Lo invisible de las ciudades
Elogio a los concursos de arquitectura
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
Actualizada:
El pasado martes, en la sede del Colegio de Arquitectos del Pichincha, se dio a conocer al equipo ganador del concurso de arquitectura, organizado para concebir el futuro campus del Colegio Americano. El equipo ganador está integrado por oficinas de arquitectura de Ecuador, Holanda y España. De dicho equipo vale la pena resaltar la participación de Patricio Endara, Julio Endara, Benjamín Carrión, Felipe Palacios, Johann Moeller, Matías Wu, Joshua Paredes, Dafne Wiegers y Juan Manuel Herraz.
El concurso estuvo dividido en dos etapas:
- La primera era para preseleccionar a los interesados en participar, quienes debían contar con la presencia de un estudio internacional entre sus miembros.
- La segunda etapa era la elaboración y presentación de la propuesta arquitectónica por parte de los equipos seleccionados en la primera etapa.
Resulta satisfactorio que dicho concurso haya logrado buenos comentarios de parte de organizadores y participantes. La base de un buen concurso de arquitectura está en la claridad de sus bases y el actuar intachable del jurado. Acá no hubo reclamos ni cambios de reglas a la mitad de la competencia. Se jugó limpio y se logró un veredicto acorde con lo solicitado en las bases. Salud por ello.
Y es que ya debía darse en nuestro país un evento que rescatara y revalorara a los concursos de arquitectura como el medio más conveniente para obtener las mejores alternativas arquitectónicas, de los mejores profesionales. Esto, obviamente, cuando se hace como se debe: sin amarres y sin ambigüedades.
Otro punto a favor de los concursos en la arquitectura es que sirven para que los arquitectos se liberen de las recetas establecidas por las normas, y cuestionen los criterios establecidos, en aras de poder mejorarlas.
Da pena mirar hacia atrás y ver cómo los concursos de arquitectura fueron perdiendo relevancia en nuestro medio; luego de haber tenido un impacto positivo en los sectores público y privado. Dicha depreciación de los concursos fue en sí un reflejo de la desvaloración del arquitecto como profesional. Pasamos de ser proyectistas a consultores que dibujan. El sector público comenzó a fijarse solo en los costos directos, haciendo a un lado la calidad del diseño arquitectónico y el impacto que este pudiera tener en el sitio y en sus usuarios.
El mal uso de estos concursos para favorecer a algunos, torciendo las reglas de juego, fue también un factor en contra. Luego de un par de malas experiencias, allá por el 2012, muchos arquitectos nos vimos desencantados ante esas convocatorias, que buscaban validar resultados cuestionables y no abrirse a nuevas ideas.
Jurídicamente, los arquitectos vivimos en un limbo. Hay un reglamento general a la Ley de Ejercicio Profesional de la Arquitectura, emitida en 1997, que está vigente, pero que ni el Estado aplica para el pago de honorarios. Dicha ley debe ser reformada y actualizada, pues en ella aún existen definiciones caducas, como la emisión de la licencia profesional por parte del Colegio de Arquitectos; o el cobro del impuesto del 1 por mil en la presentación de proyectos arquitectónicos.
Dos terceras partes de dicha ley se dedican solo a establecer la estructura del Colegio de Arquitectos. En estos tiempos, lo que se requiere de manera urgente es una legislación que defina la cancha de juego del arquitecto, sacándolo de su actual limbo. El ejercicio de nuestra profesión debe liberarse de incertidumbres, y debe ser el Estado quien defina de manera precisa nuestro campo de acción profesional; así como el primero en acatar y respetar dichas reglas.
Si los buenos concursos logran consolidarse, también se logrará reafirmar el necesario papel de los arquitectos en nuestra sociedad.