Al aire libre
Mis cuatro enormes perros ¿tienen emociones y personalidad?
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Se despiertan de madrugada, se desperezan y sale cada uno por ahí a explorar el jardín. Goncho con su peculiar movimiento se pone a oler una flor, luego la hierba y con el hocico en punta, aspira el aire lleno de humedad por la lluvia de anoche.
Su hermana Maki mira de un lado al otro alistándose para jugar, mientras Naga se revuelca en la hierba. Zunfo, grande y orondo, va despacio, se restriega en las plantas con placer y todo su pelambre queda salpicado de rocío.
Recuerdo las hermosas y entrañables palabras de Juan Ramón Jiménez, en Platero y yo:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…"
Los animales tienen emociones y personalidad, dice Jane Goodall, la conocida científica inglesa que ha estudiado por años a los chimpancés.
Cada uno de mis perros ha mostrado su personalidad.
Bucky, el gran pastor alemán de mi niñez, amaba a mi mamá, por eso cuando mi entonces novio, Santiago, la saludaba, Bucky le mordía suavemente la nalga como advirtiéndole: no te acerques mucho.
Una vez hizo lo mismo con una señora que vino de visita. Mi papá que también estaba presente evitó con un manotazo que Bucky siguiera con su jueguito, y dijo: este tipo es molestoso. La señora asustada le decía: tipo, tipo, quita tipo.
Yana fue la gran mamá de dos camadas de labradores negros. Mi querido Méndez se perdió y todavía me duele su ausencia, así como el cachorro Django Cara Blanca que de pronto dejó de respirar. Tony Banoni, especialista en pandillas, nos encontró en el mercado de Ibarra y decidió venir con nosotros.
Tom Goro –el nombre fue puesto por mis hijos cuando eran chicos- se metía a las casas vecinas. Un día, un vecino nos llamó: tu perro se está comiendo mi desayuno. Nuestra siguiente pregunta fue: ¿eh, eh, es huevo revuelto?
¡Fue una vergüenza!
Dumas, peludo y único de la camada, era un Platero en esencia; Ciro, mascota de mi papá, vino medio alicaído a vivir con nosotros y se puso rozagante con cepilladas y cariño; la recordada boyera June, juguetona y buscapleitos, ¡cómo la quisimos! Finalmente, Caos, que tenía terror de los rayos y los petardos, y se trepaba los muros queriendo huir del ruido.
Mi esposo tenía a Butch, un labrador negro. Era inteligente, traía palos, nadaba, nos ladraba para jugar y caminaba a nuestro lado en los paseos.
Un familiar lo llevó un día a caminar y entró a una cafetería, se quedó horas ahí mientras Butch lo esperaba afuera. Cuando salió, olvidó a Butch y se fue en un auto. Cuando regresó, ya no estaba.
Hasta ahora nos duele y nos emociona lo que sintió ese noble perro al verse abandonado y, quizás desesperado, siguió al carro y no logró alcanzarlo, y de pronto se vio perdido. Qué pena y qué impotencia.
No nos pongamos tristes y cuidemos a nuestros animalitos, gatos, perros, conejos, hamsters, burritos. Y a los pájaros, abejas, lombrices, a todos. Están menos tiempo que nosotros, ¡pero nos dan tanto!
Amar a los animales y hacer algo al respecto es comer menos carne y cada vez que compremos algo, preguntarnos: ¿afecta al medioambiente, hace daño a algún animal?
Como dice Jane Goodall: “Las pequeñas decisiones pueden hacer del mundo un lugar mejor”.