Convicciones, libertad y libertinaje
Abogado, doctor en jurisprudencia y escritor. Es autor de nueve novelas. Su última obra es la novela 'Los crímenes de Bartow'.
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En estos tiempos de pandemia resulta indispensable recordar que el ejercicio de la libertad está limitado por una serie de normas y de leyes que regulan la convivencia en sociedad.
Sin esos límites, que enmarcan jurídica y socialmente la conducta y las acciones de los seres humanos, viviríamos en completa anarquía y quizás ya nos habríamos desbarrancado en el abismo de la extinción, tras un bullicioso y atribulado desmadre, algo muy propio de nuestra especie.
Pero por fortuna para el ser humano, quizás no tanto para los otros seres vivos que habitan el planeta, ese infausto destino aún no se ha concretado y por ahora seguimos aquí, en algunos casos pasando por redentores, ácratas o sediciosos, y, en otros, intentando ser parte de las soluciones y del orden que se imponen para lograr el bienestar general de la comunidad.
En las sociedades democráticas nuestras convicciones son parte de la libertad individual de la que gozamos o deberíamos gozar los seres humanos, pero esas convicciones necesariamente están condicionadas por el entorno social en el que habitamos.
Tal condicionamiento no implica restricción alguna a la libertad, sino más bien el respeto a los derechos de las demás personas con las que convivimos.
Si por cuestiones religiosas, sanitarias, físicas, morales, políticas o porque le da la gana alguien no quiere vacunarse, no tiene por qué hacerlo y no hay forma de obligarlo a recibir la vacuna.
Pero, al mismo tiempo, aquella persona no puede pretender, a pretexto del ejercicio de su libertad, compartir los espacios de las personas vacunadas, que piensan o creen estar a salvo o con menor riesgo de contagio, y exponer a otros a una enfermedad a la que alguien no le teme o no le importa o, simplemente, pretende desconocer su existencia, sus riesgos y sus consecuencias.
La libertad es un concepto íntimamente vinculado con la justicia y la igualdad. Por una cuestión de salud pública, de bienestar común y de consideración con los demás, ninguna persona puede alegar que se ha restringido su libertad si se le exige una vacuna o el uso de mascarilla para convivir o compartir el espacio en el que se encuentran otras personas.
Nuestro libre albedrío no puede contraponerse ni afectar a nadie más que a nosotros mismos, pues de lo contrario, por soberbia, tozudez o pura rebeldía, se convertirá en libertinaje.