El conflicto del libre ingreso a la universidad
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Me han preguntado qué pienso del examen de ingreso a la universidad.
Pues si hay una medida que se presta para la demagogia es abolir los exámenes de admisión. Pretender que así se arreglará la educación es como resolver la angustia y el descontento de la población creando el Ministerio de la Felicidad.
Además, se plantea que chicos de 18 años, que en su mayoría no saben dónde están parados, escojan lo que desean estudiar, y en dónde.
Según informaciones de prensa, los bachilleres eligen carreras tradicionales en su propia ciudad, de modo que las facultades de Derecho, Medicina y Administración de Negocios de Quito y Guayaquil tendrían que acoger a miles de miles de estudiantes.
Sin embargo, la FEUE insiste en que la medida firmada por Lasso no resuelve nada y que se deben crear más cupos. Como si el Estado nadara en la abundancia.
Pues tendrán que ponerse a la cola de Nebot, que se quiere llevar lo poco queda para que lo dilapiden los municipios
¿Qué en la educación existe un grave problema social que afecta sobre todo a los más pobres?
Por supuesto, pero ese problema se remonta a la desnutrición infantil –que afecta a las capacidades cognitivas– y se agudiza con un deplorable sistema escolar, sobre todo en las áreas rurales.
Y a nivel de la educación secundaria, en relación con los colegios a los que acuden los muchachos de la clase media de ciudades como Quito y Guayaquil, las diferencias se ahondan.
Por otro lado, en países con un sistema educativo mejor que el nuestro, como Chile y Francia, rigurosos exámenes para la universidad se aplican desde hace un siglo o más.
Acá se insiste en resolver el conflicto de los bachilleres que no pasan la prueba abriéndoles las puertas de par en par.
Existe un antecedente trágico: el 29 de mayo de 1969 los bachilleres que se habían tomado la Casona de la U de Guayaquil para exigir la supresión del examen de ingreso, fueron desalojados a bala por policías y militares, que dejaron varios muertos y numerosos heridos.
Hubo una ola de rechazo a la represión velasquista y se impuso la consigna del libre ingreso en varias universidades; entre ellas, la Central, a la que entré meses después.
Pero el ingreso masivo y atolondrado de estudiantes, la falta de planificación y recursos, y, sobre todo, la manipulación política ejercida por grupos sectarios que se apoderaron de las universidades públicas, impulsaron su decadencia.
Los exámenes de ingreso fueron reemplazados por cursos de nivelación que pretendían solucionar mágicamente, en seis semanas, las graves deficiencias con las que llegaban no solo los bachilleres de provincia sino también los malos estudiantes de la capital, que no habían pasado ningún filtro y se convertían en un lastre a lo largo de la carrera.
Luego surgía el problema del empleo. A mediados de los años 90 di una conferencia a dos aulas llenas de estudiantes de tercero de Comunicación.
La charla se desenvolvía alegremente hasta que les pregunté en qué iban a trabajar y se hizo un silencio sepulcral. Nadie les había hablado del mercado de trabajo.
Había ya un exceso de estudiantes de Comunicación. Y eso se agravará si no se regula el ingreso y se da orientación vocacional a los bachilleres.