De la Vida Real
Consejos para pintar la casa y evitar la frustración
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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La idea ya estaba tomando forma desde hace cuatro años, pero el tiempo pasó y la cuarentena llegó. Nunca pintamos la casa. Hace un mes, mi marido me comentó que la fachada estaba espantosa.
"Compremos pintura y pagamos a alguien para que eche brocha", me dijo, como la mejor solución. Y la verdad que me pareció una estrategia maravillosa. Mi mamá nos ha atormentado durante cuatro años y la cuarentena entera, que por Dios pintemos la casa.
Corrí feliz a contarle nuestra decisión. Se puso tan contenta, que hasta ofreció regalarnos la pintura, oferta que no desaproveché, y le dije: "Buenazo, má. Así ustedes pagan la pintura, y nosotros la mano de obra".
Hay cosas que es mejor no contar a nadie, para evitar el mal rato. Me pegó un sermón del otro mundo. "¿Cómo que van a contratar a alguien, Valen? Tu papá y yo hemos pintado la casa miles de veces los dos solitos. No puedo creer que tú y el Wilson piensen pagar para que les den pintando. Yo les compro la pintura del color que ustedes quieran, y en familia pintan. A tus hijitos les ha de sentar muy bien participar en actividades familiares, y qué mejor que pintar la casa".
Para mí, lo que dice mi má es Ley. Les conté a todos, marido e hijos, que el sábado hay minga familiar. Mi esposo dijo que él creía que la mejor opción era pagarle a alguien, pero aceptó el reto. Mis hijos no pudieron más de la emoción. Nos fuimos todos felices a la ferretería a comprar brochas, rodillos, guantes y lija. Un kit increíble.
Vi en un programa de televisión una cosa maravillosa, en la que pones la pintura dentro de un cilindro y este artefacto pinta prácticamente solo. Feliz fui a comprar. Además, vi que estaban en promoción dos por uno.
Mi marido no podía más de la ilusión de pintar los dos juntos con esta cosa tan novedosa. Llegamos a la casa equipadísimos. Ni bien mezclamos la pintura, mi hijo se tropezó y se derramó medio balde. Respiré profundo antes de que se armara la guerra familiar.
Mi marido puso el resto de pintura en estos aparatos extraordinarios, pero no cerró la tapita de abajo. Se cayó casi el cien por ciento. Nos dio risa nerviosa. Había dos opciones: ponernos a llorar o reírnos. Todo estaba tan caótico, que decidimos fresquearnos y continuar.
Mis hijos agarraron la pintura del suelo y pintaron con el mismo entusiasmo los vidrios, las paredes, las puertas y de paso se pintaron entre ellos.
El Pacaí, mi hijo mayor, indignado de ver todo este caos, dijo: "Esta es una buena idea, pero la ejecución está pésima. Má, no tienes que hacerle caso a la abuela en todo. Era mejor que paguen a alguien que sepa pintar. Esto está de vergüenza. La abuela no sabe la realidad. Como pintores, somos un caos de familia. Yo me voy".
Y se fue.
Los otros dos poco a poco empezaron a desistir, y de reojo veía cómo mi marido seguía sin entender por dónde se escapaba la pintura. Llegó la hora del almuerzo, y dejamos nuestra labor de pintores. Pasaron las horas, los días y las semanas.
Nunca más volvimos a agarrar una brocha y mucho menos nos volvimos a acordar de esos aparatos tan maravillosos que compramos en promoción.
Así que llamamos a unos pintores profesionales. Vino una familia entera: papá, mamá y tres hijos. Fue increíble ver cómo sincronizaron perfecto su trabajo. Cada uno sabía lo que debía hacer y dónde pintar. No regaron ni una gota, y su trabajo no tardó más de cuatro horas.
Nosotros nos quedamos admirados y un poco humillados. Les advertimos a nuestros hijos que no les cuenten a los abuelos que vinieron a pintar la casa. Ni bien entraron mis papás, los tres guaguas corrieron con el chisme: "Abuelos, mis pás pagaron para que pinten la casa. Vengan a ver lo linda que quedó".
Mi mamá no pudo disimular la cara de asombro al ver un pintado tan minucioso, cuidadoso y profesional. Solo dijo: "Qué buen trabajo. Qué alivio que la casa esté tan linda". Se despidieron.
A los quince minutos, suena mi celular. Era mi mamá.
-Aló, má.
-Chiquita, ¿me puedes dar el número de estos pintores? Queremos con tu papá pintar la casa.
-No, má, no te puedo dar. Lo mejor es que pinten ustedes dos, así aprovechan para hacer un poco de ejercicio. Si quieres, les puedo mandar a mis hijos para que pasen un rato juntos, abuelos y nietos.
-Valen, qué pesada eres.
-Má, yo solo repito tus consejos que, sin duda, son los mejores.