En sus Marcas Listos Fuego
La invasión de los cretinos
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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¡Nos invaden! ¡Ya llegaron! ¡Están entre nosotros!
El cretinismo era la deficiencia de yodo que generaba retraso mental, pero hoy se ha transformado en algo nuevo, en un cretinismo estruendoso y arrollador que ni el Manual de Carreño pudo predecir.
Y créanme, de este tema tenemos que hablar. Si no lo exteriorizamos y conversamos públicamente, entonces, mañana ya no habrá límites en el respeto al derecho ajeno, al espacio propio, al entorno público.
¿A qué me refiero?
Quizá sea mi neurosis la que me permite identificarlos con nitidez. Quizá sea mi obsesión con evitar las conductas invasivas la que haga que mi radar de cretinos esté siempre activo.
Me refiero a esta nueva ola de ciudadanos, que oscilan entre los 4 y los 75 años, que creen que usar audífonos es una afrenta a su dudosa inteligencia.
Lean mi triste historia y si piensan lo mismo que yo, apóyenme.
Me subo a un avión tras una larga jornada de trabajo y, en el puesto de al lado, una señora ha decido ver una película en Netflix, todo el vuelo, sin audífonos y con el volumen al máximo (para que el ruido de las turbinas no interfiera con su ocio).
Entro a un restaurante, a cenar con mi esposa y, en la mesa de al lado, unos progenitores incapaces de ser padres, deciden colocar un iPad con chirriantes juegos infantiles para que sus hijos de 4 años jueguen a todo lo que da el volumen y que nosotros nos podamos enterar cada vez que pasan de mundo o conquistan una estrella.
Entro a otro restaurante y un cretino que almuerza con su mujer, decide que para no hablar con ella no existe mejor idea que poner videos de rancheras en Youtube, escucharlas a todos volumen, y así pasar los brócolis sin agua.
Me siento en un consultorio médico, saco un libro y el adolescente de al lado decide ver TikTok a todo volumen.
Y empiezo a recordar que esta discusión es una de las más antiguas de la historia.
En Roma se generó un maravilloso debate jurídico en el cual se analizaban los límites de la propiedad. El caso era el siguiente:
Un romano hacía carne al fuego dentro de su jardín. El humo era siempre arrastrado a la habitación de su vecino, quien lo demandó. El cocinero alegaba que él hacía humo dentro de su propiedad, sin excederse a hacerlo fuera de sus linderos.
Los pretores romanos concluyeron que, sin rebasar la propiedad personal, es posible angustiar la propiedad ajena, cuando los actos realizados dentro de tus propios linderos traspasan a los linderos ajenos.
Y este dato histórico debe ser repensado.
No, no es que me esté haciendo viejo. Es que tengo absolutamente claro que mi autonomía e independencia tiene límites y que esos límites son la autonomía e independencia de los demás.
Si yo quiero escuchar música, soy libre de hacerlo, pero no puedo obligar a mi vecino a escuchar mi música.
Si yo quiero ver una serie o película en un avión, soy libre de hacerlo, pero ello no me da derecho a obligar a todo el avión a escuchar la misma película o serie.
Si quiero navegar como un perfecto papanatas en redes sociales idotizantes, puedo hacerlo, pero si el que está sentado a mi lado no quiere imbecilizarse conmigo, no le puedo forzar a hacerlo.
Si tengo hijos y soy incapaz de controlarlos, no puedo suplir mis deficiencias parentales con estruendosos videojuegos para que las mesas aledañas compartan mi desidia.
Por favor, no me pidan tolerancia, que siempre defenderé como virtud la intolerancia al cretinismo invasivo.
Por eso, cada vez que me encuentro con uno de estos especímenes que cree que mi sistema auditivo le pertenece, me he acostumbrado a pedirle con dureza, carácter y sin amabilidad:
“Disculpa, te cuento que existimos otros seres humanos aquí y que no estamos interesados en compartir contigo lo que sea que estés haciendo. Existen unos aparatitos que se llaman audífonos. Si te los pones, sigues disfrutando de lo que quiera que estés haciendo y nos dejas a los demás disfrutar, lejos de ti, de lo que sea que estemos haciendo.”
Pero si hago esto solo, pues estaré justamente eso, solo. Y saben que, cuando quieran unirse a mí será demasiado tarde. Habrá demasiado ruido para que nos podamos poner de acuerdo.
Este cretinismo es nuevo y viene con las nuevas tecnologías, pero, por sentido común, entra en el análisis de cortesía y buenas costumbres. Por eso, a los cretinos hay que educarlos a tiempo, caso contrario, seremos esclavos de ellos.
Y algunos creerán que esta columna es mundana. No. Mundano es no atrevernos a decir esto en voz alta.
Así que, ¿se unen a mí en esta cruzada contra el cretinismo del siglo XXI?