Tablilla de cera
Correa y los suyos ahora hablan de odio, ¡qué cachaza!
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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De un tiempo a esta parte, Rafael Correa y sus acólitos utilizan como argumento que es el odio que se le profesa lo que inspira cualquier medida, argumento o dicho, por inocente que sea, de quienes no pertenecen a su círculo.
Esta obsesión es solo parte de su megalomanía, de ese íntimo convencimiento que tiene Correa de que no solo es Ecuador, sino el mundo entero o, incluso, el sistema solar, los que giran en su torno.
La tesis del supuesto odio que se usó contra Moreno, se incrementó por diez con Lasso, por diez más tras el crimen de Fernando Villavicencio y por otros diez tras el estallido de violencia de las bandas narcoterroristas de la semana pasada.
Hoy se cuentan por millones las veces que él y sus corifeos mencionan como argumento más sólido, que solo es por odio que se dice que él y sus nefastas políticas pusieron la alfombra roja al narcotráfico y el crimen transnacional. Que solo es por odio que se dice que la tierra que él abonó fue la que permitió que echaran raíces y crecieran las plagas del apocalipsis que azotan hoy al país que amamos y sufrimos.
La más ingenua de esas defensas, a las que se han dedicado con fervor los sicofantes de Correa, es la de comparar las cifras de muertes por violencia de su gobierno con las de los dos gobiernos posteriores, que trazan una espeluznante curva de ascenso casi vertical.
Es pueril el argumento de que los datos de la realidad son tozudos, pues escamotea la dinámica del fenómeno y supone su generación espontánea, sin considerar de dónde vienen la violencia de las bandas y por qué eclosionó en estos últimos años.
Para los que quieren datos, hay más de una veintena, que no vienen del odio, sino del desapasionado examen de la historia.
Y es que no puede negarse que
1) la supresión del pedido del pasado judicial para los colombianos y
2) la política de la ciudadanía universal o, lo que es lo mismo, la decisión de no pedir visas a ningún extranjero, abrieron las puertas del Ecuador a todo el que quisiera ingresar, tanto gente buena como mala, incluidos mafiosos de todos lados.
Tampoco puede negarse que
3) la expulsión de la base de Manta,
4) la expulsión de la DEA,
5) la contratación de radares chinos inservibles,
6) el desmantelamiento de la Dirección de Inteligencia del Ejército,
7) la creación de la Senain,
8) la supresión de los controles policiales en las carreteras,
9) el debilitamiento de la presencia militar en las fronteras,
10) el sistemático debilitamiento de las Fuerzas Armadas,
11) la manipulación de la Policía, en entredicho y desmotivada una y otra vez después del 30-S, crearon un país sin control, sin inteligencia estratégica, donde fue cada vez más fácil transportar la cocaína producida en Colombia, establecer bases, puntos de acopio, pistas clandestinas y bocas de salida por puertos existentes o playas improvisadas, todo esto sin conflicto, sin interceptación, sin problema. Mientras, aquella tenebrosa Senain se dedicaba a espiar y perseguir a los opositores políticos y no a la delincuencia.
Menos aún es posible negar que
12) la política de represión a la sociedad civil, que coartó a ONG y fundaciones que trabajaban en la rehabilitación de drogadictos,
13) el amiguismo con las FARC, los Ostaiza, las pandillas y la entrega de personería jurídica, puestos burocráticos y hasta candidaturas políticas a Ñetas y Latin Kings, y
14) la introducción de la tabla del consumo, facilitaron la proliferación del microtráfico, la expansión de los mercados locales de droga, las redes y las pandillas, que pronto estuvieron al servicio de los carteles internacionales y fueron carne de cañón de los enfrentamientos posteriores.
Por si fuera poco, tres políticas aberrantes se añadieron:
15) construir megacárceles y abarrotarlas (llegaron a tener más de 40.000 presos o, por el control de la parla común que implantaron, “personas privadas de la libertad”);
16) suprimir todo proyecto de rehabilitación social (testigo desde el cielo mi tío Jorge Crespo Toral y su obra, la Confraternidad Carcelaria del Ecuador) y
17) la estúpida decisión de no clasificar a los presos por delitos, sino por bandas delincuenciales, obsequiándoles los pabellones para que fueran sus centrales de mando. Esto tampoco pueden negarlo.
Los últimos escalones de este descenso a los infiernos fueron
18) el aislamiento internacional, al constreñir la política exterior (cuando no se dedicaba a la narcovalija) a relaciones ideológicas con los socialistas del siglo XXI y los países autoritarios, rechazando toda cooperación internacional, cuando las drogas son un problema global;
19) la metida de mano a la justicia, que llenó al sistema judicial de jueces a dedo, complacientes con el poder y con el dinero, cuyo mérito mayor era ser amigo de los socialcristianos, los correistas… o los narcos; y
20) la corrupción gubernamental aguda y generalizada, con sobornos, desfalcos y sobreprecios de todo tipo (Nielsen Arias está cantando en EE. UU., comprobando al pie de la letra lo que denunció por años Fernando Villavicencio), creando un país en que “el que no afana es un gil”.
Por esa evidencia, y no por odio, se concluye que el narcotráfico no es un fenómeno de los últimos años, sino que se asentó en la década de Correa y eclosionó más tarde en violencia, por factores que otro momento se pueden analizar. Fue durante esa aciaga década en que el Estado y hasta el país mismo quedaron contaminados, abandonada su ética, enterrados sus valores, suprimida su reciedumbre moral, como lo reveló la fiscal en el caso Metástasis.
Y si en esa malhadada década dizque hubo “paz” fue por el dejar hacer y dejar pasar… la droga y todo tipo de economía ilegal.