En sus Marcas Listos Fuego
La Defensoría Pública – ¡El botín sorpresa!
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Si han seguido los últimos acontecimientos dramáticos del concurso para Defensor Público, ya sabrán que sus postulantes aparecen con escándalos impronunciables, con antecedentes personales de terror, que se matan por el cargo, que algunos renuncian, que les revocan la visa de Estados Unidos, etc.
Eso es lo que la prensa informa. Pero existe un tema oculto que ha pasado desapercibido y que hoy lo quiero revelar.
Empecemos explicando qué es la Defensoría Pública: es un órgano autónomo de la función judicial que tiene la misión de prestar el servicio gratuito y público de defensa judicial a aquellas personas de escasos recursos que no pueden acceder a un abogado privado.
Es decir, es el órgano estatal a cargo de garantizar la defensa en contiendas judiciales de las personas más necesitadas del país.
Sí, es un cargo de vocación de servicio por y para la sociedad. Es un cargo que debe ocuparlo quien quiere defender derechos sin enriquecerse y con un sueldo fijo. Es un cargo altruista y remunerado, pero, sobre todo, un cargo fundamental en una democracia y en un Estado constitucional de derechos y justicia.
Ahora vamos con lo que no cuadra. Analicemos este hedor que me golpea nasalmente y me deja aturdido.
Conozco la trayectoria de gran parte de los postulantes. Por ejemplo, hay dos de ellos que como abogados en libre ejercicio son célebres por su estrecha relación con el crimen organizado. Hay otritos que como abogados son celebérrimos por delincuentes, que entre las coimas que inventan para exprimir a sus clientes ganan un promedio de 40.000 dólares mensuales.
Me explican, por favor, ¿cómo es que esos corruptillos que sin decencia ni honestidad ganan 40.000 mensuales, dan la vida y hasta las posaderas por defender sus puntos en un concurso para un cargo donde ganarían 6.000 mensuales?
Uso los dedos de la mano, calculadora, hasta Chat GPT, pero las matemáticas no me cuadran.
¿Si te haces rico siendo corrupto, por qué demonios exponerte públicamente para concursar por un cargo de honestidad que menoscabará abruptamente todos tus lujos?
También veo a funcionarios judiciales, famosos por vivir de su sueldo y farrear de los sobornos, concursando a muerte por un cargo de servicio tan noble, pero que solo paga 6.000 mensuales. Calculo su riqueza en dádivas y me pregunto: ¿para qué carajos quieren bajar así su nivel de ingresos?
Entonces, me lavo la cara con agua fría, me veo al espejo y me digo: “piensa, Felipe, piensa”, ¿qué es lo que no estamos viendo?
Empiezo a atar cabos. Pienso, comparo y empato ideas.
Pienso en ese abogado penalista quiteño que es el más corrupto de Ecuador y que está concursando para ser Juez de la Corte Nacional, un cargo en el que ganaría mensualmente lo que como abogado gana al día, y me queda claro que quiere llegar a la más alta Corte para robar, perfeccionar la técnica delictiva, para saquear a los usuarios de la justicia.
Y claro, en ese caso es evidente que el cargo de Juez, mal usado, puede hacerte rico, mientras bien usado, puede darte dignidad, prestigio y reconocimiento.
Ato cabos y al mismo tiempo me sigo dando contra las paredes. ¿De qué forma se podría delinquir desde el cargo de Defensor Público? Aturdido entro a ver su presupuesto anual y lo entiendo todo.
Entiendo que, desde ese cargo de tan bajo perfil, pero de tanta importancia para luchar por una sociedad más justa, se esconde el manejo de 34 millones de dólares anuales. Me encuentro con un cargo mediáticamente tan insignificante, a diferencia de ser Gerente de Petroecuador, o Ministro de Obras Públicas; por fin entiendo que acaudalarse en la sombra resulta pan comido. Hallo un oficio al que nadie regresa a ver, pero que sí te baña en las mieles del poder.
Y claro, descubro cómo entre postulantes honestos, que buscan un cargo para cambiar la realidad de miles de familias pobres víctimas de la injusticia, se infiltran (y en masa) los seres más corruptos y rastreros del país, porque saben que podrán delinquir ahí donde no llega ni la luz de la luna.
Entonces recuerdo que eso que siento en la garganta no es un nudo de tristeza, sino el reflujo de la náusea. Veo a esos abogados y judiciales que encaletan sus fortunas no declaradas, siendo víctimas de su infinita avaricia y que hoy están suicidando su clandestinidad ante el ojo público.
Y luego veo cómo todos vemos lo que las redes y la prensa informa sobre un “proceso lleno de irregularidades”, mientras las intenciones de sus “víctimas” son convertirse en nuestros victimarios.
Y me entristezco porque pienso en esos postulantes honestos, muchos de ellos que sí bajarán su nivel de vida por acceder a ese cargo, pero que lo hacen porque saben que no hay mayor recompensa que la del deber cumplido. Y recuerdo por qué cada vez en estos concursos existe la ausencia de los mejores, de los honestos, de los más preparados.
Y la náusea se impone y la fetidez nos gobierna.