Economía y Desarrollo
Crear empleo y erradicar la violencia contra las mujeres: objetivos interdependientes
Doctor en Economía, máster en Economía del Desarrollo y en Política Pública. Director general académico de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
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La brecha de ingreso laboral entre hombres y mujeres es una fuente de reproducción de las desigualdades, de perdida de autonomía económica. Es, en sí misma, una expresión de violencia.
Un primer elemento de esta desigualdad es la participación en el ingreso laboral. Usando datos de la encuesta ENEMDU del INEC, correspondiente a los meses de septiembre de 2019 y 2020, se observa que del total de personas que reportan ingresos laborales apenas el 38,15% y 37,27% son mujeres, respectivamente.
Persiste una importante exclusión social hacia las mujeres de las actividades generadoras de ingreso, que como bien se sabe tiene su correlato en una sobrecarga de actividades de cuidado.
Esta brecha de participación aumentó con la pandemia en casi todos los niveles educativos, y con mayor fuerza en las personas con educación superior, donde la participación de mujeres cayó del 48,68% al 27,47% entre septiembre de 2019 y septiembre de 2020.
En términos de brecha de ingreso, dado el mismo nivel de instrucción, se observa un promedio de USD 81 mensuales en favor de los hombres. Desigualdad que se incrementa hasta un diferencial de USD 146 mensuales entre hombres y mujeres con educación superior.
Si bien de acuerdo con la teoría económica tradicional, en la que se asume que en condiciones de "libre mercado" el ingreso laboral se iguala a la productividad marginal, la brecha se podría explicar por diferencias de escolaridad, al persistir la desigualdad controlando por rango educativo, es claro que la diferencia responde a factores de discriminación (machismo) contra las mujeres.
Por su parte, en cuanto a la estructura del empleo asalariado por rama de actividad, se observa que a septiembre de 2019 las actividades feminizadas (con mayor participación relativa de mujeres) son las relacionadas con el hogar, la salud, la enseñanza, los servicios generales y los servicios de comida.
Estos sectores, con excepción de salud y enseñanza, tienen por sus propias características e ingresos por debajo de la media nacional. Así, otro mecanismo de desigualdad es la sectorización del trabajo de las mujeres en actividades de bajos ingresos.
Finalmente, dentro de las ramas de actividad en las que se observa mayor participación de mujeres, la brecha de ingreso mensual se encuentra entre el 15% y 68% en favor de los hombres, y persiste aún ante los mismos niveles de escolaridad.
En síntesis, la brecha de ingreso entre hombres y mujeres se da por menor participación laboral, sectorización en determinadas actividades económicas, y menor ingreso, sin que se pueda justificar ninguna de estas diferencias por niveles de escolaridad o productividad, sino que reflejan actos de discriminación socialmente impuestos e injustos.
Reactivar la economía, generar empleo, garantizar la igualdad de oportunidades, y fomentar un proceso de desarrollo post-Covid en el marco de los objetivos de desarrollo sostenible demanda políticas públicas que reconozcan las diferencias y especificidades que se generan entre distintos grupos poblacionales.
Para aumentar el empleo y el ingreso se requieren crédito y tecnología. El acceso debe priorizar a las mujeres, y a los sectores económicos en los que ellas trabajan. La regulación laboral, así mismo, debe considerar el cierre de brechas y la protección ante actos de discriminación.
Erradicar la violencia de género, que es el compromiso de cada 25 de noviembre, pasa por eliminar las brechas de ingreso y así potenciar la autonomía económica y empoderamiento.