Tablilla de cera
"¡Corriente y comida!" o el derrumbe del comunismo en Cuba
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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En Santiago de Cuba y otras poblaciones, cientos, tal vez miles, de hombres y mujeres protestaron el domingo al grito de “¡Corriente y comida!”, como reportó PRIMICIAS.
Reclamaban por la falta de corriente eléctrica que se traduce en largos apagones, de 10 horas diarias en algunas regiones (y hasta de 12, hace poco, en Bayamo), y la carencia generalizada de alimentos básicos.
En la protesta no solo se reclamó la electricidad y la comida (conmovedor el grito de “Tenemos hambre”). Aquellas voces también clamaban “Libertad” y “Patria y vida”, el grito que se popularizó en las manifestaciones de 2021.
El presidente Miguel Díaz-Canel en su previsible respuesta, acusó de haber organizado las protestas a “terroristas radicados en EE. UU.”.
Los medios oficialistas se dieron el trabajo de decir que muy pocas personas gritaron “Patria y vida” y que no hubo quién los siguiera, un acto fallido donde los haya, pues muestra lo que de verdad teme el régimen: que del reclamo por la carencia de alimentos y energía, la población pase a una reivindicación política, extremo que siempre se ha reprimido con ferocidad en estos 65 años.
Pero quienes iniciaron las protestas no eran terroristas cubanos exiliados en EE. UU. Las madres que las comenzaron en los barrios humildes de la segunda ciudad de Cuba lo hicieron con sus niños en brazos para pedir leche para esas boquitas, por la brutal escasez del producto en la isla.
Y se echaron a las calles, a pesar de la represión y el disciplinamiento social y el terror de décadas, tras un apagón de 06:00 a 13:00 que no terminó allí porque la luz volvió a irse al poco rato, y luego de que no les dieran tampoco este mes los alimentos de enero y febrero ni, claro, la leche, ni siquiera su sucedáneo de soya.
Y eso no tiene que ver con los terroristas conspiradores, o a lo mejor sí: con los terroristas y conspiradores que han manejado un sistema económico que dejó de funcionar hace décadas.
Hoy no hay leche para cubrir las raciones de los bebés de menos de un año de edad ni las de otros grupos prioritarios para los que está destinada. Mucho menos hay el “vasito de leche para todo el que quiera”, que prometió Raúl Castro el 26 de julio de 2007.
Lo sucedido con la lecha es el epítome de las irracionalidades de la política económica cubana, que han diezmado el hato ganadero (la cabaña ganadera, como dicen por allá).
Es que entre las reformas que introdujo Raúl Castro — que supuestamente iban a permitir una explosión de la iniciativa privada, tratando de sacudirse lo que había quedado armado por la omnímoda voluntad de su hermano Fidel—, estuvo la entrega de tierra y de cabezas de ganado a campesinos privados, tanto a individuos como a cooperativas, ¡pero con el genial aditamento de que no se las entregaban en propiedad, sino que solo se les encomendaban su gestión!
Piensen en lo absurdo que es que las vacas sean consideradas propiedad estratégica del Estado. ¿Será por seguir el axioma del comunismo de que el Estado debe ser el dueño de los medios de producción y que eso incluye los semovientes?
¿Qué iba a hacer cada campesino o “gestor privado”? Cuidar las vacas hasta donde pudiera, con los insumos veterinarios que hubiera, pero tampoco esforzándose demasiado: lo importante era explotarlas. Así, en los últimos años, y no se necesitaba hacer ritos de santería para saberlo, el hato ganadero cubano se ha desplomado. En 1985 había 5 millones de cabezas de ganado en Cuba, para 2021 había 3,7 millones y ha seguido bajado. Están peor que antes de la revolución: si la tasa de vacuno per cápita era de 0,78 cabezas en 1959 fue de 0,3 en 2021.
Además, como el Estado solo paga 20 CUP (pesos cubanos, equivalente a unos 46 centavos de dólar) por cada litro de leche que entrega el campesino, este encuentra “vías alternativas” para ganar más. No le importa pagar la multa de 10 CUP por cada litro no entregado, pues puede cobrar hasta 100 CUP en el mercado negro.
Por eso, y otras razones engorrosas de detallar aquí, es que hay muy poca leche líquida. El promedio de las vacas cubanas hoy día da 5 litros al día, y una vaca que dé 10 litros es considerada excepcional.
Lejos están los días en que Fidel Castro se refería en sus interminables discursos a Ubre Blanca, la prodigiosa vaca que supuestamente dio más de 100 litros en un solo día de enero de 1982, y produjo 24.268,9 litros en 305 días (un período de lactancia) hasta finales de febrero de ese año, cuando Fidel se ufanaba de que el comunismo conseguía los mejores resultados en la cría de ganado y los medios gubernamentales machacaban cada día al pobre pueblo cubano con las noticias de la tal vaca.
En un estudio de 2017 se decía que la producción de leche fluida solo alcanzaba al 37% de los requerimientos de la población cubana y que, sumadas las importaciones de leche en polvo, no se abastecía sino el 70% de sus necesidades. Eso hace siete años, hoy que hay mucho menos leche líquida, ¡el Estado cubano no tiene divisas para importar leche en polvo!
El tardío pedido de leche al Programa Mundial de Alimentos lanzado por el Gobierno cubano tampoco ha resuelto el problema.
Esa es, en un resumen esquemático, la honda causa vital de la protesta de las madres humildes de Santiago de Cuba.
Pero, como se expresa en el adolorido grito de “Tenemos hambre”, el problema alimenticio en Cuba es mucho mayor. Tampoco hay harina de trigo ni aceite comestible, ergo no hay pan. El arroz es muy escaso. Los apagones arruinan la poca comida que se consigue (y eso que aún no ha llegado el verano). Y, para remate, absurdo en una economía centralmente planificada, hay una inflación incontrolada que hace subir en espiral el precio de los pocos productos que se venden.
Si los cubanos han vivido una crisis perpetua desde la caída del bloque soviético, ahora el deterioro es general y ha llegado hasta a la salud pública y la educación, de las que antes se gloriaban… ¿No es para estar hartos del comunismo?
Los latinoamericanos de mi generación vimos en la Revolución Cubana una luz de esperanza en el horizonte de la democracia: el triunfo de los barbudos de Sierra Maestra sobre una dictadura. Pero desde el inicio de ese proceso hemos sufrido decepción tras decepción, las que hemos contrarrestado, lo confieso, entrecerrando los ojos por el amor al pueblo cubano.
Hoy nos genera profunda angustia ver que nunca se recuperaron las libertades, que el dogmatismo sigue tozudo su camino fatal y que su economía, siempre maltrecha, se va por el despeñadero.
¿Cómo puede ser que Cuba deba importar hoy azúcar —¡azúcar, por Dios!—, la isla que era uno de los principales exportadores mundiales? Lo viene haciendo desde 2018. La producción está tan caída, la siembra tan mala, que la zafra 2022-2023, de 350.000 toneladas, fue casi del nivel alcanzado en la guerra de la independencia en 1898.
La causa no es el bloqueo ni el terrorismo ni los exiliados ni la covid-19. Es la pura ineptitud, que ha sacrificado el bienestar de generaciones ante el altar de un marxismo mecánico y cerril.