
Todo parece indicar, que estas inquisiciones morales que no reparan los males que nos agobian se parecerán al “Reino del Terror”, que Robespierre impuso sobre la Francia revolucionaria. Si nos olvidamos que ninguno de nosotros está en condiciones de lanzar la primera piedra, nos convertiremos en una sociedad de gallinas sin cabeza. Los que acusan y marginan hoy, mañana serán los que terminen en la guillotina de la opinión pública, que pablovianamente dirigen las redes sociales.
Ojalá termine pronto el reino de este canibalismo moral, que destruye la trayectoria de muchos, por razones que no van más allá de la provocación o el desatino. Las víctimas de esta nueva inquisición son una nueva causa perdida, por la cual sí amerita ejercer el cuestionamiento que tanta falta le hace a nuestra sociedad.